Iba
a ser un viaje de placer. El primero tras mi jubilación. Lo realizaría con mi
pareja. Los dos estábamos muy ilusionados, porque llevábamos años proyectándolo y por fin lo habíamos
conseguido: la Toscana.
Elegimos
junio, un mes ideal para poder disfrutar de buen tiempo, y con muchas horas de luz para aprovechar bien los
días. Pero, algo se nos cruzó por el
camino, convirtiendo el turismo en
investigación, por cierto, una muy especial para mí.
El
día 10 llegamos a Florencia. Desde hace años, participamos en una plataforma de
intercambio de viviendas y habíamos
conseguido un apartamento en pleno centro, en la calle de Santa Elisabetta. La propietaria no podía recibirnos, por lo que acudió en su lugar una amiga suya, Mel, que hablaba un español muy
gracioso. Lo único malo era que nuestro
alojamiento se encontraba en un cuarto piso sin ascensor. A cambio, desde las ventanas del salón podíamos
contemplar la cúpula de Brunelleschi a una breve distancia, todo un lujo.
Mel
nos encaminó hacia arriba con voz cantarina tomando uno de nuestros bultos. La vivienda
tenía lo que necesitábamos: un dormitorio, un baño y un salón con cocina
abierta. Los muebles parecían sacados de alguna tienda de antigüedades.
Espejos, cuadros y mesa emanaban buen gusto y belleza.
Sobre
las seis de la tarde, una vez instalados, bajamos a gozar de la ciudad. Sin
rumbo ni mapa, como nos gusta hacer en el primer contacto con un lugar en el
que, además íbamos a permanecer
bastantes días.
Nuestros
pies nos dirigieron hacia la plaza de la Señoría. No lo esperaba, así que la
emoción de verme rodeada de tanta belleza hizo que mi pecho experimentara una
fuerte expansión y de mis ojos resbalaron algunas lágrimas. Hacía tan poco que
me había jubilado que, sin pretenderlo, evoqué a toda mi clase del colegio,
para atraerlos conmigo y vivir ese momento.
José
Carlos me señalaba estatuas y edificios pero yo no era capaz de
oír ni de hablar.
̶ ¿Qué te pasa? Si pareces una estatua más ̶ me
dijo, mientras me sacudía suavemente.
̶ Me
siento sobrecogida, no lo recordaba tan impresionante cuando estuve de joven
̶ acerté a responder.
̶ Pues vete espabilando que estamos solo al
principio.
Era bien cierto. El paseo nos regaló una
multitud de gratas sensaciones, a cual más estimulante. Cuando llegamos al
puente Vecchio y a pesar de la multitud que lo atravesaba, en el mismo sentido
que nosotros y en el contrario, mi
memoria se puso en marcha. ¡Por fin reconocía un lugar en el que había estado
hacía más de 40 años! ¡Tal cual, con sus joyerías llenándolo de punta a punta!
Saciados
de arte, volvimos a casa a tomar la cena
que nos había dejado preparada nuestra anfitriona.
Antes
de dormir, estuve buscando información sobre algún ‘free tour’, que al día
siguiente nos introdujera en la historia
y misterios de la ciudad. Imposible. Lo
que nunca nos había pasado. Estaban todos completos.
Por la
mañana, las campanas de Santa Maria di
Fiori nos despertaron pronto. Bajé a la
panadería que había localizado la tarde anterior en nuestra misma calle y
tomamos un rico desayuno con pan de corteza vigorosa y miga densa.
En
seguida salimos hacia la catedral y comprobamos que su fachada principal estaba
ya atestada de turistas.
Yo
seguía empeñada en hacer un tour a pie y por fortuna, di con
un guía en español disponible. El grupo
lo formábamos, además de nosotros, cuatro parejas sudamericanas. Hicimos un buen recorrido,
cargadito de información, porque Leticia, la guía, era un libro abierto a
Florencia y no se quería dejar ni un
rincón por mostrarnos, ni una historia por contar. Además, nos descubrió una
heladería, la Gelateria della Passera, a la que luego volvimos en varias
ocasiones. Es un lugar, que sin ser bello, tiene la gracia de lo auténtico, un
rincón donde la gente del barrio se junta y charla, sin olvidar que los helados
están buenísimos y a un precio muy razonable.
El
día transcurrió apacible y, por la tarde, probamos muy cerca de nuestro apartamento,
un pequeño bar que servía un aceptable aperitivo. En Italia, sobre todo en el norte,
es algo muy arraigado. Se trata de una oferta que hacen los bares entre las
18 y 21
horas, en la que por un precio fijo puedes pedir una bebida y tienes
derecho a comer lo que desees de un bufé preparado para ello.
Volvimos
satisfechos a casa porque, además de lo ingerido, habíamos conseguido entradas a buena hora en
la Galería de los Uffizi.
Cuando
llegamos al día siguiente a la puerta del museo, con bastante tiempo de
adelanto, comprobamos que la cola tenía
unas dimensiones espectaculares. Por
fortuna, el ritmo de entrada era vivo y tardamos
menos de lo que creíamos en alcanzar el control para acceder al interior. A mí me interesaba sobre todo la pintura, pero
comenzamos por la escultura. Fue una decisión excelente, y contagiada por el
entusiasmo de José Carlos, la disfruté muchísimo. Al cabo de una hora nos dirigimos a las salas de
pintura, ricas en cuadros del Renacimiento. Contemplamos algunos famosísimos que
habíamos visto muchas veces en los
libros de texto, aunque por desgracia eran los que más público atraían. Cada
vez las salas se encontraban más llenas y
cuando alcanzamos las del Barroco,
un tumulto de gente atrajo nuestra atención. Había una mujer tendida en el
suelo y cada vez más turistas en torno a ella. Alguien dijo:
̶ Por favor, dejen sitio, soy médico.
La sala
de al lado se había vaciado y nosotros no podíamos hacer nada, así que tiré de
José en esa dirección, pero no se movió.
Me
encontré sola en un espacio
demasiado oscuro para mi gusto y lo fui
recorriendo de izquierda a derecha, acompañada por un olor a madera con un
toque fresco. Cuando mis ojos se
detuvieron en el último cuadro, me quedé de piedra. Justo entonces entraba mi
marido con una cara muy extraña.
̶ ¡Es Mel! ¡La mujer que está ahí afuera en el
suelo es Mel!
̶ ¡No puede ser! ¡Vamos! ¡No, espera, antes tienes que ver esto! ̶ exclamé mientras lo llevaba ante un cuadro.
La obra
tenía por título La Sguattera pero parecía
una pintura cubista porque alguien lo había estropeado pintando encima de él.
Salimos enseguida, pero a Mel ya se la llevaban en una camilla hacia la salida.
La gente comenzó a entrar en la sala y
en unos minutos se armó allí otro gran
revuelo. Varios auxiliares del museo se
acercaron enseguida y la desalojaron
mientras una de ellas solicitaba:
̶ Si alguien ha visto algo, que espere fuera, por
favor.
̶ ¿Qué hago? Yo ver no he visto pero sí que he
olido ̶ comenté.
̶ Anda, vámonos. Pues no ha habido gente ahí ni
nada toda la mañana, para que un olor tenga importancia.
̶ Tienes razón. Voy a llamar a Anne y le
decimos lo de su amiga. Pobre, ¿qué le habrá pasado? Esperemos que haya sido un
simple mareo.
Marqué
el número de nuestra anfitriona y sonó varias veces sin respuesta. Como
empezábamos a sentir apetito, buscamos un restaurante en el que nos habíamos
fijado el día anterior, la Trattoria Dall’Oste, donde comimos una estupenda
carne acompañada de patatas y ensalada.
Fue
a media tarde cuando finalmente di con Anne. Nos dijo que lo de Mel solo había
sido un susto y que las dos estaban ya trabajando en la Fundación. Aproveché
para preguntarle si sabía algo de lo que había ocurrido con un cuadro en los
Uffizi, pero no tenía conocimiento del
hecho. Ante mi curiosidad e insistencia me prometió que en cuanto averiguara
algo me informaría.
Por
la noche, como no tenía sueño, estuve buscando información sobre el cuadro en
cuestión y curiosamente no encontré
ninguna noticia sobre el suceso. Pero averigüé que se trataba de un cuadro de
Giuseppe Maria Crespi, conocido, entre
otras cosas, por pintar escenas de cocina y otros temas domésticos.
Anne
no me llamó y decidimos salir al día siguiente de la ciudad. Nos dirigimos a
uno de los lugares que nos había sugerido ella,
Colle Di Val D´Elsa, porque al
lado había anotado ‘poco frecuentado por los turistas’. Un acierto total. En su
parte alta encontramos la villa medieval, que permanece intacta. Paseamos, prácticamente solos, saboreando
cada rincón, en el silencio de sus largas calles. Justo al fondo de la principal dimos con un antiguo edificio convertido
ahora en escuela. Me acerqué a mirar y, en ese momento, el barullo de la salida
de las clases llenó el aire de palabras
y risas. Fue algo mágico que me hizo evocar los versos de Lorca:
silencio
de la calleja!
Un
silencio hecho pedazos
por
risas de plata nueva.
Instituto Ancelle del Sacro Cuore, ponía con letras azules en una baldosa blanca, junto a la puerta de hierro que daba acceso al patio. Varias madres y algún padre esperaban a su prole y dos maestras atendían la salida.
Instituto Ancelle del Sacro Cuore, ponía con letras azules en una baldosa blanca, junto a la puerta de hierro que daba acceso al patio. Varias madres y algún padre esperaban a su prole y dos maestras atendían la salida.
—Te recuerdo que estás jubilada —sonó en mi
oído con un tono cariñoso a la vez que burlón
—Ya
lo sé. Pero…es que me encanta verlos.
Fíjate bien, no hay ningún niño feo.
Nos
dimos la vuelta, deshaciendo nuestro camino, hacia la salida de la villa. Entonces
descubrimos la Cripta de la Misericordia que nos había pasado desapercibida
antes. Sorprendía la luminosidad que
había en su interior. Pintada en colores claros, desprendía un aire alegre que nunca había encontrado en cripta alguna.
Por
la noche me llamó Anne y quedamos en vernos al día siguiente pronto para desayunar. Nosotros queríamos visitar después
el Palacio Pitti, a ser posible, sin
muchas aglomeraciones.
A
las 8 en punto llegamos a la cafetería y enseguida apareció ella acompañada de su amiga Mel. Tenía un aire
fresco y parecía totalmente recuperada. Nos explicó que, de repente, se encontró indispuesta y ya no recordaba nada
hasta el mismo hospital. Al parecer había tenido una bajada de tensión, sin mayor
importancia. De hecho, ni siquiera pensaba comentar nada al ir por la tarde a
la Fundación. Fue Anne quien, avisada por nosotros, le preguntó y así supieron
todos lo que le había ocurrido. Por supuesto centramos la conversación en el
asunto.
− −Sí,
claro. Estuve en la sala del Barroco y vi “La Sguattera”, el cuadro de Crespi, pero no presentaba
ninguna señal de que lo hubieran pintarrajeado −nos comentó.
¿ −¿Qué
opináis vosotras al respecto? –pregunté.
Anne
tomó la palabra. Me sorprendió que llevara puestas unas enormes gafas de sol y que no se las hubiera quitado dentro de la
cafetería.
−En
mi opinión, más bien parece una
gamberrada porque, de momento, nadie
ha reclamado la autoría. Sin
embargo, en la Fundación hay compañeros que piensan que se trata de un grupo de
estudiantes anti-barroco.
−Anne, nadie se pone en peligro por una gamberrada de ese tipo –aseguró
Mel y continuó con el mismo tono, rotundo y firme−. Habéis de saber que en
Florencia proliferan grupos y grupúsculos de todo tipo, relacionados con el
mundo del arte. Incluso nosotras pertenecimos a uno cuando éramos estudiantes.
Reivindicábamos el protagonismo de las
artistas, para que se les diera mayor visibilidad en los estudios artísticos.
De hecho, es de ese grupo del que procedemos varias de las personas que
trabajamos en la Fundación.
−¡Vaya!
Entonces, ¿los objetivos de vuestro trabajo caminan por esa senda?−preguntó
José Carlos.
−¡Claro!
Se trata de una Fundación que ayuda a promocionar a mujeres artistas,
principalmente a pintoras –volvió a intervenir Mel.
Escuchar aquello me encantó y me provocó el deseo de conocer mejor su
trabajo, así que me atreví a preguntar
−¿Sería
posible visitar vuestra sede aquí en Florencia para conocer un poco más lo que
hacéis?
−Esta semana la tenemos algo complicada, pero como vais a estar
bastantes días, a la próxima os hacemos
un hueco. Además, yo estaré fuera un par
de días con varios alumnos. También doy clase de Historia del Arte en la
Accademia d’Arte-ADA. Por cierto, está muy cerca del apartamento, así que, si en algún momento queréis, también os la
puedo mostrar
Terminamos
el desayuno contándoles nuestras impresiones sobre la ciudad y la excursión del día anterior. Mel tenía algo
urgente que llevar a cabo y salió
apresurada. Anne, siguiendo en su línea de excelente anfitriona, se empeñó en
invitarnos.
Caminamos
a paso rápido hacia el Palacio Pitti para conseguir entrar lo antes posible. El
acceso fue sencillo y al entrar vimos que se podían visitar las cocinas, recién
restauradas, con guía. Nos apuntamos para el grupo siguiente y, mientras,
escogimos algo ligero: el Museo de los Trajes. Pasamos un buen rato conociendo
el recorrido de la moda, desde el siglo XVIII al XX.
