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ESA BICICLETA ES MÍA Parte I y II


Parte I
                                         

Como cada año en julio, estaba en la playa pasando unos días con mi hijo. Todo era perfecto. El mar, el sol, la temperatura, la compañía… Acababa de subir de mi paseo matutino y contemplaba el mar desde la terraza cuando sonó mi móvil, mi otro móvil.



-             - XXX al habla- respondí
-          Espero que hayas pasado unos buenos días de descanso porque te toca trabajar- me espetó mi jefa sin ningún saludo.
-           Habíamos quedado que no tendría misión este verano.
-       - Claro, habíamos, pero las cosas han cambiado. Tienes la jubilación cerca y si no aceptas ésta olvídate de trabajar con nosotros a partir de enero. Tienes un vuelo a Amsterdam desde Valencia a las 14:30. Como siempre todo dispuesto en el mostrador de costumbre.

Así era mi segundo trabajo, sin opción a la réplica. Lo tomas o lo dejas.
El avión salió puntual. Miré por la ventanilla como todo se iba haciendo más y más pequeño hasta que ya no pude distinguir nada. Entonces abrí el sobre que me habían entregado con el billete y comencé a leer. En mi pecho comenzó a crecer un sentimiento extremo de rabia.

-         -  Menuda chorrada, un robo de bicicletas. ¿Y para esto me cortan las vacaciones?- pensé.
Pero algo dejé traslucir en mi expresión porque la niña que estaba sentada a mi lado me dijo:
-        - ¿Qué te pasa?  ¿Tienes miedo a volar? Si quieres te cuento un chiste y así te distraes.

Y me contó como una veintena. Acabamos las dos partidas de risa. Luego supe que se llamaba Carmen y curiosamente se parecía muchísimo a la Carmen de 6ºC de La Fuenfresca. Tenía esa sonrisa que nunca se acaba, unos ojos grandes y soñadores y el desparpajo suficiente para hacerme el viaje agradable. En la terminal me despedí de ella con un beso y un gran abrazo.

Tras recoger mi maleta salí y tomé un taxi. Me hospedaría en una vivienda situada en Jordaam, uno de los barrios más antiguos de la ciudad. Sus calles tienen una orientación diferente ya que se construyó en 1610 siguiendo la línea de antiguos diques. Cuando entré la casa me encantó. Era luminosa y suficientemente amplia para mí. A la derecha de la entrada había una pequeña salita con la televisión y la conexión a internet que conectaba con la cocina. A la izquierda, otra sala más amplia que hacía las veces de despacho. De frente, el baño y las escaleras que conducían al piso superior donde se encontraba el dormitorio. Todo estaba limpio y ordenado.
Enseguida sonó mi móvil. Cuando descolgué escuché una voz femenina que decía:

-          - Esa bicicleta es mía- el código de la misión
-          - XXX al habla-respondí.


Quedamos para el día siguiente a las 10 de la mañana en la puerta del Museo de los Canales. Yo llegué a pie tras un pequeño paseo, unos cinco minutos antes y ella en punto. En cuanto la vi me cayó bien. Era una holandesa típica en el aspecto excepto en el tamaño porque curiosamente teníamos la misma altura. Sin embargo, su cara era redonda y sonrosada, los ojos azules y el pelo lo tenía rubio muy claro. Tras saludarnos en inglés me pidió si nos podíamos comunicar en español porque era una lengua que le encantaba y hacía tiempo que no había tenido la oportunidad de practicar. Me dijo que la llamase Annelies, un nombre muy común en Holanda. Por mi parte me presenté como Alexandra, nombre nada común en España.
-         - Bueno, si no te importa te diré Alex, que es más corto- sugirió ella.
-          - Ni hablar-respondí con algo de brusquedad- soy Alexandra y así quiero que te dirijas a mí.
Lo cierto es que no se molestó y me invitó a entrar en el museo explicándome que era uno de sus favoritos y quería mostrármelo mientras trazábamos un plan para afrontar nuestro trabajo.
Así mientras recorríamos 400 años de historia de la ciudad decidimos por donde empezar.

¡Ah, claro! Que todavía no sabíais nada de mi misión. Pues, si, iba a investigar un robo de bicicletas en Amsterdam.  La cosa más tonta que me había tocado en suerte hasta ese momento. ¡Cómo si no se robasen bicis allí todos los días! Lo especial estaba en que se había convertido en algo grande, eso es lo que supe esa mañana y que hizo que mi cabeza comenzase a sentir cierto interés por el caso.