La visita a las cocinas era en italiano, así que, pudimos seguirla con cierta facilidad. Nos interesó especialmente conocer las condiciones en las que trabajaban en aquellas estancias, quienes estaban al servicio de los Medici. Contaban con abundante menaje y espacio, pero escaseaba la luz. Me sorprendió ver en la esquina donde se encontraba el fregadero una reproducción del cuadro La Sguattera. La guía se dio cuenta de cómo lo miraba y nos aclaró:
La visita a las cocinas era en italiano, así que, pudimos seguirla con cierta facilidad. Nos interesó especialmente conocer las condiciones en las que trabajaban en aquellas estancias, quienes estaban al servicio de los Medici. Contaban con abundante menaje y espacio, pero escaseaba la luz. Me sorprendió ver en la esquina donde se encontraba el fregadero una reproducción del cuadro La Sguattera. La guía se dio cuenta de cómo lo miraba y nos aclaró:
− Nos
dirigimos a la Galería de Arte Moderno. No pudimos entrar. Un revuelo de
personas y voces y, sobre todo, el alto
de un guardia de seguridad, nos detuvo unos metros antes. Nos hicieron retroceder
para dejar paso a los servicios sanitarios. Pasado un rato regresaron con una
persona en la camilla. En ese momento se me cayó el sombrero que llevaba en la
mano y me agaché a recogerlo, justo a
tiempo, para divisar el rostro del
hombre que había sufrido el percance.
En
cuanto fue posible entrar, nos dirigimos al siglo XIX. Me interesaba conocer el trabajo de los Macchiaioli, los
manchadores, un movimiento pictórico que se desarrolló precisamente en la
ciudad de Florencia en la segunda mitad de dicho siglo. Se proponían cambiar
por completo la cultura pictórica en Italia y, aunque en su momento no fueron
bien acogidos por la crítica, actualmente se considera el movimiento más relevante
del momento. José Carlos iba delante cuando entramos en la siguiente sala.
−
¡ −¡Otra vez lo han hecho! ¡Ven, ven, mira ese cuadro!
¡ −¡Otra vez lo han hecho! ¡Ven, ven, mira ese cuadro!
− −¡No
puede ser, lo han destrozado por completo!
−Será
mejor que salgamos de aquí, no vaya a ser que nos echen la culpa. ¡Ya es
casualidad que seamos los primeros en verlos como en Uffizi!
Tuvimos
suerte porque, tras llegar a la otra sala y escondernos en un saliente, oímos
como llegaban dos trabajadoras del Palacio y empezaba el baile. Por fortuna, yo había conseguido
memorizar el nombre del autor, Silvestro Lega
y del cuadro, Visita alla Balia.
Aunque
algo inquietos, recorrimos la Galería Palatina y la medio disfrutamos. Mi cabeza no paraba de
dar vueltas a lo sucedido y me parecía todo menos casualidad. Ya estaba
temiendo la llamada de mi querida jefa para hacerme “un encarguito, ya que estaba en el sitio”.
Teníamos
el día apretado así que nos tomamos unos bocadillos mientras paseábamos por los
Jardines de Boboli, la zona verde más extensa de Florencia: grutas, fuentes, un
pequeño lago, cientos de estatuas y miles de árboles. Aunque seguía teniendo el
cuadro malogrado en mi cabeza, el paseo me ayudó y al final de la tarde, cuando
subimos las escaleras del Duomo y contemplamos desde arriba la ciudad, la
pintura se había perdido en algún recoveco de mi memoria. Pero tras el descanso
y la cena, las imágenes del cuadro brotaron de nuevo y, aunque hice
concienzudas búsquedas en internet, nada se comentaba al respecto. Llamé a Anne
con el deseo de que ella pudiera aclararnos algo, pero no me contestó. Su
marido había vuelto de un largo viaje
hacía dos días y supuse que deseaba más tiempo con él. Le dejé un mensaje:
−Buenas noches, Anne. Estamos muy a gusto en tu casa. Perdona nuestra insistencia, pero nos gustaría hablar contigo de algo que nos ha sucedido hoy en el Palacio Pitti. ¿Sería posible visitar mañana a última hora de la tarde la Fundación? Así te lo contamos con tranquilidad. Un saludo.
−Buenas noches, Anne. Estamos muy a gusto en tu casa. Perdona nuestra insistencia, pero nos gustaría hablar contigo de algo que nos ha sucedido hoy en el Palacio Pitti. ¿Sería posible visitar mañana a última hora de la tarde la Fundación? Así te lo contamos con tranquilidad. Un saludo.
La
Toscana es una región llena de pueblos y ciudades con mucha historia y belleza,
a lo que se le une un paisaje de suaves colinas, viñedos serpenteantes, olivos
centenarios… El viernes nos levantamos pronto y nos lanzamos con ímpetu a recorrer
una buena parte de la región. El plato
fuerte era Siena y precisamente en su enorme plaza, sonó mi teléfono. Casi me
da algo. Lorena, mi jefa atacaba de nuevo.
−Pronto−utilicé
el modo italiano para responderle.
−Vaya,
te veo muy adaptada.
−Espero
que no me llames para interrumpir mi viaje. Esta vez no se te ocurra, porque yo
de aquí no me muevo –la amenacé.
−Tranquila
querida. La misión que tienes preparada se ubica en Florencia, aunque no
descartamos que se ramifique fuera.−mientras la escuchaba me di cuenta que
seguía siendo una pardilla ante ella.
−No.
Lo siento, pero deberás buscarte a otra – me atreví a oponerme.
−De
sobra sabes que no acepto un NO por respuesta. −Y continuó como si nada−. Tienes
una compañera de apoyo, que de hecho ya conoces. Se trata de tu anfitriona,
Anne. Acabo de hablar con ella y tiene toda la información con la que de
momento contamos. Te llamará luego.
−
Tras
esas palabras me quedé paralizada. ¡Anne y yo pertenecíamos a la misma
organización! En este punto, hasta
llegué a pensar que nada era casual en este viaje. Y seguí escuchando la
voz de Lorena:
−Tú
verás cómo haces con tu marido, lo que le explicas y hasta dónde
lo implicas. Contarás, como siempre, con una buena cobertura como agente
de la Interpol, pero para él no habrá nada. Andad con cuidado, no responderemos por él.
−
Mi
marido, claro. Contento se iba a poner. A ver cómo se lo explicaba yo. Pero… ¿que
estaba pensando…? ¿Eso quería decir que aceptaba? ¡Qué remedio!
El
hecho de que fuese mi anfitriona la compañera de trabajo, provocó en mí un
cambio repentino. Un pequeño volcán de ilusión se puso en marcha desde mi
estómago y una energía vigorosa alcanzó a mis brazos y piernas. Mi mente
se activó para afrontar la conversación con José Carlos. Si dijera que fue fácil mentiría, pero con paciencia y mano izquierda, llegamos
a una acuerdo. Él aceptaba, siempre y cuando tuviera suficiente información,
pudiera apoyarme y no dejásemos de visitar ciertos lugares, además de que, por
supuesto, los gastos corrieran a cargo de mi jefa.
Como
Anne no llamaba, continuamos con nuestros planes y disfrutamos de la belleza de Monteriggioni, Siena y finalmente Arezzo, una
ciudad de cine, en la que se rodó la película La vida es bella. Paseando por ella reconocimos lugares del film y nos llenamos de la hermosura de los
edificios que, por fortuna, se habían reconstruido por completo tras la II
Guerra Mundial. Al salir de la catedral recibí su llamada. Fue una conversación
breve y profesional, sin aspavientos por parte de ninguna de las dos. Fijamos
una hora para vernos y colgamos.
La
Fundación se encontraba situada en Via dell’Erta Canina, en una pequeña villa
con vistas a la ciudad. Desde la calle nada hacía suponer el confort y la
suntuosidad que encontraríamos dentro. A las 7 de la tarde, recién llegados de
nuestro día de turismo, tocamos al timbre junto al que había una pequeña placa
donde se leía “Nella Donna”. La
puerta se abrió unos minutos después. Entramos algo cohibidos y vimos que Anne nos hacía señas desde lo
alto de la escalera situada justo frente a la entrada. Estaba seria pero su voz
sonó cálida y acogedora:
−Subid,
por favor. Hablaremos mejor en mi despacho −el verbo hablar estaba destinado
solo a mí. José fue conducido a la
terraza y atendido por Mel.
−Oye,
tengo una duda, ¿qué saben en la Fundación sobre esta actividad secreta tuya y
mía? – fue lo primero que quise saber.
−¡Ah!,
tranquila. Hace tiempo que les hablé de ello,
casi desde el principio de entrar en la Agencia. Me busqué un voluntariado lo
suficientemente aséptico como para que nadie tuviera ninguna sospecha.
Trabajamos en una organización que intenta acercar el mundo del arte a los
niños de cualquier parte del mundo. Incluso creé una página web que mantengo en
funcionamiento. Como tú eres maestra, jubilada recientemente, les he comentado
que quiero que te unas a mi causa. Vamos
a preparar juntas una actividad en España que gestionarás a la vuelta y, al
regresar hoy pronto del viaje con mi alumnado, he encontrado un hueco para ir adelantando.
Todo controlado.
−
No
nos entretuvimos en comentar nada referido a casualidades y destinos, sino que entramos de lleno en el meollo de la
misión.
−Lorena
me ha enviado por mail toda la información relativa a la tarea que nos
encomiendan –comenzó diciendo, a la vez
que disponía un refresco para mí.
−Se
trata de los cuadros, ¿verdad? Que sean ya dos, tan seguidos y en esta ciudad…
−Así
es. En el mundo del arte se ha despertado cierto temor. Creen que esto es solo
el comienzo de algo mucho más grande que puede extenderse por todo el mundo.
Parece una advertencia y es urgente conocer a qué o a quién se dirige, porque de momento, tanto el objetivo como el
artífice permanecen en la oscuridad.
−Supongo
que no tendremos demasiada información.
−Están
a la espera de lo que nos puedan aportar las cámaras de seguridad, pero descartan
por completo la gamberrada, obviamente. De entrada, tendremos que investigar a cualquiera de los grupos que
mencionamos la otra mañana. Como yo estoy más relacionada con este campo, me
haré cargo de ello. A ti te tocará llevar
a cabo preguntas en los dos museos.
−
Aprovechó
para entregarme las credenciales Interpol que había recibido aquella misma
tarde y juntas pasamos a mirar detenidamente en el ordenador el listado de
grupos que ella había recopilado previamente.
−Por
lo que veo, todos ellos tienen que ver con el objetivo de denigrar a un estilo
pictórico. No creo que los tiros vayan por ahí. No me parece razón suficiente
para destrozar obras de arte. Demasiado odio.
−Uf,
si tú supieras…He oído a jóvenes, y
otros no tanto, hablar con una saña que hacía que les temblara la voz. Pero ya
sabes, esta será mi parcela. Tú puedes y
debes comenzar una vía diferente en la medida que vayas haciendo conjeturas.
−Desde
luego –y le pregunté, aunque en verdad era yo quien me interrogaba dado que
estaba con mi marido−. ¿Te parece posible
que esta misión pueda llegar a
convertirse en algo peligroso?
−¿Y
cuándo no lo es? Llevo cerca de 60 y en
más de la mitad me he visto en serios problemas.
En
ese momento recordé que en mi caso se trataba de la acción 50, un bonito número que se asociaba al oro y
a la gloria dentro de la Agencia. Si todo iba bien, viajaría a una ciudad
maravillosa y tras una suculenta comida con Lorena, recibiría una pulsera
dorada en tres tonos. Divagando sobre ello,
perdí parte del desglose que mi compañera iba haciendo de los “problemillas” que había vivido.
−Ay,
perdona, no te estaba escuchando. Se me ha ido el santo al cielo.
−No
te preocupes, otro día nos contamos aventuras.
−.
Nos
reunimos en la terraza con Mel y José. La ciudad se ofrecía sin ninguna reserva a nuestros ojos. El sol
todavía acariciaba la cúpula de Santa María, mientras que las sombras iban poco
a poco alcanzando la ciudad. A plena luz observé que Anne llevaba un maquillaje
concienzudo que parecía no ir con ella. Nos acompañaron hasta la puerta y
aproveché para dirigirme a Mel.
−¿No has vuelto a marearte? –quería observar su
reacción, porque algo me decía que debía
vigilarla, algo que sonaba a hueco según como hablaba.
−Me
encuentro estupenda –respondió con una pose erguida y perfecta, aunque me pareció
percibir cierto temblor en su párpado derecho.
−Me
alegro, mucho mejor así. Cuídate y bebe mucha agua.
−
Cenamos
en casa porque queríamos salir cuanto antes a la plaza de la Señoría, ya que allí había un evento que habíamos visto anunciado. Acierto total. Una
enorme banda de música ofreció un concierto repleto de éxitos de la música de
los 80 y los 90.
Al
volver a casa me enredé un buen rato anotando algunas estrategias con las que comenzar el trabajo al día
siguiente. Quería ser ágil, de forma que las visitas que teníamos previstas
durasen lo menos posible y de este modo disponer de tiempo para nosotros.
Nos
levantamos pronto porque queríamos subir al ‘Campanille´, a ser posible, sin
mucho gentío ni demasiado calor. Entramos enseguida y poco a poco alcanzamos el
último tramo de escaleras. Contemplamos la cúpula de Brunelleschi 10
metros por debajo, que es la diferencia
de altura entre ambos elementos de la catedral.
Al bajar nos separamos. José hacia el Mercado de San Lorenzo y yo a la
Galeria Uffizzi.
Sentí
cierto agobio cuando vi la enorme cola que había a la entrada del museo, aun sabiendo
que yo pasaría enseguida. El tiempo fue mayor
del esperado, pero en cuanto quedó claro
quién era, acudió Gina, la vigilante de sala que me habían asignado para acompañarme.
Después
de llevar a mis espaldas tantas
misiones, procuro no vanagloriarme de los privilegios que tengo en situaciones como
esta. Me recuerdo a mí misma que recibo
ese trato porque entrego, de manera
voluntaria, mi tiempo y esfuerzo. Se
trata de un trabajo desinteresado que he elegido arrastrada por los valores que propugna la Agencia y que yo comparto: búsqueda de la Verdad, Cooperación y Perdón.
Gina me condujo hasta la sala donde había
ocurrido el destrozo. El lugar del
cuadro estaba vacío. Me situé allí y me pareció que las cámaras de seguridad no alcanzarían
aquella esquina. Después bajamos al sótano, donde estaba el taller de
restauración y pude ver de nuevo La Sguattera. Esta vez, con calma, me di cuenta de algo que no había
percibido. La obra no estaba enmarañada, más bien se adivinaba que habían pretendido modificarla.
−Perdona
Gina, ¿puedo ver una foto del cuadro tal como era antes?
−Si
claro, ahora vuelvo con ella – era mujer de pocas palabras.