El primer robo masivo de bicicletas se había iniciado en abril en Haarlem así que nos desplazamos en tren y en 17 minutos recorrimos los casi 20 kilómetros que separan ambas ciudades. Tras tomar un tentempié nos dirigimos al Molino de viento De Adriaan, una de las atracciones turísticas más visitadas. Fue curiosamente en ese lugar donde aparecieron las bicicletas robadas en abril en Grote Mark, la plaza del mercado. Todo un misterio. ¿Quién robaría de pronto y sin ser vistos 75 bicis para dejarlas luego a los pies del molino? Aunque lo que a nosotras nos interesaba más era el por qué. Aquello no tenía ningún sentido.

De Adriaan era bonito. Había sido construido en 1779 y aunque un incendio lo destruyó en 1932 no fue hasta 2002 que lo volvieron a reconstruir. Os aseguro que merece la pena. Aquella tarde de julio estaba lleno de turistas. A la entrada nos recibió una chica bastante joven,  ofreciéndose a servirnos de guía en la visita. Cuando le explicamos las razones que nos habían llevado hasta allí no mostró asombro alguno y salió disparada a buscar a alguien. Era un señor mayor que estaba acompañando a un grupo y que dejó en manos de la joven. Con el rostro serio nos explicó cuanto sabía:
-          - Fue algo muy raro y creo que se repitió después en otros lugares- comenzó-. Lo cierto es que las bicicletas no sufrieron daño alguno y apenas estuvieron desaparecidas un par de días. Eso sí, a nosotros nos forzaron la cerradura para entrar y depositarlas aquí. Tengo entendido que el hecho se repitió en Utrech en el mes de mayo y en junio le tocó el turno a Maastrich. La policía se pasó un día completo revisando esto y al parecer no sacaron nada en claro.
-          - ¿Le importa si damos una vuelta para hacernos una idea? – le solicitamos
-          - Sin ningún problema. Ojalá descubran algo, y si me necesitan…solo tienen que llamarme.

Aquel hombre tenía un aire especial que me dejó intrigada, aunque nada le dije a Annelies. Recorrimos el espacio bajo el molino en silencio, compartiéndolo con los turistas que estaban más bulliciosos que nosotras. Salimos de allí sin haber dado con nada. De todas formas, ¿qué podíamos esperar después de tanto tiempo?

Tras caminar un rato llegamos a la enorme Grote Mark, donde se encuentra la iglesia más importante de Haarlem, la catedral de San Bavón.
-           -  Menudo nombrecito tenía el santo y gracias a la “v” que si no…las risas que se echarían mis alumnos si lo oyeran-pensé-.

 Como el trabajo se había ampliado al tamaño de aquel lugar, nos dividimos el terreno, yo me encaminé hacia la izquierda y mi compañera a la derecha. Mirar, preguntar, volver a mirar...así durante dos horas hasta que nos reencontramos las dos en el mismo punto de partida y con las manos vacías.
Regresamos de nuevo en tren y durante el breve trayecto a Annelies le dio tiempo a documentarme un poco más sobre la importancia de las bicicletas en su país:

-         -  Fíjate, solo en Amsterdam hay alrededor de 300.000 bicicletas pero solo contamos con 200.000 plazas de parking. Esto hace que el ingenio se agudice y se planteen propuestas tan curiosas como aparcamientos en lo alto de los edificios. Es una idea que ya está en marcha y parece que tiene aceptación. También se va a construir próximamente un nuevo aparcamiento subterráneo,  para al menos 7.000 plazas. Esto a los españoles no os parece extraordinario, pero piensa que cuando aquí excavamos nos tenemos que meter bajo el mar.
Yo recordé bien entonces un viaje que había hecho con mi familia y cómo te sorprendes al subir a un dique junto al mar y comprobar que la tierra a tu izquierda está por debajo del nivel del agua. ¡Lo que no inventen estos holandeses para ganarle terreno al mar! De ahí viene su expresión “La Tierra la hizo Dios pero a Holanda la hicieron los holandeses”.

Nos despedimos en la Estación Central y yo regresé a casa caminando. Un largo paseo que me sirvió para desconectar y disfrutar del buen ambiente de las calles y canales.

A la mañana siguiente quedamos  a las 9 en la plaza Dam. Había ya cierto ambiente. Los guías de los “free tours”, con sus paraguas de colores,  aguardaban a los turistas que recién llegados querían hacerse una idea de las dimensiones y posibilidades de la urbe.
Annelies me había ganado y me recibió con una cálida sonrisa. Su compañía, y el clima relajado y alegre que se percibía,  me hizo de pronto olvidar por que estaba allí y me trajo una grata sensación de júbilo que me llevó a pensar que sería una buena idea afrontar la jornada con ese ánimo.

-          - Di que si Carmen, uy Alexandra- pensé en voz alta
-          - ¿Qué decías?
-         -  Nada,  que hace una bonita mañana.
-          - Y esperemos que nos cunda más que ayer- apuntó ella.

Luego me relató todas las pesquisas que ella había hecho con anterioridad a mi llegada en aquella plaza, por cierto, sin ningún resultado. Parecía increíble, pero nadie se enteró de quién, ni cómo,  se habían llevado de madrugada otras 75 bicicletas que aparecieron luego a las puertas del Vondelpark, el parque más famoso de la ciudad. En este caso solamente pasó un día entre el robo y la devolución.
-          - Mientras no demos con el móvil, no tendremos nada y mientras no tengamos nada, no daremos con el móvil- dije.
-          - Los españoles sois muy complicados- apuntó ella.
-          - ¿Por qué lo dices?
-        - Porque estuve casada con uno. Conozco bastante bien España y sus costumbres. Por cierto, algo que me sorprendió mucho cuando viví por primera vez es que todo lo celebráis comiendo.
Caminábamos de nuevo, ahora en dirección al parque y yo seguía con ese tono positivo por el que había optado. Una bicicleta pasó a mi lado como perseguida por un rayo. Me entraron ganas de llamarle la atención,  pero recordé que no servía de nada. Todo holandés se convierte en un loco cuando monta sobre dos ruedas. Como el trayecto a pie no fue muy largo, pensé que en bici apenas llevaría unos minutos. Me imaginé a 75 personas robando a la vez 75 bicis en absoluto silencio y me entró la risa.
-          - ¿Qué te divierte, Alex?
-          - Alexandra, me llamo Alexandra. Me estaba imaginando el robo de un modo peculiar-respondí.
Le conté mi idea y a ella también le divirtió.
-          - Espera- calló y continuó- ¿y si hubiera sido de esa manera? En todos casos son 75 las bicis robadas.
-          - Mujer, no sé, sería raro, aunque por otra parte es quizá la forma más fácil de camuflarse.

En aquel momento sonó mi móvil. Era la jefa que quería novedades y nos pedía investigar a Vigorride, la empresa que estaba invirtiendo en varias ciudades holandesas, en la construcción de aparcamientos para bicicletas,  a lo grande. Al parecer habían tenido un “chivatazo”. Teníamos que encontrarnos con alguien en el Beginjnhof, un conjunto de viviendas recogidas sobre si mismas en torno a un patio bello y tranquilo, en pleno centro de Amsterdam. Por el camino hacia allí supe que se construyó para las Beguinas en 1346 aunque luego se quemó y se reconstruyó de nuevo. Aún así contiene la casa más antigua de la ciudad,  la número 34,  que era precisamente a la que nos dirigíamos.

En cuanto llegamos a la puerta comprobamos que estaba abierta y por educación tocamos la campanilla. Como nadie respondía, entramos cautelosas y llamando en voz alta. Recorrimos la primera planta  y decidimos subir al piso superior. No se oía ni un suspiro y de repente,  alguien salió de una puerta y nos tiró al suelo boca abajo. Yo solo veía la madera y notaba una rodilla sobre mi espalda. Luego,  algo me cubrió la cabeza y me fuimos arrastradas sin contemplaciones. Todo fue tan rápido que cuando quise gritar tenía la boca tapada. No era la primera vez que me veía en una situación similar, pero aún así, me sentí muerta de miedo a la vez que procuraba mantener la mente activa para ir tomando nota de cuanto pudiera percibir…