−
En cuanto
me la entregó, hecha a tamaño real, puse una al lado de la otra.
−¿Qué
ves? –le pregunté
−Yo
diría que han intentado darle la vuelta a la mujer que está lavando.
−Eso
creo. No quisieron emborronar la obra,
aunque lo han hecho, sino más bien cambiarla. Por cierto, ¿dónde estabas tú en
el momento del suceso?
−En
mi casa.
−¿Cómo?
¿No eras la vigilante encargada de esa sala?
−Sí,
pero mi compañera Lina me llamó la noche anterior para hacerme un cambio. Era
ella la que estaba ese día.
−Necesito
hablar con ella. Por favor, ¿la podéis llamar?
−
Entonces me enteré que Lina se había sentido mal por lo ocurrido y que había sufrido un ataque
de ansiedad. Le habían dado la baja y se
había marchado a Riomaggiore con su familia.
−¿Eso
queda lejos de aquí? –pregunté y añadí− porque es imprescindible que hable con
tu compañera.
−Antes
de partir, ya la interrogó la policía italiana –y añadiendo su opinión,
continuó en un tono demasiado desabrido− Lo cierto es que no entiendo qué hace una
española de la Interpol en un suceso como éste.
−
Hasta ese momento la había encontrado si no amable, al menos discreta, por lo que su comentario me descolocó de entrada. En unos segundos me recompuse:
−Gina, su opinión –pasé a la distancia que marca el usted− no cuenta. Necesito que alguien me dé detalles sobre Lina y me ponga en contacto con ella cuanto antes.
Hasta ese momento la había encontrado si no amable, al menos discreta, por lo que su comentario me descolocó de entrada. En unos segundos me recompuse:
−Gina, su opinión –pasé a la distancia que marca el usted− no cuenta. Necesito que alguien me dé detalles sobre Lina y me ponga en contacto con ella cuanto antes.
Aunque
mi tono fuera educado, bajó los ojos y murmuró algo mientras caminaba hacía la
salida. Comprendí que debía seguirla y así lo hice. Nos detuvimos ante la
puerta del director del museo y tras dar un par de suaves golpes, la abrió y me dejó paso.
Sentado ante una mesa llena de documentos se hallaba Eike Schmidt, primera persona no italiana en estar al frente de Uffizi desde su creación. Me confirmó lo que ya sabía de Lina y me proporcionó la dirección exacta, su teléfono y la mejor forma de llegar si dado el caso necesitaba verla en persona. Por mi parte le sugerí que no le avisara de mis intenciones y que advirtiera a Gina en el mismo sentido, bien sabía yo que la sorpresa contamina menos los recuerdos.
Tomé un taxi para dirigirme al Palacio Pitti, con el objeto de terminar antes de la hora de comer y poder dedicar la tarde al turisteo. Eike había tenido el detalle de llamar avisando de mi visita, por lo que ya me estaban esperando a la entrada y no perdí tiempo en las comprobaciones. Esta vez fue un varón de nombre Nino, según se presentó, el asignado para ayudarme. Pedí ver en primer lugar la obra. Me urgía comprobar la hipótesis que había iniciado en el otro museo. El taller se encontraba en la planta calle, en una sala luminosa donde trabajaban varias personas en la conservación del abundante patrimonio pictórico con el que contaban. Ya tenían dispuesta una foto junto al cuadro. Esta vez los trazos eran algo más burdos, con el inconveniente añadido de ser una escena con varias personas y de un tamaño menor, pero no tuve duda de que la intención era la misma, modificar parte de la escena y en concreto la posición de los personajes. Aun así le pregunté a Nino su opinión y, tras mover la cabeza a izquierda y derecha, se aventuró:
−Yo diría que lo que pretendían era poner de frente a la mujer con el niño y de espaldas a la señora rica.
Sentado ante una mesa llena de documentos se hallaba Eike Schmidt, primera persona no italiana en estar al frente de Uffizi desde su creación. Me confirmó lo que ya sabía de Lina y me proporcionó la dirección exacta, su teléfono y la mejor forma de llegar si dado el caso necesitaba verla en persona. Por mi parte le sugerí que no le avisara de mis intenciones y que advirtiera a Gina en el mismo sentido, bien sabía yo que la sorpresa contamina menos los recuerdos.
Tomé un taxi para dirigirme al Palacio Pitti, con el objeto de terminar antes de la hora de comer y poder dedicar la tarde al turisteo. Eike había tenido el detalle de llamar avisando de mi visita, por lo que ya me estaban esperando a la entrada y no perdí tiempo en las comprobaciones. Esta vez fue un varón de nombre Nino, según se presentó, el asignado para ayudarme. Pedí ver en primer lugar la obra. Me urgía comprobar la hipótesis que había iniciado en el otro museo. El taller se encontraba en la planta calle, en una sala luminosa donde trabajaban varias personas en la conservación del abundante patrimonio pictórico con el que contaban. Ya tenían dispuesta una foto junto al cuadro. Esta vez los trazos eran algo más burdos, con el inconveniente añadido de ser una escena con varias personas y de un tamaño menor, pero no tuve duda de que la intención era la misma, modificar parte de la escena y en concreto la posición de los personajes. Aun así le pregunté a Nino su opinión y, tras mover la cabeza a izquierda y derecha, se aventuró:
−Yo diría que lo que pretendían era poner de frente a la mujer con el niño y de espaldas a la señora rica.
− - ¿Verdad?
Era usted quien estaba al cargo de la sala, ¿no? ¿Qué recuerda?
− −Si le soy sincero, muy poco. Llevaba unos veinte minutos allí parado y fui
caminado a la sala anterior, en la que se encontraba un grupo pequeño de
visitantes. Me distraje mirando a un niño, que parecía aburrido y jugaba a
girar sobre sí mismo. Me gustó contemplar la expresividad de su cuerpo y la
libertad con que expresaba en su rostro el hastío. Le llamé y me puse a hablar
con él en voz baja y con mímica. Es que, sabe, me encantan las criaturas ¡son
tan divertidas! Habrían pasado unos 10 minutos cuando escuché un grito al otro
lado. Dos turistas ingleses estaban delante del cuadro, ya estropeado. Tenían
los ojos tan redondos y abiertos que temí por ellos. No vi a nadie más, se lo
aseguro. Y por lo que hemos comprobado, la cámara que enfocaba precisamente
hacia ese lugar estaba desconectada.
−Ya.
¿Y el hombre que vimos salir en camilla?
−¡Ah,
sí! Sin poder mediar palabra con los dos
ingleses, se oyó un griterío en la sala contigua. Un varón, creo que un
asiático, había sufrido una lipotimia. Es algo frecuente, sobre todo cuando las
temperaturas son altas como en estos días.
−Muchas
gracias Nino por su atención. Me gustaría seguir en contacto por si alguien o
usted mismo puede aportar algo más sobre lo ocurrido. Aquí tiene mi tarjeta.
Salí
de allí y llamé a Anne. Era urgente que nos viéramos. Quedamos a las 6 en la Fundación.
Comí
con José en el mercado de San Lorenzo. Le había entusiasmado por la mañana y
reservó en un bar donde probamos una pasta espectacular. Le fui contando los
datos recabados y comencé a darle forma
a una hipótesis mientras los desgranaba.
A
las 4 teníamos reservada la visita al Museo de la Opera del Duomo, donde
pudimos recrearnos contemplando la
auténtica Puerta del Paraíso, que allí se guarda, y con un buen número de
esculturas originales del Campanile, Battistero y Duomo.
Llegamos
puntuales a “Nella Donna”. Estaba el equipo de Florencia al completo, tres
mujeres y un varón. Primero nos
invitaron a un refresco en la terraza y así conocimos a Beatrice, Mariella y
Massimo. Hacía calor, por eso me sorprendió ver que Anne llevaba una camisa que le tapaba los brazos por
completo. Nos hablaron de las últimas artistas a las que estaban ayudando y
también de una pintora rusa, Julia
Pelikhova, que colaboraba con ellos desde la isla de La
Gomera.
−Si
vais por allí no dejéis de visitar su última exposición “Gomerian Dreams” – nos
recomendó Mariella.
− −Pues
no sería de extrañar que viajemos allí en otoño, a mí me gustan muchísimo las
Canarias, sobre todo Tenerife, pero tenemos pendiente conocer mejor La Gomera.
En nuestro último viaje estuvimos allí solo
unas horas. –respondió José.
Observé
que Anne tomaba vino estando trabajando, si bien es cierto que fue una copa
pequeña. Mel, que había seguido mi mirada, aclaró:
−Sí,
Carmen. Anne siempre toma una copa de prosecco bien frío, a poder ser, extra
seco. Creo que ya no conoce el sabor de ninguna otra bebida. Rarezas de
artista.
− −Ah
bien. Y supongo que llevar manga larga con esta temperatura será otra de sus
curiosas costumbres –aproveché la circunstancia.
.
Se
creó un silencio eléctrico en el grupo. Anne bajó los ojos y Massimo lo atajó:
−Algo
así. Nuestra amiga está llena de misterios, ya la irás conociendo, pero no
temas, es una bellísima persona.
−
Mi
colega finalizó el tiempo de asueto con voz algo temblorosa:
−Vamos, Carmen, tenemos trabajo.
−Vamos, Carmen, tenemos trabajo.
Cuando
llegamos a su despacho se había recuperado y su tono era ya sereno y claro.
Comenzó ella exponiendo sus pesquisas:
− −Me gustaría decir que he encontrado algo de donde
tirar pero no es así. Al menos he descartado cuatro grupos que operan en
diferentes escuelas. El primero de ellos en la Universidad. Centra sus críticas
en el Renacimiento y, por tanto, no
encaja con ninguna de nuestras obras. El segundo, en el Instituto Marangoni, donde
trabaja una buena amiga. Ella me ha informado que entre su alumnado existe una
corriente contraria al hiperrealismo. No es nuestro caso. En el Instituto
Palazzo Spinelli me he empleado a fondo, ya que se dirige a la formación de
restauradores. Me he entrevistado con el profesorado y he consultado con varias
alumnas. He visto demasiado amor y respeto por la creación de los artistas
sobre los que trabajan. Nada. En la Escuela de Bellas Artes he encontrado un grupo que denuncia “la falsedad de los
impresionistas”, tampoco es exactamente lo que pensamos. Claro, debemos tener
en cuenta que Florencia está llena de escuelas y academias, pero algo me dice,
tras mi trabajo de hoy, que debemos buscar
por otro lado.
− −Pues escucha, porque yo he encontrado algo
que al menos nos abre una vía. Los cuadros no están manchados aleatoriamente,
sino más bien modificados. Verás, te he traído unas fotos para que tú misma
saques conclusiones.
Las
extendí sobre la mesa y ella las examinó
con detenimiento. Mientras, yo miraba su rostro, que de nuevo me pareció
demasiado cargado de maquillaje. Le daba un aire falso. Cuando levantó los ojos
de las fotos, reconocí en ellos una mirada más viva y perspicaz.
− −Esto sí que no me lo esperaba. Tienes razón,
han intentado cambiar el cuadro. En el primero, a la mujer que friega le han
dado la vuelta y en el otro han intercambiado la postura de dos de los
personajes, bueno, tres si contamos al niño. Algo nos están diciendo pero, ¿qué?
− −Ese “qué” nos podría llevar al por qué y, de
ahí, a quién. La parte negativa es que en este caso tampoco tenemos imágenes de
las cámaras de seguridad. En los Uffizi no alcanzaba bien el lugar y en Pitti
estaba anulada la de la sala.
Le
expliqué luego lo poco que había sacado hablando con los vigilantes y que
precisamente una no se encontraba bien y estaba de baja.
− −¿Sabes?, me ronda una sensación difusa. No sé
decirte, pero me da que la vigilante que está de baja puede esconder algo.
–continué.
− −Ve a hablar con ella a su casa.
− Eso pensaba, solo que está en Riomaggiore.
− ¡Mira qué bien! Ahí tienes una oportunidad de
conocer Cinque Terre. Vete con tu marido y aprovechad para conocer esos cinco
bellos pueblos −y levantándose comenzó a
rebuscar en su escritorio para regresar con varios folletos.
− −No es mala idea. Supongo que a José le
encantará, porque él estaba bastante empeñado en ir hasta allí. Nuestra sobrina
Laura le había hablado muy bien. Mira por donde, le voy a dar una alegría, es
una forma de compensarle.
− Yo con las fotos consultaré con algunos
colegas a ver si somos capaces de dar con el “qué”.
Cuando ya salíamos a encontrarnos con el resto, tuve la osadía de preguntarle:
Cuando ya salíamos a encontrarnos con el resto, tuve la osadía de preguntarle:
− −
Perdona mi atrevimiento, ¿por qué usas tanto
maquillaje?
Anne se puso rígida, sus ojos miraron para otro lado y se quedaron sin expresión y yo me sentí fatal porque me di cuenta que había metido la pata. Aun así ella farfulló una respuesta algo confusa pero más respetuosa que la mía:
−No soy de sol y mi madre siempre me enseñó la necesidad de estar a la altura sin estropear la piel y tengo más razones pero serían muy largas de explicar. Vamos.
Anne se puso rígida, sus ojos miraron para otro lado y se quedaron sin expresión y yo me sentí fatal porque me di cuenta que había metido la pata. Aun así ella farfulló una respuesta algo confusa pero más respetuosa que la mía:
−No soy de sol y mi madre siempre me enseñó la necesidad de estar a la altura sin estropear la piel y tengo más razones pero serían muy largas de explicar. Vamos.
Mientras
buscábamos un restaurante para la cena, fui poniendo a José en antecedentes de
nuestro viaje. Nos acostamos pronto para poder madrugar al día siguiente y
salir hacia la Spezia, donde tomaríamos el tren que recorre los pueblos Patrimonio
de la Humanidad.
Aunque
Riomaggiore era el primero de la ruta, pensamos ir con el tren hasta el último,
Monterosso, y dejar para el final la visita a Lina. Si alguien la había llamado
para alertarla, mejor que pasara nervios y tenerla más desarmada, aunque
también le daba la posibilidad de prepararse algo que contarme.
El
lugar era hermoso. Enormes acantilados donde se asientan los pueblos mirando al
mar. Me sedujo el puerto natural de Vernazza y su iglesia casi pegada al agua.
Subir hasta Corniglia nos hizo sudar de lo lindo y nos abrió el apetito, aunque
esperamos para comer en Manarola, donde nuestra sobrina nos había indicado un
restaurante. Cuando llegamos a Riomaggiore, antes de recorrerlo, quise buscar
la casa de nuestra guía. José Carlos me sugirió la posibilidad de acompañarme.
− −Igual no es mala idea. Saco mi acreditación y
te presento como mi ayudante. Es posible que me venga bien sentirme apoyada
–acepté de buena gana y pasé a
advertirle− pero sobre todo ten la boca cerrada, por favor.
− −Como quieras, jefa – y enfatizó con sorna el
sustantivo.
Enseguida
encontramos la casa y golpeé en la
puerta suavemente. Al no obtener respuesta, lo hice con más fuerza. Se abrió la
ventana, que llena de pequeños adornos, estaba a la derecha. Una mujer mayor y
de rostro curtido nos respondió. Preguntamos por Lina y cerró la ventana.
Al poco, una joven apareció por detrás
de la vivienda. En ese momento caí en la cuenta de que no sabía en qué idioma
hablaríamos porque me temía que no sería en español. Por la forma en que nos miró y se dirigió a nosotros, supe
que conocía de mi existencia. Aun así me presenté yo y a mi acompañante. No nos
pidió acreditación ninguna. Caminamos hacia el puerto siguiendo su indicación
con la mano y nos sentamos delante de unas barcas amarradas en un pequeño
murete. Comencé yo hablando:
− −Si no le importa, hablaremos cada una en
nuestra lengua. Creo que nos entenderemos. En caso de necesidad, echaremos mano
del inglés, ¿le parece? –como ella asentía con la cabeza, le espeté con
seguridad− Sabe para qué hemos venido a verla, así que le ruego nos detalle lo
mejor que pueda lo que recuerda del suceso.
Tardó
un poco en hablar y, por fortuna, su voz
era clara y pausada, aunque debilitada por un ligero temblor.
− −La sala estaba demasiado llena y yo me
encontraba en línea con el cuadro, pero justo en la otra esquina. Una mujer que
estaba a mi izquierda perdió pie y comenzó a desplomarse. Mi grito y el turista
que había a su lado impidieron que cayera al suelo. En seguida apareció alguien
que dijo ser médico y nos pidió ayuda para sacarla afuera. El resto de la gente
nos siguió en tromba. Bueno, parece ser que todos no, porque alguien debió
quedarse y llevar a cabo el desastre. Ese
era mi cuadro favorito: una mujer que friega, nada de reyes y nobles. Nada de
guerras. Una simple mujer llevando a cabo una tarea cotidiana –permaneció
callada unos segundos mirando a lo lejos y continuó− Cuando regrese a la sala
vi... casi me desmayo. Ya había ocurrido y allí no quedaba nadie.
− −Supongo que miraría bien por si había algún
objeto en el suelo, no sé, algo fuera de su sitio.
− −No, nada.
− −¿No le pareció extraño que el médico les
hiciera sacar a la mujer sin haberla reconocido antes?
− − No lo había pensado. Era un hombre que
emanaba autoridad, no sé decirlo de otra manera. Ah, y de rasgos asiáticos, pero hablaba un italiano muy correcto.
Hasta ese momento había mantenido con ella cierta distancia, pero me acerqué para mostrarle una foto del cuadro estropeado en el Palacio Pitti. A mi nariz llegó un olor que había memorizado.
Hasta ese momento había mantenido con ella cierta distancia, pero me acerqué para mostrarle una foto del cuadro estropeado en el Palacio Pitti. A mi nariz llegó un olor que había memorizado.
− −¿Qué colonia usa Lina? Tiene un toque a
madera que me resulta muy agradable.
− ¿Perdón? Yo nunca me perfumo. Le habrá
parecido− acompañó la respuesta con una mueca de temor.
José
Carlos que estaba muy atento no pudo resistirse y usando un tono cargado de amenazas, casi
gritó:
− −Si la inspectora dice que ha olido su colonia
es porque la lleva, ¿nos quiere esconder algo? Mire que no hemos venido hasta
aquí para perder el tiempo− a continuación calló bruscamente, mirándola con
cierta fiereza, que a punto estuvo de provocarme a mí un ataque de risa, por lo
esperpéntica que me pareció su
representación.
Su intervención fue prodigiosa. Nuestra
vigilante empezó a temblar. A la par que del bolsillo del pantalón sacaba un
fular, que depositó sobre su regazo y al que miraba mientras comenzó a hablar
débilmente:
− −Perdón, les estaba ocultando algo, sí. Encontré
esto en el suelo, a la izquierda del cuadro. Me gustó tanto y me trajo tantos
recuerdos el olor que desprendía que perdí el juicio. Él siempre olía así, pero
me dejó, ¿saben? Hace ya casi un mes y
sigo soñando que vuelve cada noche. Se esfumó. Nunca más respondió a su
teléfono. No vivía aquí, era del sur. Allí tenía un taller de reparación de
dispositivos electrónicos, según me dijo. Nos conocimos en una visita que hizo
a la Galería. Sentía pasión por la pintura del XIX. Nunca se cansaba de hacerme
preguntas.
− − Lina, entiendo su tristeza pero debe hacerse
cargo de que necesitamos su ayuda. Usted ama el arte, me consta porque así me
lo hizo saber el director del museo –esperé unos segundos mientras ella asentía
con la cabeza y volvía los ojos hacia mí − ¿Qué tipo de preguntas?
− −De todas clases. Se interesaba por mí, mi familia, mi vida aquí y allí, pero también cada vez más por mi trabajo y
por el arte. Como ya les he dicho, tenía
predilección por el XIX. Debido a su trabajo, también sentía curiosidad por las
medidas de seguridad electrónicas del museo, ese campo le apasionaba
verdaderamente… −se quedó en silencio unos segundos y puso los ojos como platos−
¡Dios mío! −exclamó− ¡¿Y si me estaba utilizando?! El atentado fue sobre un
cuadro de ese siglo…
− −Me temo que es posible. De veras que lo
siento por usted. No sé, si podemos hacer algo para ayudarla…Estamos muy
agradecidos por su colaboración. Sin duda nos ha ofrecido información
sustanciosa. Le deseamos que se recupere cuanto antes. Seguro que este lugar le
ayuda.
José
Carlos, más práctico, volvió a tomar las
riendas de la conversación:
− −No hay tiempo que perder Lina, necesitamos
todo lo que tenga sobre él: fotos, cualquier nota, mensajes en su teléfono,
todo, hasta lo que le parezca más íntimo o más irrelevante. Si ese hombre la ha
estado engañando, no merece ningún tipo
de compasión por su parte.
Un
rayo de determinación apareció en los ojos de Lina y su cuerpo se enderezó con
una energía que no le habíamos visto hasta ese momento. Al parecer, la dignidad
se había puesto en marcha en su interior. Eso era bueno para ella y excelente
para nosotros. Regresamos a su casa, pero nos quedamos fuera. Contemplar la
vista desde allí era un descanso para los sentidos: el mar estaba sereno y
algún que otro barquichuelo se deslizaba sobre el agua. Enseguida salió
Lina. No era gran cosa lo que conservaba de él: algunas notas con su letra
firmando como Alfredo, una pulserita que le había regalado y una tarjeta de la tienda.
− − Ya veo –mi atención se centró única y
exclusivamente en una tarjeta−. Aquí
pone la dirección y el teléfono de la tienda en Nápoles y también, que próximamente abrirán otra en
Pisa.
−
Eso es lo raro, que él nunca me habló de ese
proyecto. O bien lo habían desechado, o me lo estaba escondiendo. Ahora estoy
convencida de lo segundo.
−
Pero, entonces, no te dio él esto.
−
No, no. Verán un día, estábamos tomando un
café y como hacía calor se había quitado la chaqueta, dejándola detrás de la
silla. En un momento dado, tuvo que ir al baño, se había dejado el móvil y
sonó. Sin poder resistirme fui a cogerlo –se ruborizó ligeramente−, pero no alcancé a hacerlo porque lo vi venir
hacia mí. Sin embrago, junto al teléfono
estaba esa tarjeta que se quedó adherida en mi mano y que metí disimuladamente
en mi bolso para que no se diera cuenta de mi mal gesto.
− − ¿Y no le pareció raro que no le dijera nada
de su próximo proyecto?–preguntó José.
− −
En un primer momento sí, incluso pensé en preguntarle de algún modo. Pero necesitaba tanto su
presencia…que lo dejé correr. Temía incomodarlo, si lo interrogaba.
Nos
despedimos de ella dándole de nuevo las gracias. Pensábamos pasar la noche en la Spezia, pero decidimos coger el coche
que teníamos aparcado en la estación de tren y dirigirnos a Pisa, dormir allí y
de buena mañana comenzar a buscar al
“electro Uffizi”, que fue el mote que le asignamos. Lina, en el último
momento, en un arranque de rabia nos
había proporcionado un selfi que se habían hecho junto al Arno y en el que Alfredo tenía la cabeza casi,
por completo, girada hacia el río. Los
mensajes que se habían intercambiado
quedaban circunscritos al terreno personal y no quisimos que nos los
reenviara.
Conseguimos
habitación en el hotel Torre de Pisa que tenía una buena valoración en el buscador que utilizamos y con un precio
bastante ajustado, aunque esos gastos los pagase la Agencia, no era cuestión de
despilfarrar. Tras la cena, y mientras yo buscaba información sobre el logo que
nos había proporcionado Lina mediante la tarjeta, José Carlos se empeñó en
bajar mis expectativas respecto a la pista que pretendía seguir:
− − No te hagas muchas ilusiones. Esa mujer nos
ha llevado a creer que su supuesto novio está metido en el asunto. Todo por una colonia y ciertas preguntas que, en realidad, estarían en
consonancia con su trabajo.
− −Perfume, no colonia. Y que ese sea su trabajo
está por ver. Aquí hay tema seguro, te lo digo, que para esto tengo olfato de
agente secreta. Además, no creo que sea coincidencia lo del médico asiático, y
que fuera de la misma raza quien salió en camilla del palacio Pitti.
− −¡Ya! Lo que yo pienso es que estás
mediatizada por unas ganas enormes de
resolver con éxito tu misión número 50. Ten cuidado y no te precipites.
− − ¡Siiii! ¡Lo tengo! –exclamé entusiasmada, al
comprobar que el buscador me había dado una coincidencia entre el logo y un
local en Pisa.
− −Ya veremos, seguro que está cerrado –contestó
José empeñado en dar ánimos.
− − Pues sí que estás cenizo esta noche. De todas formas, gracias
por tu ayuda en la conversación con Lina. Has estado muy bien.
Madrugamos
de nuevo. No sabíamos lo que nos depararía el día y había que aprovecharlo al
máximo. Antes de iniciar el trabajo, queríamos pasear por la Piazza dei Miracoli
y ver de cerca su torre inclinada. La
amplitud del lugar, el color de los mármoles de los edificios y la poca gente que había en ese momento, fue
una inyección de belleza y de ánimo. Con la energía cargada y pasadas las 9 de
la mañana, me planteé buscar la calle
que había anotado en el móvil. Mi marido quiso acompañarme, “por si acaso”.
Esas fueron sus palabras y a mí no me pareció mal. Si luego había tiempo, subiríamos
juntos a la torre. Nos costó una media
hora larga alcanzar el local. Cerrado. Ninguna nota ni horario en la puerta. Un
poco más adelante había un centro veterinario. Preguntamos allí y nos dijeron que solían abrir la tienda más
allá de las 10 de la mañana y que hacía unos meses que la habían puesto en
marcha dos hombres. Decidimos esperar en
un pequeño bar donde también hicimos alguna averiguación. No los conocían
apenas, solo el más joven iba alguna vez por allí a tomarse una cerveza por eso sabían que se llamaba Antonello y que
procedían de Nápoles.
Esperamos
hasta las 10 y cuarto y nos acercamos de nuevo. Abierto. Mi espalda se enderezó
y entramos. Tras el saludo preguntamos
por Alfredo, hablando un español pausado y él nos contestó en italiano:
− −Ya me
gustaría a mí poder darles noticias ciertas de mi hermano. Siempre de viaje, buscando piezas, clientes…¡mentiras! Para mí
que ese se ha buscado otra. La de Florencia lo habrá dejado. Hace un par de
días me llamó desde Milán, eso me dijo.− hizo una pausa y nos interrogó él −
¿Para qué lo buscan? ¿No se habrá metido en líos?
− −No tranquilo, es solo que una amiga, nos
remitió a él por un problema que hemos tenido con el ordenador. Hace poco que vivimos aquí
y…
− − ¡Ah!, pues
yo me hago cargo –se mostró muy dispuesto sin dejarme acabar.
− −Como le decía, preferíamos buscar alguien de confianza y como nos
hablaron bien de su hermano...enseguida lo traemos, está en nuestro coche, hemos
aparcado cerca.
− −
Perdone –intervino José− no reconozco los acentos
italianos pero ustedes no son de aquí, ¿verdad?
− − No,
llevamos poco tiempo. Fue idea de mi hermano. Con lo bien que estaba yo en el
sur… pero él se empeñó en acercarse aquí. En nuestro barrio con el negocio íbamos
tirando y aquí, es empezar de cero. Pero al bueno de Alfredo, le ha dado por el
arte y según dice él, aquí tiene más ambiente. ¡Si mis padres levantaran la
cabeza!
Por
la razón que fuera el joven se animó y así supimos que eran de San Giovanni a
Teduccio, un barrio de Nápoles.
Me
sonó el teléfono y salí a la puerta para responder. Era Mel. Anne estaba en el
hospital porque se había fracturado un brazo.
− −
Está bien, tranquila. Ya te contaré cómo ha
sido cuando regreses que ahora tengo
mucho lío –se le notaba muy nerviosa−. Estamos solo Massimo y yo, porque Mariella
se marchó ayer a Roma y Beatrice me acaba de llamar diciendo que le ha surgido
un problema familiar. ¡Y tenemos tres entrevistas pendientes para hoy! Te dejo
–colgó sin darme oportunidad para expresar mi inquietud ni para ofrecerle algún
tipo de apoyo.