Parte II

Me di cuenta que nos metían en una habitación. Caminaron por ella, mientras seguíamos  limpiando el suelo con nuestros cuerpos , pasaron una puerta y luego otra. Por tanto,  deduje que nos llevaban a un edificio contiguo porque la casa desde fuera no se percibía muy ancha. Me dejaron sentada en el suelo, con poca delicadeza, ataron mis manos a la espalda, me destaparon la cabeza y…sorpresa, éramos tres mujeres: Annelies, la joven que nos recibió en el molino De Adriaan y yo.  Como no podíamos hablar abrimos los ojos mucho. Supuse que aquella chica era con teníamos que vernos. Bueno, al menos eso,  lo habíamos conseguido.
Nuestros captores llevaban pasamontañas y no dijeron ni una palabra cuando salieron. Nos dejaron allí tiradas y a oscuras. Casi enseguida,  escuché gemidos ahogados, solo perceptibles por la atención plena al sonido que nos daba la oscuridad. Pensé:
̶   Aquí no nos encuentra ni Dios.
Sin embargo, sin darme tiempo a pensar más, de repente se encendió la luz y apareció una mujer que exclamó:
̶  ¡Lo sabía! ¡Tenían muy mala pinta! Tranquilas que ahora misma os desato.
Como luego supimos se llamaba Carla, casualmente como una de mis alumnas, la gemela de Gema. Aunque era holandesa, su madre había nacido en Italia y le había concedido un nombre de su país. Carla era una mujer menuda y enérgica. En su rostro se percibía el paso por una vida azarosa pero vivida con fuerza y determinación. Habitaba el primer piso de la casa que se encontraba frente a la nº34. Había observado todos los movimientos extraños producidos en la última media hora y le olió mal que salieran los dos hombres apresurados. Además, conocía bien el hueco superior que tenía la “iglesia oculta” del beaterio que era donde nos habían abandonado. En Amsterdam se pueden visitar varias  de estas iglesias que tienen su origen en el siglo XVI cuando la religión católica fue declarada ilegal en Holanda durante la Reforma.
Primero nos dejó libre la boca y luego las  manos y los pies. De pronto comenzamos a hablar todas a la vez aceleradamente. Carla esperó pacientemente a que nos calmásemos para explicarnos  quien era ella, una de las muchas mujeres que vivían solas en aquel lugar. También nosotras la pusimos al día, una tras otra,  y supimos que la joven se llamaba Marjolein y se encontraba en el mismo fregado  pero con otra agencia que investigaba el misterioso robo. Ella fue la que sentenció:
̶   Bueno, pues ahora que somos cuatro, esto lo vamos a aclarar, seguro.
̶   ¡Uy qué bien! Entonces, ¿estoy admitida? ̶  preguntó Carla y añadió ̶   me necesitáis, chicas. Lo primero será sacaros de aquí bajando  a la iglesia que está a vuestros pies. Por cierto, Alexandra, aquí se caso un artista de tu tierra, Paco de Lucía. Nada menos que con la hija de un general de Franco, Varela creo que se llamaba.
̶   Vaya, que casualidad,  cuando mis alumnos estudien la Batalla de Teruel el próximo curso, sabrán quien era ese militar ̶ pensé.
Me hubiera gustado entrar en el cotilleo, pero el trabajo de agente secreto no permite perder mucho el tiempo, así que, bajé con ellas por unas escaleras muy empinadas, que partían de la habitación contigua.


Carla nos dejó sentadas en el último banco y se fue a su casa a hacer algunas llamadas. Cuando regresó nos instó a ponernos en marcha. Caminaba muy deprisa, tanto,  que a mí me costaba seguirla. Llegamos a Rokin,  un canal que desemboca en el río Amstel y donde nos esperaba una barca a motor que condujo con seguridad nuestra salvadora. Una vez en el río,  continuamos hasta el borde del parque Somer. Allí bajamos de la barca y enseguida nos plantamos en una cafetería con una bonita terraza cara el agua. Carla que estaba en todo, dispuso que era la hora de comer algo.
Durante el almuerzo, Marjolein compartió  con nosotras  sus pistas y nos refirió que se había ofrecido como guía en el molino de Haarlem porque tenían sospechas de que la persona que lo regentaba estaba metida en el negocio de los aparcamientos de bicicletas y era mucha extraño que hubiesen empezado allí, ya que esa ciudad, no tenía previsto, de momento, construir ninguno, lo que hacía suponer una maniobra de distracción.  En el caso de su agencia de investigación tenían clara la conexión entre los robos y Vigorride.
̶   Bueno, pues ya solo nos queda descubrir cómo lo hacen y pillarlos ̶  dijo Annelies como si fuese la cosa más fácil del mundo.
̶  Nada, que lo tenemos casi resuelto, chicas ̶  apostillé con sorna.
̶  Tengo algo más ̶  intervino Marjolein ̶  Casualmente, cerca de aquí,  hemos detectado dos puntos desde donde han salido varias llamadas de teléfono  relacionadas con el caso, además del molino De Adriaan,claro. En concreto se han realizado, unas desde Waternet, la empresa que comercializa el agua, y las otras las han localizado en la esquina entre Welnastraat y Markonstraat, también muy próximas a donde nos encontramos.