Antonello
y José Carlos seguían su charla. Me incorporé, aunque les escuchaba como si no
estuviera en la tienda, sino a kilómetros de distancia. De nuevo sonó mi móvil.
Esta vez era Lorena que tenía otra noticia, además del accidente de Anne.
− −Ha vuelto a ocurrir, Carmen –dijo por todo
saludo− Esta vez en la Pinacoteca Ambrosiana de Milán. Se trata del retrato de
Giuseppina Negroni. Dime que tienes alguna pista, por favor. Debemos resolverlo
antes de que se expanda y salte fuera de
Italia. Me han llamado de Paris muy preocupados. Ya están reforzando las
medidas de seguridad. Perdona, veo que
me entra una llamada del museo del Prado−
se mostraba muy alterada y hablaba
atropelladamente−. Además, por desgracia, Anne está fuera de servicio por…
− −Ya lo sé Lorena, me acaba de llamar Mel. No
me pedirás que vaya a Milán, ¿verdad?
− −No, no será necesario. He hablado con Franco,
el director del museo y nos enviará en breve una foto del cuadro. Es importante saber si sigue la misma pauta.
También tendré en una hora una videoconferencia con los dos vigilantes que
estaban más cerca. –Tras una breve pausa, insistió ansiosa− ¿Tienes algo? Anda,
dime que sí, por favor.
Lorena era una mujer de temple excepto cuando le tocaban el arte. Para ella era su vida, la que había medio abandonado para dirigir la Agencia. La puse al corriente de lo poco o mucho que tenía y colgué para recoger a mi marido. Cuando entré escuché a Antonello:
Lorena era una mujer de temple excepto cuando le tocaban el arte. Para ella era su vida, la que había medio abandonado para dirigir la Agencia. La puse al corriente de lo poco o mucho que tenía y colgué para recoger a mi marido. Cuando entré escuché a Antonello:
− −… y en cuanto apareció el chino mi hermano se
volvió todavía más raro.
−Perdone –le interrumpí− ¿ha dicho el chino?
− −Bueno, chino o le que sea. Un tal Yon con los
ojos rasgados. A mí todos me parecen iguales, pero este ha sido la perdición
para Alfredo. Desde que se conocieron andan juntos y siempre hablando en voz baja. No sé
qué se llevan entre manos. Según mi hermano, solo los une el amor al arte ¡ Ja, ja, ja ! ¡ Me río yo de cuadros y
pinturas, lo que debería de hacer es estar en lo que hay que estar y sacar
adelante nuestro negocio!−cuanto más hablaba más se calentaba, levantando la voz y gesticulando de manera
exagerada.
El teléfono de Antonello, que estaba sobre el pequeño mostrador, comenzó a vibrar y le cortó la perorata que llevaba camino de no tener fin, ahora que se podía desahogar con dos que le escuchaban. Era Alfredo.
El teléfono de Antonello, que estaba sobre el pequeño mostrador, comenzó a vibrar y le cortó la perorata que llevaba camino de no tener fin, ahora que se podía desahogar con dos que le escuchaban. Era Alfredo.
− −Ya era hora, artista−su voz sonaba como
aumentada por un megáfono
− −……
− −No me vengas con historias, si no regresas
esta tarde, te aseguro que te encontrarás solo, sin tienda y sin casa –y siguió
con el mismo tono que seguro que se oía desde el bar de enfrente−. ¡Ya te
puedes ir buscando otra novia que se haga cargo de ti porque de mí no vas a
sacar nada! ¡¿Te has enterado?!– y colgó.
Por supuesto el teléfono volvió a sonar cuando aún lo llevaba en la mano. En un ataque de ira, lo lanzo sobre el mostrador, y se metió hacia la trastienda. Inmediatamente oímos unos golpetazos. Yo aproveché la circunstancia para anotar el número que suponía de Alfredo. José Carlos quiso entrar para intervenir, porque tal como sonaba temía que estuviera pegando en la pared con los puños. Se lo desaconsejé moviendo la cabeza y decidió advertirle gritando:
Por supuesto el teléfono volvió a sonar cuando aún lo llevaba en la mano. En un ataque de ira, lo lanzo sobre el mostrador, y se metió hacia la trastienda. Inmediatamente oímos unos golpetazos. Yo aproveché la circunstancia para anotar el número que suponía de Alfredo. José Carlos quiso entrar para intervenir, porque tal como sonaba temía que estuviera pegando en la pared con los puños. Se lo desaconsejé moviendo la cabeza y decidió advertirle gritando:
−
¡Antonello, ten cuidado! No cometas ninguna
tontería. –No obtuvo respuesta y los golpes siguieron sonando solo que más atenuados.
Al poco, lo escuchamos llorar y, entonces, abrimos la puerta para preguntarle si necesitaba algo. Negó con la cabeza y con la mano nos instó a dejarlo solo. Todos habíamos olvidado el ordenador, que se suponía era la causa de nuestra visita a la tienda.
En cuanto estuvimos fuera llamé a Lorena. Tuve que insistir varias veces. Al parecer, estaba muy liada respondiendo a los diferentes museos europeos que conocedores de lo que ocurría en Italia, deseaban los servicios de nuestra Agencia. La información circulaba, de momento, a nivel interno entre los museos europeos, con acuerdo expreso, de no darle publicidad al asunto. Aunque en estos tiempos iba a ser difícil mantenerlo en secreto.
Volvimos a dar una vuelta por los alrededores de la famosa torre de Pisa. Comprobamos que el amplio espacio de la plaza estaba ya atestado de turistas, haciéndose fotos simulando sujetarla. Estuve segura que no se caería nunca, por mucho que se inclinase
De vuelta paramos en Lucca, una ciudad toscana rodeada por una muralla renacentista muy bien conservada. Paseamos tranquilamente y conseguí olvidarme por un rato de la misión. Estaba maravillada por la belleza de sus más de 10 iglesias y el atractivo de las plazas, la mayoría de ellas vestidas con mercadillos de artesanía.
Regresamos pronto a Florencia. Nuestra primera parada fue en el hospital Maria Beatrice. Anne contaba con una habitación individual bastante amplia. Parecía dormida cuando entré, yo sola, porque José Carlos prefirió esperarme abajo. Me acerqué y pude observar algunos hematomas en su cara y en el brazo que no llevaba escayola. De repente, lo comprendí todo, era lo que tapaba con tanto maquillaje y la manga larga. Había sido verdaderamente torpe.
Debió notar mi presencia y abrió los ojos. Le sonreí y en sus ojos aprecié un gesto de impotencia.
Al poco, lo escuchamos llorar y, entonces, abrimos la puerta para preguntarle si necesitaba algo. Negó con la cabeza y con la mano nos instó a dejarlo solo. Todos habíamos olvidado el ordenador, que se suponía era la causa de nuestra visita a la tienda.
En cuanto estuvimos fuera llamé a Lorena. Tuve que insistir varias veces. Al parecer, estaba muy liada respondiendo a los diferentes museos europeos que conocedores de lo que ocurría en Italia, deseaban los servicios de nuestra Agencia. La información circulaba, de momento, a nivel interno entre los museos europeos, con acuerdo expreso, de no darle publicidad al asunto. Aunque en estos tiempos iba a ser difícil mantenerlo en secreto.
Volvimos a dar una vuelta por los alrededores de la famosa torre de Pisa. Comprobamos que el amplio espacio de la plaza estaba ya atestado de turistas, haciéndose fotos simulando sujetarla. Estuve segura que no se caería nunca, por mucho que se inclinase
De vuelta paramos en Lucca, una ciudad toscana rodeada por una muralla renacentista muy bien conservada. Paseamos tranquilamente y conseguí olvidarme por un rato de la misión. Estaba maravillada por la belleza de sus más de 10 iglesias y el atractivo de las plazas, la mayoría de ellas vestidas con mercadillos de artesanía.
Regresamos pronto a Florencia. Nuestra primera parada fue en el hospital Maria Beatrice. Anne contaba con una habitación individual bastante amplia. Parecía dormida cuando entré, yo sola, porque José Carlos prefirió esperarme abajo. Me acerqué y pude observar algunos hematomas en su cara y en el brazo que no llevaba escayola. De repente, lo comprendí todo, era lo que tapaba con tanto maquillaje y la manga larga. Había sido verdaderamente torpe.
Debió notar mi presencia y abrió los ojos. Le sonreí y en sus ojos aprecié un gesto de impotencia.
− −No hables, si no tienes ganas. Lo siento
mucho, compañera.
− −No volverá a tocarla –dijo la voz de Mel
llena de rabia que entraba en ese momento−. Lo han detenido enseguida. ¡Hasta
para eso ha sido prepotente! ¡El muy…se creía intocable y se ha ido a su despacho como si nada!
Estuvimos
en silencio un buen rato, comunicándonos solo con la mirada. La mía ofreciendo cariño y
compresión, mientras que la suya, lo recibía mansamente. Entendí que
agradecía precisamente que no la juzgara y que tampoco la redujera al papel de víctima.
Cuando me giré para saludar a Mel me di cuenta que ya no estaba en la habitación. Su bolso se
encontraba en una silla y su teléfono se
había caído al suelo. Lo recogí, para
dejarlo en su interior, y justo en ese
momento, comprobé que entraba una llamada. No tenía sonido, pero la pantalla
mostraba un nombre: Yon. Me giré hacia Anne y le dije:
− −Tengo una pregunta importante, relacionada
con el caso−. Y con un gesto en mi cara y cuerpo, le solicité permiso para formularla.
Me
pidió que me acercara con la mano y así lo hice, sus fuerzas estaban mermadas.
− −¿Conoces a un amigo de Mel, llamado Yon?
Realmente
su voz era como un hilillo que pareciera quebrarse en cualquier momento.
− − Sí. Los sorprendí un día en una
cafetería bastante alejada del centro,
que casualmente estaba al lado de mi dentista. Los vi desde afuera y entré a
saludar. No sé cuál es su relación pero
me extrañó la reacción que tuvieron, como si
fueran dos amantes que no querían ser descubiertos. Solo estuve con ellos unos minutos. ¡Fue todo
tan incómodo! Me lo presentó como un amigo coreano de paso por la ciudad. Al
día siguiente en el trabajo, me pareció que de alguna forma me rehuía ¿Por qué me
preguntas por él? – y su mirada adquirió cierta viveza al formular la cuestión.
− −
Le acaba de llamar un tal Yon. – le mostré el
teléfono y volví a la carga−. ¿No hiciste luego ninguna alusión sobre él?
− − Lo intenté, pero me di cuenta que no quería
hablar de ello. No estoy segura, pero es como si su relación no fuera lícita, o
algo así.
− −¿Te fías de Mel? Quiero decir, ¿es para ti alguien
por la que pondrías la mano en el fuego sin esperar quemarte?
Espero
unos segundos para responder. Quizá nunca se lo había planteado, o bien tenía
dudas y quería sopesarlas.
− −Verás, cuando llegué a “Nella Donna”, aunque
ella llevaba poco tiempo, se puso a mi
disposición para lo que necesitara. Nos conocíamos ya, por cuestiones
familiares, pero nunca nos habíamos relacionado de tú a tú. Me gustó su tono vital y la garra con que se
entregaba al trabajo que realizamos. Además, como es muy perspicaz, enseguida
se dio cuenta de “mi problema”. En esto, siempre ha estado a mi lado,
cuidándome y dándome buenos consejos. Si
por ella fuera, hace tiempo que lo habría denunciado. Sin embrago, hay algo en su personalidad que me
desconcierta. La vida le ha dado mucho, pero no lo valora. Hay momentos, sobre
todo cuando tratamos ciertos temas, en los que su reacción es demasiado…como diría…excesiva.
Se deja llevar por una rabia que a mí me
desconcierta. Ella se justifica diciendo que la vehemencia forma parte de su
personalidad. Pero… ¿por qué me preguntas sobre ella ahora?
Le
informé de lo que había averiguado sobre Alfredo y que tenía
un amigo llamado Yon. El teléfono de Mel, que seguía en mi mano, volvió
a iluminarse, mostrando una nueva llamada. Ahora no era Yon quien la
buscaba sino…¡Alfredo! Me di cuenta que
era imprescindible dejar el aparato en su sitio cuanto antes y así lo hice.
− − Anne, ya no hay duda, Mel está metida en el
asunto de los cuadros. Ahora era Alfredo quien la buscaba. Tenemos indicios
suficientes para sospechar de ella –me detuve, al caer en la cuenta que estaba
ante una mujer que se encontraba débil y que esa mañana había sido fuertemente agredida−.
Perdona te estoy cansando. Si te parece vuelvo mañana y repasamos juntas todo
lo que sabemos.
− −Ni hablar –su voz tomó cierta energía−, ahora
no me dejas a medias, sigue.
− De acuerdo, pero seré breve. Mel estaba en
Galería Uffizi cuando atentaron
sobre el primer cuadro y precisamente
en esa sala. Podemos dar por seguro que acompañando a quien se encargó de destrozar el lienzo,
cuando a ella la sacaron fuera. En el caso del Palacio Pitti, la persona que
portaban los sanitarios era asiática… ¿No
sería Yon? Y ahora las dos llamadas.
− −
Desde luego, todo apunta que anda cerca, no
debemos perderle ojo y …
Ahí
se acabó nuestra charla. Oímos un sonido de tacones que se acercaban a la
habitación. Era ella. Anne tuvo tiempo
de abrir el cajón de la mesilla y señalarme
con la mirada una llavecita que había dentro para que la cogiera.
− −Mel, por favor, encárgate de que Carmen pueda
acceder a mi despacho a recoger material de nuestra actividad. Ahora se queda sola y tenemos por delante mucho trabajo.
− −Tranquila, le ayudaré en todo lo que pueda.
No quiero que te preocupes por ningún asunto, ni de la Fundación ni de ese otro
que realizas como voluntaria –y girándose a mí, exclamó con su impetuoso tono−.
¡Vamos!
Antes
de salir, acaricié suavemente la mano de mi colega.
Esta
vez fuimos en coche hasta “Nella Donna” y lo agradecí, porque en las otras
ocasiones habíamos subido caminado desde la puerta de San Niccoló y la cuesta era verdaderamente empinada. Además, después de tanto trajín en
los últimos dos días, mis reservas de energía estaban casi desaparecidas.
Una
vez dentro me condujo al despacho de Anne y ella, como las otras veces,
acompañó a José Carlos a la terraza. No
me resultó fácil encontrar la cerradura adecuada. La pequeña llave no funcionó
en ninguna de las que estaban a la vista, lo que me llevó a pensar que yo no era
tan precavida como ella. En un rincón junto a la ventana había una estantería
repleta de libros de Arte. Fui moviendo uno a uno todos los que quedaban a la
altura de mis ojos, después los de debajo. Nada. Solo me quedaba la estantería
de arriba. Arrimé una silla para no lastimar mi espalda y me alcé. Allí, tras tres
volúmenes de la pintura española, di con el escondite. Abrí. Tenía el espacio
suficiente para guardar un buen número de documentos de tamaño folio. Lo saqué
todo. Tenía los casos en los que había participado minuciosamente ordenados por
carpetas. En eso sí que nos parecíamos, ambas éramos amantes del orden y la
memoria. El que estaba en primer lugar era el nuestro. Sin mirar su contenido
lo reservé a un lado e introduje el resto en su sitio, cerré y coloqué los
libros.
Cuando
salí a la terraza se habían unido Beatrice y Massimo que parecía desolado. Como
era inevitable hablaban sobre Anne. Se percibía una capa leve de tristeza que
los envolvía a todos. Intervine yo:
− −Es una pena lo que le ha ocurrido a nuestra
amiga, sin duda, pero de aquí en adelante todo será diferente. Ella será capaz
de reponerse, estoy convencida. Afrontará el cúmulo de sentimientos que hoy la
asolan y saldrá como una mujer nueva y más fuerte. Necesitará ayuda, por supuesto,
profesional y la vuestra. No sabemos de lo que somos capaces hasta que la vida nos
pone a prueba.
− − Vaya –intervino Massimo−se te ve muy segura
de lo que dices.
−Es que mi mujer es siempre así de positiva.
Tiene una visión muy elevada de la humanidad.
Era
José Carlos, quien así hablaba de mí, pero como
me interesaba responder a Massimo, no tuve en cuenta su afirmación y
continué:
− −
Lo estoy, por experiencia propia. Por suerte
no he pasado por lo mismo que Anne, pero la vida es larga y no siempre fácil.
Todos en mayor o menor medida nos encontramos con situaciones complicadas y
dolorosas en algún momento. Desde que comencé a trabajar como maestra sigo una
formación personal, PRH. Os aseguro que para mí ha sido providencial. Me ha
ayudado a enfrentarme a algunos fantasmas del pasado, pero sobre todo ha hecho
que, poco a poco, conozca mis capacidades y haya ido poniéndolas en marcha en
la medida de lo que he podido. Igual de importante está siendo conocer mis
límites y mis puntos débiles. Todo un aprendizaje. Por eso sé que con
ayuda no solo superará esto sino que
saldrá reforzada.
− −
Suena esperanzador. Y dices que esa formación
se llama…
− −Personalidad y Relaciones Humanas, PRH, está
extendida por todos los continentes. Ofrece cursos, ayuda individual y
seguimiento, cuando queremos comprometernos en
un ámbito concreto de nuestra personalidad. Puedes buscarlo en internet,
para saber qué puede ofrecerte en Italia.
− −No lo dudes. Me resulta interesante lo que
has dicho.
− Cariño –dijo, José Carlos− yo estoy muy
cansado, ¿y si nos vamos para nuestro apartamento?
− Sí, por supuesto. Yo también – y dirigiéndome
a los demás les solicité− Si no os importa, para seguir en contacto, ¿me podéis
dar vuestros teléfonos? El de Mel lo tengo en el registro de llamadas…
Anoté
los de los otros dos y luego por
Whatsapp me pasaron el de Mariella que había ido a Olbia, su ciudad natal en la
isla de Cerdeña, porque al parecer su madre tenía un problema grave de salud.
Paseamos
en silencio hasta la calle Santa
Elisabetta. Subimos al apartamento y tras una larga ducha decidimos cenar en
casa.
− −¿Qué te parece si hago una tortilla de
patatas? – propuso mi marido.
− Sí, por favor, es lo que más me apetece en este momento, ¡mil
gracias!
Mientras
el la preparaba, deteniéndose con mimo en caramelizar la cebolla, yo repasé por
un lado, la carpeta que había recogido y
por el otro, lo que veríamos al día siguiente en Florencia. Tal y como estaban
las cosas, no era momento de salir de la
ciudad.
Nos
levantamos de buena hora, para no perder la costumbre. Me asomé a la ventana y
ya pasaba el primer grupo de turistas con rasgos asiáticos, eran siempre los más madrugadores. Mi jefa también se había
puesto en pie pronto, porque escuché su
melodía que sonaba en mi teléfono. Tenía novedades. El terminal cuyo número le
había pasado se encontraba en Milán el día anterior. Se lo habían confirmado. Además,
la persona que lo llevaba visitó la Pinacoteca Ambrosiana y permaneció en ella
45 minutos. Por mi parte le conté lo que había descubierto, le pasé el teléfono
de Mel y, por si acaso, el del resto de quienes trabajaban en la Fundación.
Saber dónde habían estado en las últimas 24 horas nos permitiría descartarlos o
tenerlos bajo cierta vigilancia.
Teníamos
previsto subir a San Miniato, muy cerca de la plaza de Michelangelo. Fue un
placer tanto el templo como la amplia explanada desde la que se obtienen unas
buenas vistas de Florencia. En todas las
guías recomiendan presenciar desde allí el atardecer, aunque según nos refirió
Anne están atestadas de gente y había que ir, al menos, una hora antes para
hacerte con un hueco en las escaleras. No me quería imaginar cómo sería aquello
a las 9 de la noche, porque siendo las 11
de la mañana estaba plagado de turistas. Mientras bajábamos de allí me llamó
Lorena:
− No solo es Mel la que anda en líos. Beatrice estuvo también en Milán ayer, en la Pinacoteca Ambrosiana, y en el mismo horario que Alfredo. Deberás acercarte por la Fundación a ver si sacas algo. ¡Ah!, y ahora mismo recibirás la foto del cuadro.
− No solo es Mel la que anda en líos. Beatrice estuvo también en Milán ayer, en la Pinacoteca Ambrosiana, y en el mismo horario que Alfredo. Deberás acercarte por la Fundación a ver si sacas algo. ¡Ah!, y ahora mismo recibirás la foto del cuadro.
No
me dio tiempo ni a saludar porque colgó con su habitual delicadeza. Instantes
después un sonido me avisaba que había recibido un mensaje. Dos fotos, una del
cuadro completo y otra solo de la cara de Guiseppina Negroni. La miré un
momento y se la mostré a José Carlos.
− −¡Toma, a esta la han pintado de espaldas!
–exclamó José Carlos.
− Sí, con esto confirmo de nuevo mi teoría.
Y
sin dejarle replicar le comenté la información que tenía sobre Beatriz. Se
quedó muy extrañado porque recordó que ella había mencionado que venía de Roma, por
un problema con una “protegida” pero que ya estaba todo solucionado.
− − ¡¿Y me lo dices ahora?! –grité tan alto que
los turistas que estaban a nuestro lado me miraron con cara de reproche.
− ¡Chica!, no le di importancia, al fin y al
cabo, Beatrice venía de Roma. –Se quedó un momento en silencio y continuó−. ¡Anda!,
ahora que lo pienso, todo encaja. Verás, Mel pareció alegrarse y mencionó el
nombre de la chica, Guiseppina. En cambio Massimo se quedó desconcertado, no le
sonaba ese nombre. Tuvieron que aclararle que se trataba de un caso “dormido”
que habían retomado y del que ya se podían olvidar.
− Me parece que voy a hacerles una visita a
estas dos. Tengo que ver como tirarles de la lengua o cogerlas en un renuncio.
− −¿A estas horas? ¡Ni hablar! –ahora fue él
quien levantó la voz, llamando la atención de las mismas personas, que en ese
momento se alejaron de nosotros −. Buscamos
un restaurante que se va haciendo
la hora de comer.
Dadas
las circunstancias, tuve que darle la razón. Aunque descafeinadas por esta misión que me había
caído encima, eran nuestras vacaciones.
Después
de salir del restaurante, que se encontraba
cerca del apartamento, yo me fui a ver a Anne, para luego pasar por “Nella Donna”. Él se subió a
dormir la siesta.
La
puerta de la habitación estaba cerrada, toqué suavemente y abrí. La luz
inundaba la estancia otorgándole un aire alegre. Anne estaba incorporada en la cama y
una señora con un parecido extraordinario a ella me miró desde una silla
arrimada a la derecha. Sin darme
tiempo a saludar, mi compañera ya
me estaba presentando a su madre:
− − Mamá esta es Carmen, de quien te he hablado.
Se levantó
sonriendo y vino hacia mí hablando un
español muy claro. Tenía un apartamento en
la costa española y pasaba allí largas temporadas, porque nuestras
playas le parecían estupendas, limpias y gratuitas.
− −
Encantada de conocerte. Si no te importa, aprovecho
tu presencia para salir un rato y así vosotras habláis más tranquilas. –Y
cogiendo el bolso se giró para preguntar a Anne−. ¿Quieres que te traiga algo?
− ¿Qué tal una botella de prosecco bien frío?
− Hija no tienes remedio
− Mamá, era broma
Las
tres reímos con la ocurrencia.
− −Tienes mejor aspecto –le dije, acercándome a
su lado y ocupando el sitio que había dejado su madre.
− − Sí, no hay nada como los cuidados de una
madre y la visita de una colega. Espero me traigas buenas noticias –asintió
poniendo cara de pilla−. Lorena me ha llamado para saber cómo me encontraba,
pero no ha consentido en comentar conmigo nada del caso. Me ha dicho que estoy
de baja y, por tanto, fuera de la misión.
− Pues te cuento, aunque quizá no te gusten
algunas noticias que debo darte.
La
puse al día de las implicaciones de Beatrice y del deterioro ejercido sobre el
retrato de Guiseppina Negroni.
− −No me lo puedo creer. Beatrice es una mujer
extraordinariamente inteligente. Aunque, claro, quien soy yo para decir eso.
Mírame, maltratada durante…−no acabó la frase y se quedó mirando más allá de mí
para preguntarme, todavía tocada − ¿Qué vas a hacer para avanzar?
− −No lo sé. Cuando salga de aquí me pasaré por
la Fundación. Les diré que me has pedido que recoja un documento y veré como afronto una
posible conversación si las encuentro allí.
− −Ve con cuidado. No las imagino violentas
contigo, pero si se vieran descubiertas…Y espero que Mariella y Massimo estén
al margen, porque si no me iba a dar algo.
− −De momento no hay nada que nos haga pensar en
ello, tranquila. Por favor, descansa. Mañana me pasaré de nuevo que todavía
tengo una visita turística pendiente esta tarde.
− −¿Qué tal lo lleva tu marido? Lo de que estés liada con la investigación, me refiero –su
interés, era muy loable y decía mucho de
quien era Anne, después de lo que acababa de vivir.
− −No me puedo quejar. Lo está soportando bastante
bien. La verdad es que me siento muy agradecida por su actitud. ¡Tengo un
compañero estupendo!
Nada
más decirlo, me di cuenta. Me había hecho una experta en meter la pata con
ella. Le pedí disculpas inmediatamente y me quedé admirada al oírla responder:
− −No te preocupes, me alegro por ti.
Todavía
hacía bastante calor, así que cogí un taxi para subir a Via dell’ Erta Canina.
Salió
a abrir Mel. Aunque sonrió, en su rostro había tensión y en su mirada reproche.
No era bienvenida. Tomé nota, pero me la
traía al pairo. Eso era bueno para mí, porque me mantendría más serena y con la cabeza despejada.
− − Supongo que te envía Anne. Como ya conoces la
casa, no te acompaño. Tenemos visita. No
es necesario que te despidas, supongo que será por poco rato, ¿no?
Se
la veía con prisa y su cuerpo había perdido esa gracia que la llevaba a moverse
suelta y espontánea. La vi alejarse, me dirigí al despacho, entré y abrí la ventana para ventilar. Al hacerlo me
llegó un murmullo de voces procedentes de la terraza. Dos las reconocí
enseguida, eran ellas. La otra, que pertenecía a un varón, la escuchaba con cierta claridad gracias a su
tono más grave. Aquella reunión podía
resultar interesante. Pegué la oreja.
− −Esto ha sido solo el inicio… ahora tenemos
que ser más ambiciosos –la voz era italiana, de un hombre joven, con cierta inflexión autoritaria− ir a algo
más grande. Giovanni Fattori o Guiseppe Abbati no tienen suficiente entidad, si
bien es cierto que son más accesible al tener sus obras aquí…Uhm de todos
formas en Florencia no conviene que volvamos a actuar.
− −¿A qué te refieres con algo más grande?
¿Dónde propones? –reconocí el tono de Mel matizado por la ansiedad.
− −Museo de Orsay de Paris.
− −¡Tú estás loco! Eso escapa a nuestras
posibilidades. Desde luego, a nosotras
dos, nos va a ser imposible desplazarnos en este momento. Tenemos una compañera
de baja y otra de permiso –era Beatrice
cuya voz temblaba ligeramente.
− −Habíamos pensado en Millet –siguió la voz de
hombre, haciendo oídos sordos al comentario en contra.
− −Ahora sí que estoy segura, estáis de atar los dos. ¡A
quién se le ocurre! –calló unos segundo para preguntar con cierto tono de
desprecio− y ahora me vas a decir que habéis elegido el cuadro Las espigadoras, ¿verdad?
Justo
en ese momento, un golpe de brisa entró por la ventana, y me trajo el olor a
madera fresca de Alfredo, que ya era
capaz de reconocer. No me despisté en el seguimiento de la conversación…
− −Por supuesto, será un bombazo. Esta vez
saldrá en la prensa de toda Europa.
− −A mí no me parece mala idea, Beatrice. Yo
estoy con ellos. No te entiendo, es lo que queríamos. Cuando te hablé de la
organización por primera vez me dijiste que hacía tiempo que estabas esperando
algo así en tu vida.