Llegadas a ese punto, nos dividimos, yo con Carla y Annelies  con  Marjolein. A nosotras nos tocó dirigirnos a Waternet. El edificio donde se encontraba ubicado era impresionante, pura arquitectura moderna plagada de metal y vidrio. El vestíbulo me hizo sentir muy pequeña  y durante unos segundos me quede plantada, con la boca abierta, disfrutando del espacio que me rodeaba.
Carla tiró de mi y nos encaminamos hacia la izquierda. Tras una gran puerta accedimos a un enorme pasillo que giraba a la derecha y que contenía un montón de puertas. Por fortuna, no nos cruzamos con nadie. Mi compañera, que había tomado las coordenadas que le había proporcionado Marjolein, se paró en seco ante una de ellas, la abrió y vimos que daba acceso a unas escaleras menos lujosas que las de la entrada.
Una vez en el sótano, que se hallaba en penumbra, nos quedamos muy quietas procurando hacer el menor ruido. Nada. Hasta que, a nuestra izquierda,  oímos que alguien hablaba. Nos dirigimos hacia la voz que salía de una puerta. Tenía abierta una pequeña rendija por la que se veía a la persona que hablaba con alguien a quien no se podía observar desde allí.
Se trataba del hombre que regentaba el molino De Adriaan así que íbamos por buen camino. Me puse un dedo en los labios y ambas aguzamos el oído. A mi no me sirvió de nada, tengo que admitir, porque no tengo ni pajolera idea de holandés, pero Carla no se perdió detalle.
Cuando terminó la conversación, vi que se dirigía  hacia nosotras y mi corazón se desbocó. Nos iba a pillar,  y si me recordaba... estábamos perdidas. Tuvimos suerte porque, al parecer, olvidaba algo y se giró a tiempo hacia adentro. Aprovechamos para subir disparadas y corriendo por el pasillo salimos del edificio.
Una vez fuera y recuperado el aliento, Carla me contó que estaban preparando otro golpe para aquella misma noche. ¡Y sabíamos dónde! Mi corazón brincaba  de alegría y la sensación de optimismo que me había asaltado en la plaza Dam subió hasta mi cabeza. Me abrazé a mi compañera y le estampé dos besos como dos soles. Ella se me quedó mirando pasmada y entonces recordé que tales efusiones no son muy abundantes en el país que me encontraba.
̶   Perdona, es que estoy tan contenta y agradecida por tu ayuda…
̶  No te apures, en realidad me gusta. Me he quedado parada porque se ha apoderado de mi la nostalgia. Recuerdos de …, bah dejémoslo y vamos a buscar a las otras.
Me dejó intrigada, porque aquella mujer era para mí,  un misterio como persona. Recordé que  algunas de las que viven en el beaterio proceden de situaciones sociales desfavorecidas o maltrato machista. 
Habíamos quedado en encontrarnos  en la misma cafetería de antes. Llegamos nosotras primero y como la tarde era suave, salimos a la terraza. Tras una hora de espera aparecieron nuestras amigas.

Si nosotras teníamos buena información la de ellas no se quedaba atrás. Habían descubierto que en aquel lugar se ubicaba  una empresa fantasma que contrataba a quienes robarían las bicicletas y seguramente a los matones que nos atacaron unas horas antes.
̶  Chicas, propongo que nos demos un par de horas de descanso. Luego cenamos juntas y  preparamos todo para pillarlos esta noche ̶  propuse.
Fue aprobado por unanimidad y me sentí muy orgullosa de hacer algo por fin en aquel caso. Porque no sé si alguien se ha dado cuenta, pero por mi parte, poco o nada había descubierto. Lo cierto,  es que soy una agente con suerte y eso también es importante en este trabajo.
Tras la cena en un pequeño restaurante holandés, mientras tomábamos los cafés, rematamos el modo de actuar durante el operativo. Conocíamos el lugar del robo, que no era otro que la casa de Anna Frank. Esta se hallaba situada en un espacio amplio que  nos permitiría observar desde diferentes ángulos. También sabíamos que actuarían a  las tres de la madrugada. Así que, media hora antes, estábamos cada una  apostadas en nuestras posiciones,  lo suficientemente alejadas para no ser vistas pero si para ver.

Faltaban dos minutos para la hora y vimos acercarse a 5 jóvenes a las bibicletas aparcadas junto a la casa. Yo me puse nerviosa temiendo que espantaran a los ladrones. Hicieron algo que no acabé de ver por la distancia, ya que yo me hallaba al otro lado del canal Prinsen, y montando en las bicis se marcharon deprisa. Respiré y seguimos esperando: 5 minutos, 10, 15 y…aparecieron de nuevo los 5 jóvenes. Aquello si que no me lo esperaba, ni yo ni mis compañeras que acudieron junto a la casa de Ann Frank en cuanto se hubieron marchado con otros cinco vehículos.
̶  Es increíble ̶  habló primero Annelies̶  de cinco en cinco.
̶  Por tanto en… ̶  comencé a calcular.
̶  Está muy bien pensado, de este modo no llaman apenas la atención.
̶  Cambio de planes chicas ̶  propuso Marjolein. Dos de nosotras se queda a seguir observando por si hay más sorpresas y las otras toman dos bicis y los siguen. Muy lejos no han podido ir.
Me toco coger la bici junto con Annelies. Los seguimos a una distancia suficiente, aunque en realidad, se debían sentir a salvo, ya que en ningún momento giraron su cabeza. Enseguida llegamos al IJdock, un edificio moderno que alberga un parking cubierto, un hotel, algunas oficinas sedes de ciertos negocios… Nos quedamos fuera hasta que acabaron de traer las 75 y los vimos salir caminando tranquilamente. Tras avisarles, Carla y Marjolein vinieron enseguida porque para nosotras la noche no había terminado. Debíamos buscar el sitio donde las almacenaban y ver si dábamos con alguna pista. El parking tenía un espacio para bicicletas y comprobamos que allí estaban, en el rincón más alejado bien  amontonadas. Contamos 75. No podíamos hacer más y nos fuimos cada una a nuestra casa.

A la mañana siguiente quedamos en el mismo IJdock, en una pequeña cafetería que daba a la calle peatonal. Teníamos todas un aspecto deslucido pero sabíamos que estábamos cerca y eso nos aportaba algo de energía. Decidimos hacer búsquedas individuales, cada una por nuestro lado. A mi me tocó pasearme el hotel, por cierto, una maravilla. En un pasillo me encontré con dos camareras de habitaciones, acababan de limpiar la 220. Eso me hizo recordar mis tiempos de estudiante cuando yo en verano ejercía ese trabajo en el hotel Ordesa y lo simpáticos que eran los huéspedes de la 220, que pasaban allí el mes de julio. Las saludé y tras contarles mi experiencia les pregunté:
̶   ¿Son agradables, vuestros clientes de esa habitación?
̶  ¡Qué dices! ̶  exclamó la mayor de ellas. Es un indeseable.
Yo puse cara de asombro y callé invitándola a continuar. 
̶  Lleva aquí desde abril y de momento no nos los quitamos de encima. Es un poco raro, la verdad. 
Algo en mí hizo clic. Bueno, dos palabras: raro y abril.
̶  Perdonad el cotilleo, pero como también fui del gremio ya sabéis… ¿Tenéis idea de a qué se dedica?
Entonces la que habló fue la más joven:
̶  No creas que no lo hemos intentado averiguar pero no estamos seguras. Negocios, tal vez en Haarlem, hemos visto algún billete de tren en la papelera.
̶  Pero negocios poco claros ̶  añadió la otra.
̶  ¿Por qué lo dices? ̶ pregunté.
̶  Por nada en concreto y por todo. Alguien que comienza una actividad suele estar más animado y tener mejor talante.Con esa cara de vinagre no creo yo que consiga muchos clientes.  Además, hemos visto entrar a gente algo peculiar a su habitación y nunca deja nada a la vista, sino que guarda “algo”  bien cerrado bajo llave en un maletín.
̶  Yo pensaba que era agente de Vigorride, una empresa que pretende construir en Amsterdam un gran parking de bicicletas. Al principio vimos varios folletos suyos, pero luego comprendí que no,  ya que acaban de instalar hace un mes una pequeña oficina cerca de mi casa. Sabes, me ofrecí para hacerles la limpieza semanal  y da gusto trabajar allí. Son una gente de lo más agradable. Al único que aún no conozco es al jefe, siempre anda fuera cuando yo limpio y puedo asegurarte que Ruud no trabaja para  ellos.  Si, Ruud,  ese es el nombre de nuestro huésped.
̶  ¿Te importaría darme la dirección de esa oficina? Tengo interés en conocer mejor el proyecto. Verás, soy periodista y quizá les dedique un artículo.
̶  Ningún problema, en realidad igual hasta les interesa que les hagan propaganda.
Les agradecí su cortesía y salí corriendo antes de que ellas me preguntaran  nada a mí. En la cafetería estaban ya todas con las caras largas y las manos vacías. Mi sonrisa las hizo enderezarse  y frotándome las manos les expliqué lo que había descubierto.
̶  Entonces, si ese tal Ruud no pertenece a Vigorride, ¿qué pretende con el robo de las bicicletas? Nos volvemos a quedar sin móvil ̶  planteó Annelies.
Se hizo un silencio denso en el grupo hasta que Marjolein que se había puesto a mirar un periódico dio un grito  y dijo :
̶   ¡Mirad esto! Es un titular clarificador: ¿A quién beneficia el robo masivo de bicicletas?.
Leímos el artículo con avidez. Relataba el robo de la noche pasada y además el periodista se aventuraba a señalar a Vigorride como culpable aunque sin nombrarla.
̶  ¡Claro, eso es lo que busca Ruud   quien esté detrás de él! Lo que intentan es desacreditar a esa empresa y están comenzando a conseguirlo ̶ aseguré. Pues no queda otra,  que dirigirnos a la dirección que me han proporcionado las trabajadoras del hotel. Pero antes consultaré con la jefa.