−Pues ya no. Olvidaros de mí. Hasta ahora lo único que hemos conseguido es
destrozar dos cuadros, nada más. Decidme, ¿dónde ha tenido eco nuestra hazaña?
No les interesa darnos visibilidad. Pero…no es solo eso…es que…
− − La próxima la tendrá –la cortó Alfredo. Vamos
a crear varios perfiles falsos en las redes sociales y no les quedará otra que
hablar. Mi hermano me ayudará con esto. Por fin nuestro mensaje llegará a todo el mundo.
− − Además, se trata de una obra conocida
mundialmente y muy apreciada que hará de megáfono para nuestros objetivos –su
voz iba ganando en velocidad y volumen−. Nos escucharán, esta vez sí. −Se paró
en seco − ¡Estupendo Alfredo! –era Mel quien soñaba en voz alta.
− −¡No toquéis a Millet! Sería como echarnos piedras a nuestro propio tejado.
Él pretendía mostrar la grandeza del trabajo del campesinado. Aunque sus
personajes no muestren los rostros, nos transmiten su simpatía por los hombres y mujeres que se
ganaban la vida duramente. La pobreza y
el esfuerzo en el campo formaban parte de sus genes, ahí radica su esencia…mirad
el cuadro –se detuvo, quizá buscando la imagen en el móvil− Las figuras tienen
un gran volumen, son rotundas, fuertes, monumentales. Pretende reflejar a un
colectivo, por eso no importan los rostros. ¡¿Es que no lo veis?! ¡Denuncia, a
través de su obra, la dicotomía entre las clases sociales!
− −Igual Beatrice tiene algo de razón, ¿no
crees? No soy experta como ella pero...además somos pocos para salir de Italia, sería correr demasiados riesgos y gastos –Mel
se enfrió aproximándose a su compañera.
Se
hizo un silencio bastante largo que finalmente rompió Alfredo en el que había
hecho mella la posición de las dos mujeres
− −
Bueno, igual tenéis razón y de momento debamos soñar más bajo,
sobre todo teniendo en cuenta vuestra situación
laboral. Podemos continuar en Italia de momento y dejar para más
adelante París. Lo hablo con Yon, parece razonable. De cualquier forma debemos
ser rápidos en la siguiente intervención. Antes de pensar en Las espigadoras me
vino a la cabeza una obra que se encuentra
en mi ciudad, “El lechero de Piaggentina”
de Guiseppe Abbati, en el Museo Cívico de Nápoles.
Al escuchar
el nombre de esa ciudad comencé a sudar
y dejé de atender: ¡A ver como le decía yo a mi marido que me iba, o nos íbamos
al sur! El desconcierto me duró unos minutos. Volví a la conversación de nuevo
y en seguida me di cuenta que Beatrice estaba desinflada. Se le notaba ajena a
lo que se preparaba. Una fisura que quizá pudiéramos utilizar.
− −Esta tarde llegará Yon y acordaremos el día y la hora. Pero vaya, no creo que sea
más allá de pasado mañana. Intentad
buscar alguna disculpa, al menos una de las dos, ¿de acuerdo?−dijo usando un
tono que no admitía negativa.
− −No sé qué
decirte, Alfredo. Aquí hay mucho trabajo y…
− −Lo intentaremos, por supuesto –apuntó
Mel atajando la poca disposición de la
otra.
Me
dispuse a salir con toda la información bien almacenada en mi cerebro. Cerré el
despacho dando, sin pretenderlo, un portazo que alertó a quienes ocupaban la
terraza.
−
Ah, eres tú –se asomó Beatrice desde lo alto
de la escalera− no sabía que aún estabas por aquí.
− Sí, me ha costado un poco encontrar todo lo que me ha pedido Anne−le aclaré,
resoplando, mientras le mostraba un pen con mi mano derecha.
− Recuérdale que está de baja. ¡Para todo! –
recalcó − ¡Ah y dile que esta tarde iré a verla!
Llamé
inmediatamente a mi colega para darle todos los detalles de la información obtenida.
Lo mismo hice con Lorena que me cogió el teléfono al primer toque. Ella no
tenía nada nuevo. Pensaba como yo, que había que intentar hacernos con Beatrice
y que eso estaba en manos de Anne cuando fuera a visitarla. Ambas confiábamos en ella. Volvía a estar dentro de la misión temporalmente.
Tumba de Galileo Galilei
Tumba de Galileo Galilei
Dejé
en ese punto la investigación, porque había quedado con
José Carlos a las puertas de la Iglesia
de la Santa Cruz. En cuanto entramos en su enorme nave, no tardé nada en
olvidarme de todo por completo. Me emocioné ante las tumbas de Galileo, Miguel Angel, Marconi,
Maquiavelo…en total casi trescientas de
diversos personajes entre los siglos XIV y XIX. Me extasiaron los frescos de
Giotto. José tuvo que llamarme varias
veces, mientras los contemplaba, para que pudiéramos seguir la visita al
templo:
− −Al menos no estás llorando –me dijo sonriendo
cuando finalmente le escuché y me volví− ya pensaba que te había dado el
síndrome de Stendahl. ¿Sabes que fue precisamente contemplando esta iglesia
cuando le ocurrió al escritor francés?
− No me digas, lo desconocía. De joven leí
varias de sus obras. Recuerdo que me gustó especialmente Rojo y negro. Es un
placer compartir con él la admiración y el influjo de este lugar.
Acabamos
la tarde en la calle Tornabuoni. Habíamos comprobado que no era raro encontrarnos con algún evento a las puertas
de una de las tiendas de moda. Para nosotros era un espectáculo ver cómo iban
vestidas las personas que asistían a ellos. Tuvimos suerte. En una de ropa
deportiva, la fiesta era muy llamativa: con música, personas disfrazadas y
cerveza fresca que tuvimos el gusto de probar.
Cuando
regresábamos hacia casa para cenar sonó la melodía de mi jefa:
− −Espero que tengas buenas noticias para acabar
bien el día, Lorena.
− Para ti estupendas. Ya tengo alguien que se
hará cargo de Nápoles, si hiciera falta. Quedas pues exenta de viajar al sur, de momento –recalcó estas dos
últimas palabras a modo de advertencia y para que quedase bien clara su
autoridad.
−Muchas gracias por esta exoneración. Ya solo
falta que nos llame Anne y sepamos si ha conseguido hacerse con Beatrice.
No
tuve que esperar mucho, justo entrando por la puerta del apartamento llamó
ella. ¡Lo había conseguido! Tal como yo había notado, escuchando en la fundación, su
compañera de trabajo había reculado en su colaboración con SUN, las siglas de
“Senza un nome”, sin nombre en español. Se trataba de una organización muy
básica. Mel la había conocido por internet y le propuso unirse a ella. Además
de las que conocíamos, había dos personas más en Venecia, seis en total. Yon
había intentado conseguir adeptos en Roma
pero, de momento, solo contaba con un par de estudiantes, de los que no se fiaba del todo.
− −Entonces, Beatrice, ¿qué va a hacer ahora?
− Verás, le he sugerido que colabore con
nosotras. Que no se desvincule de SUN y
sobre todo, por su seguridad, que siga
manteniendo la misma posición de dudas con cierta predisposición a colaborar pero
sin participar en las acciones directamente. De esta forma, es posible que no
le pase prácticamente nada si conseguimos atraparlos. Por fortuna está
dispuesta, aunque muy asustada.
− Anne, me preocupa tu compañera, quizá habría
que pedirle a la Agencia que le busque una cobertura. Es cierto que el grupo no
muestra signos de ser peligroso con las personas, pero no los conocemos bien, sobre todo a Yon.
¿Has hablado ya con Lorena?
− Por supuesto y me ha asegurado que en cuanto
nos dé el día y la hora, la pondrá a
salvo hasta que todo pase y podamos transferir el asunto a manos de la policía italiana. La jefa la
avalará en la investigación que realicen. Como siempre ha sido breve y clara.
− Supongo que tras hablar con Beatrice, habrás
inferido alguna hipótesis que explique
cómo una persona tan bien preparada, ha
sucumbido a los pocos encantos de esa organización, al parecer, tan cutre? –le
pregunté.
− Algo he pensado, sí. A veces, solo hace falta tocar el punto débil de
una persona que tiene bajas las defensas emocionales. No sabes tú lo que ha
tenido que pasar Beatrice, para conseguir una licenciatura. Ha trabajado
duramente en un taller medio clandestino donde cosía a destajo. Es más
frecuente de lo que parece encontrarlos en los
polígonos industriales de muchas ciudades. El trato no es humano. Además,
no era ella sola, sino casi toda su familia. Me he dado cuenta de la cantidad
de rabia acumulada que lleva bajo esa apariencia suya de tranquilidad−había
bajado el tono y con ello entendí que sabía de lo que hablaba−. La relación con
su familia, según me ha contado, se ha resentido mucho en los últimos meses,
hasta el punto de romperla por completo. A ellos nunca les pareció bien el
tiempo que dedicaba al estudio y entre la
universidad y el taller tampoco tuvo tiempo de cultivar amistades. En cuanto
llegó a la Fundación, Mel se volcó con
ella y creo que tenía, o tiene, una especie de voto de gratitud.
− −
Pero, ¿y Mel? Ella es de familia rica, ¿no?
− Sí, desde los 6 años. Fue adoptada. De su
vida anterior nunca ha contado nada. Es tabú. Lo que sé es por la familia de mí…uf,
no sé cómo llamarlo ni su nombre me gusta pronunciar.
− No hace falta. Si te parece le designaremos
con “ese”.
− La familia de…”ese” tiene relación con la de
Mel. Son empresarios del mismo sector y han hecho negocios juntos.
− ¿Has pensado hacer algo respecto a ella?
− Estoy dándole vueltas, no creas−se detuvo
moviendo ligeramente la cabeza de arriba abajo−. Desde la Agencia, por
supuesto, se desentienden de ella. Yo... no tengo claro cómo actuar.
Según Beatrice, Mel está realmente
obnubilada y cree que está llevando a cabo una tarea salvadora desde el mundo del arte. Cuando alguien está tan
cerrado, hacerle frente puede llevarlo a que se aleje de ti por completo.
Veré si se me ocurre algo, pero… está muy difícil. −Volvió a detenerse
de nuevo y cambiando de tono pasó al papel de anfitriona−. Vamos a dejarlo y dime, ¿Dónde
vais mañana?
− Mañana, si no surge ningún inconveniente, haremos la ruta de las carreteras bonitas que
nos dejaste preparada.
− ¡Hala! ¡Lo vais a disfrutar a lo grande! ¡Ya
me contarás a la vuelta! No pierdas detalle de nada.
Cuando ya me disponía a colgar, la escuché:
− − ¡Ay, espera, espera, no cuelgues! Se me
olvidaba decirte que pasado mañana no os podéis
perder el acontecimiento que tendrá lugar en San Miniato. Ocurre todos
los años el día del solsticio de verano. Es un fenómeno muy curioso. La luz difusa que entra por una
de sus ventanas, justo a mediodía solar, se concentra sobre el
cangrejo del círculo zodiacal de mármol que se encuentra en el pavimento de la
iglesia. El Museo Galileo organiza visitas guiadas para observarlo pero como no
os apuntéis pronto…
−¡Ostras! Me encantaría verlo. ¿Y dices que es
pasado mañana? Gracias, lo tendré en cuenta. Bueno, si me lo permite nuestra querida jefa.
− ¿Nos vemos mañana?
Nos
levantamos cuando el sol apenas había salido. El día se preveía caluroso y
teníamos un recorrido de los que a mí más me gustan: carreteras secundarias,
mucho paisaje y poblaciones pequeñas.
Salimos de Florencia y tras dejar la autovía tomamos la dirección al primer punto de
parada. Pronto comprendí que no importaba el destino. La suavidad de las colinas por donde subíamos
o nos deslizábamos como toboganes, me
producía un bienestar delicioso en sí
mismo. Si tuviera que quedarme con un solo lugar de ese día, me sería imposible. Pienza me
enamoró por completo. Cada rincón, sus bellos edificios, las casas más
sencillas adornadas con multitud de macetas, las vistas desde la iglesia y
también el restaurante donde, por fin, probé la ribollita, un especie de menestra
típica de la Toscana, acompañada con un
rico prosecco bien frío. San Quirico d’Orcia me dejó boquiabierta, tanto y tan
bello concentrado dentro de su muralla. Montelpuciano, con su enorme plaza y
calles acogedoras que suben hasta lo alto para ofrecernos un excelente balcón
sobre los campos que lo rodean. Pero… qué curiosa es la memoria, si hay una
imagen que permanece inalterada en mi interior, es una sencilla viña al
atardecer en la que paramos, cuando los rayos del sol, dorados y espesos, acariciaban las vides y les otorgaban un verde
amarillento. El día se contuvo en ese instante y se quedó en mí para siempre en
forma de una sensación que todavía hoy no he logrado descifrar. Allí supe, sin lugar a dudas, que el caso se
cerraría pronto y bien. Con ese ánimo regresé a Florencia y visité a Anne, que
sin dejar que me interesase por ella, me hizo desgranarle el día paso a paso.
Sus ojos se animaban al ritmo que marcaban mis evocaciones. Hasta soltó una
risa suave cuando le confesé el vino que me había bebido a su salud.
− − Bueno, compañera, basta ya de hablar de mis
experiencias como turista en la Toscana, ¿cómo te encuentras tú? –le pregunté
apoyando mi mano suavemente sobre su brazo sano.
− Estoy bien, aunque algo cansada. Ha venido la
policía. Tenían más preguntas. Hablar de “ese” me enferma. Y para colmo después
se ha presentado Mel, poniendo cara
compungida, y diciendo que mañana tiene
que marcharse a Lucca por un asunto personal.
− −A
Nápoles, claro –la interrumpí mientras ella hacía un gesto con sus manos
que expresaba impotencia.
− −Miente bastante bien, no creas. Estoy preocupada. Temo que Beatrice no haya
sido tan buena actriz y se haya descubierto. La he llamado varias veces y no me
coge el teléfono…
− −Me estás asustando – dijo mientras llamaban a
la puerta. Era Beatrice.
− −
Perdona, no sabía que estabas acompañada.
− −Ya me iba. He tenido un día muy apretado como
turista.