La charla fue corta, enseguida estuvo de acuerdo conmigo en que debíamos ponernos en comunicación con la empresa y ponerlos al tanto de lo que habíamos descubierto. Pero antes tomamos  uno de esos tentempiés  que  suelen ingerir en aquellas tierras y que solo  engañan el estómago durante un rato. Que le iba a hacer, formando grupo con tres holandesas.
Llegamos a las oficinas y para no asustarlos entramos solo dos:  Annelies y yo, mientras las otras  se quedaban fuera. Solicitamos  hablar con quien estuviera al cargo y nos pasaron a una habitación más bien pequeña pero luminosa. Enseguida entró un hombre que nos estrecho la mano y nos invitó a sentarnos en un pequeño sofá de dos plazas. Él tomó asiento en una butaca frente a nosotras. En la mesa que nos separaba se podía ver otro periódico que también recogía la noticia del robo de las bicicletas.
Cuando le mentimos, diciendo que éramos periodistas, dio un respingo  y nos apresuramos a aclararle que teníamos información sobre los robos para ponerla a su disposición. Su cuerpo volvió a asentarse y su rostro se redondeó de nuevo. Nos escuchó hasta el final, sin interrumpirnos en ningún momento, aunque de cuando en cuando asentía ligeramente. Antes de hablar él, se tomó su tiempo:
̶  No sé quien sois, pero periodistas no creo. No importa, me parecéis de fiar y os agradezco lo que habéis hecho. Sin embargo, os pido que lo dejéis. Este asunto pasa ya a nuestras manos. Quedáis liberadas.
̶  Lo sentimos pero eso no es posible, no depende de nosotras. Le rogamos que nos permita colaborar con ustedes.
Aquel hombre estuvo otro buen rato en silencio, luego salió de la habitación y nos dejó allí plantadas. Nuestra sorpresa fue mayúscula cuando regresó acompañado de…¿ RUUDDD?.
No entendía nada. Me lo quedé mirando con descaro como para demostrarle que lo reconocía y estaba dispuesta a todo. Entonces me di cuenta de algo, la expresión de su rostro era bien distinta a la que recordaba haber visto en el molino de Haarlem.
̶  Os presento a Edu ̶  dijo nuestro anfitrión, mientras yo pensaba  que ,  de nuevo, se colaba uno de mis alumnos en mi otra vida.
Edu era el dueño  de Vigorride y hermano gemelo de Ruud. Había comenzado a sospechar de él porque,  aunque habían heredado una buena fortuna de sus padres ,  Ruud se dedicó a malgastarla desde el principio , mientras que Ed había sabido hacer un buen uso de ella. A su hermano solo le quedaba el molino de Haarlem que en realidad era  propiedad suya pero que  le había dejado en usufructo para que tuviera algo de lo que comer.   Durante un tiempo, Ed se dedicó a viajar y conocer mundo. Le apasionó África y pasó largas temporadas colaborando con varias ONGs hasta que por cuestiones de salud regresó a Holanda. Como era un hombre de acción se le ocurrió la idea de crear Vigorride. No tenía afán de riqueza ya que gran parte de sus ganancias irían a aquel continente que tanto amaba.
̶  Sentaos por favor, ahora nos traerán un café ̶  comenzó. Me siento agradecido y asombrado a partes iguales. No se quién sois en realidad, pero si está en mi mano hacer algo por vosotras o quien haya detrás…
̶  Por nosotras no se preocupe. Este es  un trabajo voluntario que hacemos en nuestro tiempo libre. Somos apasionadas de los misterios, nada más, y con aclararlos nos damos por bien pagadas ̶  le aclaré
̶  En cierta forma sois también una especie de ONG por lo que veo.
Luego habló largo rato sobre su infancia y la relación con su hermano. Él lo quería mucho y estaba dispuesto a todo por ayudarle aunque, a veces, como en aquel caso, la envidia le hubiera llevado a actuar de aquel modo.  Por supuesto que no deseaba denuncia ninguna. Entendía que se habían cometido delitos y que había más personas implicadas pero aún así nos rogaba que lo dejásemos en sus manos. Entonces intervino Annelies:
̶  Le comprendemos Ed, pero como le dijimos antes a su empleado esa  decisión no está en nuestra mano tomarla. Hablaremos con la organización y si no nos ponemos en contacto con usted en unas horas, quiere decir que hemos abandonado la misión. Así de sencillo y de limpio. Además le aseguraremos, que en ese caso, no quedarán señales suyas ni de su familia en nuestros archivos.
̶  Le deseo éxito en sus proyectos pero sobre todo en la relación con su hermano. En nuestra agencia tenemos una máxima “EL BIEN ENGENDRA EL BIEN”, no hay otro camino.
Unos minutos después estábamos con Carla y Marjolein. Nuestro semblante algo reflejaba del clima que habíamos disfrutado porque ambas nos miraron detenidamente a la cara.
Mientras yo les contaba lo ocurrido Anne hablaba con la jefa. Marjolein hizo lo propio enseguida. Afortunadamente, ambas organizaciones optaron por dar por terminada la misión.
̶  Chicas, esta noche cena española en mi casa. ¿Os parece bien a las 8 y media? Ya sé que no son horas para vosotras, pero un día es un día ̶  propuse.
Y se aprobó por unanimidad.
La cena discurrió animada y tranquila. La tortilla me salió de miedo y el jamón que había metido en mi maleta voló a una  velocidad vertiginosa  haciendo disfrutar a  unos paladares que hacía días que no lo saboreaban. 
Al día siguiente había quedado con todas, ante la catedral vieja de Amsterdam, para dar un paseo en bicicleta y despedirnos, dado que mi vuelo salía por la tarde. Alquilé una y pedaleé con cuidado hasta el centro de la ciudad. Aún así llegué la primera, para que luego digan que los españoles somos poco puntuales. El día seguía agradable aunque había más nubes y el sol iba y venía.
Mientras esperaba paró delante de mí un grupo de turistas españoles. Me arrimé a ellos y seguí sus explicaciones. No había caído en la cuenta pero es cierto que los holandeses no son muy originales que digamos poniendo nombres. La catedral donde nos encontrábamos se llama Catedral Vieja, Oude Kerk, porque hay otra nueva, que por supuesto tiene por nombre Catedral Nueva. Luego,  la guía  mostró una curiosidad que se hallaba fijada al suelo. Había aparecido allí un buen día   originó controversia entre los vecinos que finalmente decidieron dejarla donde estaba. Os preguntaréis de que se trata pero no os lo diré porque los agentes secretos como los magos siempre nos reservamos algo. Podréis averiguarlo cuando visitéis esta ciudad.
Se marchó el grupo y aparecieron mis amigas. Callejeamos por aquella zona donde antiguamente estaba el viejo puerto y luego nos dirigimos al Bloemenmarkt, el mercado de las flores. Compré un montón de bulbos y comimos en un bar cercano. Habíamos aparcado las bicicletas al lado  de la puerta, una encima de la otra y la mía,  la última. Justo cuando nos despedíamos vi como un chaval cortaba mi cadena y se la llevaba. Yo eché a correr gritando como una posesa:
̶  ¡ESA BICICLETA ES MÍA!


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