Una
hora después me llamó Anne para darme información. Se mostró tranquila, su compañera no corría peligro porque no sospechaban de ella,
estaba segura. Habían cambiado de planes y actuarían al día siguiente en
Bolonia. Al parecer, en la Pinacoteca Nacional de esa ciudad, había una exposición temporal sobre los Macchiaioli
con cuadros prestados de diferentes museos italianos. Habían elegido “Aguadoras de Livorno” procedente de la Bottega D´Arte de Livorno. Actuarían a una hora de escasa afluencia coincidiendo con
la comida. Mel, a la que no había encontrado forma de apartar de la acción, a pesar de las mil pegas que le puso para impedirle abandonar Florencia, formaría parte del
comando encargado de atentar contra la obra.
− −Mañana me dan el alta −me dijo al final y se
le notaba cierto temblor en la voz− la verdad es que el cuerpo aunque con
muchos moratones me responde bien. Hoy han vuelto a realizarme otra radiografía
y el hueso del brazo está en su sitio, es cuestión de tiempo.
− Otra cosa es alma… ¿Has pensado en buscar
ayuda?
− Debería, lo sé, pero…me siento…rara. A la vez
necesitada y rebelde.
− Aún falta
para que puedas aceptar y afrontar lo vivido, pero confía, es
posible. Ahora estás en medio de las
nubes, y no precisamente blancas, pero cuando las traspases, veras el sol. La
travesía la deberás hacer en compañía.
No podemos con todo solos. Un ser humano
te ha herido… y con otro te curarás.
− Escucharte hablar así, me da cierta esperanza. Mañana…cuando esté
fuera…pensaré en ello, te lo prometo.
− ¿Dónde te quedarás? Supongo que no volverás a la vivienda que compartías con él…
− ¡Ni loca! Mi prima Lucia es propietaria del
hotel que hay justo al lado del apartamento. De momento ocuparé una bonita
habitación con buenas vistas a la ciudad.
− Me alegro que tengas cerca a alguien que te
quiera. Te dejo, que Lorena no tardará
en llamarme, porque de Bolonia no me
libro, seguro. Está demasiado cerca. Deséame
suerte.
Tras
colgar me asomé a la ventana y me quedé mirando la cúpula de Sta María de Fiori
sin pensar en nada, dejando que la mente se relajara y quedase limpia. No sé bien cuanto tiempo permanecí
así, pero me supo a gloria, hasta que
escuché en mi teléfono la melodía de
Lorena. Tras conversar brevemente con ella, le comuniqué a José Carlos que al
día, viajaríamos a Bolonia. Se lo tomó bien, porque Florencia la teníamos ya
bastante bien pateada y él es una persona que disfruta con las novedades. Además,
para tranquilidad mía y suya, iba a
contar con el apoyo de Milena, la agente de Nápoles que ya había salido, esa
misma tarde, hacía allí.
− − Lo que no me apetece es coger el coche otra
vez. Hoy nos hemos dado una buena paliza y total para ir a una ciudad no es
necesario ¿Miramos un tren?−me propuso.
− Buena idea. Ahora mismo –y mientras asentía
ya estaba buscando en el móvil.
La oferta de trenes era estupenda. Tomamos uno que salía a las 8:15 y nos dejó en Bolonia antes de las 9 de la mañana.
La oferta de trenes era estupenda. Tomamos uno que salía a las 8:15 y nos dejó en Bolonia antes de las 9 de la mañana.
¡Qué
ciudad más alegre! Mirases donde mirases, siempre te encontrabas con personas jóvenes
que iban y venían. Pasear bajo los soportales
de muchas de sus calles, te libraba del sol que ya pegaba con fuerza, aunque
estuviesen pensadas para proteger del agua. Milena nos esperaba a las 10 en la
plaza Santo Stefano, un lugar que inspira tranquilidad y dinamismo a partes iguales. Era una mujer que medía un
palmo más que yo, pero su cuerpo se movía con gracia y agilidad, al compás de
unos brazos ligeros y muy expresivos. En su rostro unos ojos oscuros y enormes,
que te atrapaban nada más mirarlos y una
sonrisa enorme, accionada por unos
labios finos pintados de rosa. Nos saludamos afectuosamente y le presenté a mi
marido.
− Bueno, ya sabes que tú no puedes intervenir.
Este asunto nos concierne a nosotras. No podemos correr el riesgo de arrastrarte
y meterte en problemas, solo Carmen y yo
tenemos cobertura desde la Agencia –quiso aclararle de entrada, aunque no era
necesario, y continuó poniendo cara de emoción −, pero ahora…los tres juntos…nos
vamos a dar el permiso de visitar el lugar más interesante de esta ciudad para
mí: la iglesia de Santo Stefano –y
levantó la mano mostrando la entrada, que se encontraba a unos pasos como si fuera
una maga que la acababa de sacar de la chistera.
En seguida nos aclaró, que en realidad, no era una sino cuatro iglesias unidas por varias capillas, un patio y un claustro.
En
el tiempo que duró la visita escuchamos embelesados a Milena, dando las explicaciones oportunas en cada
parte del conjunto. Lo cierto es que fue una suerte contar con su sapiencia. Me
impresionó la “reproducción” del Santo Sepulcro de Jerusalén. Permanecí allí un
rato, a solas, empapándome de la belleza del conjunto y de la
luz que le confería una atmósfera única. Sentí gratitud por cada una de las
personas que habían trabajado para crear tanta grandeza.
Salimos los tres cargados de energía, para ir a sentarnos a una terraza cerca de las Dos Torres, camino hacia la Pinacoteca Nacional y preparar nuestra estrategia. Comprobé que Milena era enérgica y mandona. Comenzó marcando cual sería mi intervención y que parte le correspondería a ella. No me molestó su actitud, al fin y al cabo, solo trabajaríamos juntas esa vez, y sin duda, mi colega manejaba el terreno mejor que yo, que únicamente lo conocía, por el mapa que me había estudiado con detenimiento la noche anterior. Sabíamos que estarían tres de los miembros de “Senza un nome”: Alfredo, que conduciría un coche de alquiler y los esperaría en el exterior; Yon, que actuaría de “pintor destrozador” y Mel, cuya misión consistiría de nuevo en distraer a quien vigilase la sala. Por nuestra parte, aunque José Carlos no iba a participar, nos serviría de ayuda en el exterior vigilando al conductor, el vehículo y sus posibles movimientos.
Salimos los tres cargados de energía, para ir a sentarnos a una terraza cerca de las Dos Torres, camino hacia la Pinacoteca Nacional y preparar nuestra estrategia. Comprobé que Milena era enérgica y mandona. Comenzó marcando cual sería mi intervención y que parte le correspondería a ella. No me molestó su actitud, al fin y al cabo, solo trabajaríamos juntas esa vez, y sin duda, mi colega manejaba el terreno mejor que yo, que únicamente lo conocía, por el mapa que me había estudiado con detenimiento la noche anterior. Sabíamos que estarían tres de los miembros de “Senza un nome”: Alfredo, que conduciría un coche de alquiler y los esperaría en el exterior; Yon, que actuaría de “pintor destrozador” y Mel, cuya misión consistiría de nuevo en distraer a quien vigilase la sala. Por nuestra parte, aunque José Carlos no iba a participar, nos serviría de ayuda en el exterior vigilando al conductor, el vehículo y sus posibles movimientos.
A
las 12 nos dirigimos a la Pinacoteca y nos apostamos en la Piazza Vittorio
Puntoni, justo delante del edificio.
Milena miraba de frente y nosotros nos colocamos de espaldas. Toda precaución era poca. Se
trataba de cogerlos in fraganti, no de provocar su huida. Un cuarto de hora después
paró un coche en la puerta del museo. Eran ellos. Bajaron Yon y Mel, mientras
que el coche continuó y un poco más adelante se detuvo a la izquierda. Nos
pusimos en marcha detrás de ellos, a una
distancia prudente. Pensamos que se dirigirían directamente al auditórium, que
era donde habían colocado la exposición, pero no fue así, sino que giraron a la
izquierda simulando ser unos simples turistas que iban a visitar el museo. Seguras de cuáles eran sus
intenciones, no los seguimos. Tomamos el camino directo a su objetivo, entrando
en primer lugar al espacio de Guido
Reni. Continuamos por la larga sala pasillo de los siglos XVII y XVIII, sin detenernos
en sus obras, hasta la puerta del auditorio. Se encontraba repleta
de los asistentes al evento que
se había organizado en torno a la exposición de los Mancchiaioli y que había
terminado en ese momento. ¡Habían elegido muy bien!
Milena
aprovechó para colarse y buscar un hueco donde permanecer escondida, mientras
quedaban personas dentro. Yo, aunque la sala contigua era la 28 me dirigí a la
27, allí esperaría hasta ver a Mel entrar en la otra y comenzar su actuación.
Poco a poco los participantes fueron
alejándose y el silencio se instaló en esa parte del edificio. Del auditorio
salieron tres vigilantes y se repartieron por las diferentes salas. En
la mía entró una mujer de aspecto cansado que se sentó en una silla y se puso a
mirar su móvil. Eso me recordó que debía vigilar el mío y comprobar que
estuviera en silencio con la vibración activada. Todo en orden. Enseguida
escuché un sonido de pisadas que me era familiar. Me acerqué a la salida para ver quién pasaba. Eran ellos dos. Mel
entró en la sala del Settecento y Yon abrió sigilosamente la puerta donde se
encontraba el cuadro y que habían dejado aireando, tras la conferencia que
había tenido lugar. Allí le esperaba Milena. Tras unos minutos escuché un doble
griterío. Primero, el de la vigilante de la sala de al lado pidiendo ayuda y
que hizo ponerse en pie, como un resorte, a la que estaba cerca de mí, haciendo que se le cayese el móvil al suelo. Lo
recogí con agilidad, se lo entregué y la seguí. Una mujer estaba en el suelo y
parecía inconsciente. En el auditorio se escuchaba a Milena dando voces, sin
que nadie pareciera hacerle caso.
− − ¡Mel!
– grité, acercándome a ella, lo que hizo
que se le tensara levemente el gesto − ¿qué te ocurre? –Y dirigiéndome a las
vigilantes intenté calmarlas y descargarlas de la atención a la falsa enferma,
para que pudieran apoyar a Milena−Tranquilas, la conozco, ya me hago cargo yo.
Vayan ustedes al auditorio.
Salieron
las dos justo cuando Yon intentaba huir de Milena que gritaba como una posesa.
−
¡¡¡Síganlo!!! ¡¡¡Estaba destrozando un
cuadro!!! ¡¡¡No lo dejen escapar!!!
El
guarda de seguridad no se encontraba en
la puerta principal, por lo que no llegó a tiempo de atraparlo. Mel, muy buena
actriz, comenzó a hacer como que reaccionaba.
− − ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? ¿Por qué
estamos juntas tú y yo?
¡Qué
a gusto le hubiera dado una bofetada! Y
lo malo era que no teníamos nada para
denunciarla a la Pinacoteca. No había cometido más delito que desmayarse. Me
entró una rabia tan grande que la dejé allí en suelo con su comedia y salí para
encontrarme con Milena y José Carlos. De nada nos serviría entablar una
conversación con ella, sería más efectivo esperar su salida e intentar seguirla.
Me encontré con dos vigilantes que volvían y las calmé:
− − Tranquilas, ya está bien. Voy fuera a avisar
a un amigo que nos espera.
Estaba
solo Milena y con una cara que no me gustó nada.
− − Tu marido no está, Carmen –comentó
desconcertada.
A mí
se me pasó la rabia de golpe y se me puso un nudo en el estómago.
−¿Qué me dices? Si le hemos dicho que vigilara…− empecé a comprender que no nos había hecho ni caso. No estaba tampoco Alfredo con su coche, así que sumando lo uno y lo otro comprendí que ambos andarían cerca.
−¿Qué me dices? Si le hemos dicho que vigilara…− empecé a comprender que no nos había hecho ni caso. No estaba tampoco Alfredo con su coche, así que sumando lo uno y lo otro comprendí que ambos andarían cerca.
Lo
llamé por teléfono, pero no lo cogió.
− − ¿Y ahora qué? –me sorprendió mi colega con
esta pregunta cargada de impotencia, que no le pegaba para nada a lo que yo había
supuesto sobre su carácter.
− Esperamos a
que salga Mel y vamos tras sus pasos – dije yo, tomando la iniciativa y el mando. Es lo
único que tenemos, quizá hayan quedado en alguna parte y nos conduzca a ellos y a José Carlos.
No
tuvimos que permanecer mucho tiempo, medio escondidas, tras un
árbol de la plaza. Enseguida apareció en la puerta y con movimientos
dubitativos miró a ambos lados. Finalmente se dirigió al café que se encontraba al otro
lado de la calle y del que también teníamos buena visibilidad. Por si la
venían a recoger en coche, Milena llamó
a un taxi para nosotras. Estuvimos el
tiempo suficiente para que me contara lo ocurrido con Yon en el interior. Justo
cuando iba a comenzar a pintarrajear el
cuadro, ella se había abalanzado sobre él, por lo que
apenas pudo marcar un par de líneas. No pudo sujetarlo porque a pesar de su baja estatura
y peso, se había zafado de ella con facilidad.
Apareció
un coche y se detuvo junto al bar. Era
el mismo que conducía Alfredo cuando llegaron al museo. Pitó un par de veces,
porque Mel se encontraba como absorta mirando en el otro sentido de la calle. Eso fue providencial. Dio el tiempo justo
para que apareciera nuestro taxi. En
toda mi historia como agente era la
primera vez que pronunciaba la típica frase:
− − Por favor, siga a ese coche.
Salimos
por la puerta de San Donato y giramos a la derecha. Por suerte, ellos conducían
suavemente, como sintiéndose a salvo. Después de un largo cuarto de hora, el
coche se detuvo.
− − ¡Vaya vuelta más tonta que han dado sus
amigos! –eso le habíamos dicho al taxista que eran−. Para llegar aquí era mucho
más corto haber tomado…bah para que les voy a contar. ¡Y se detienen en sentido
contrario!
− Perdón, no importa, tenga, quédese con la
vuelta−le apremió Milena, mientras que yo ya bajaba del coche.
Desde
el otro lado de la calle vimos como Mel
entraba a un local, que al parecer, se estaba reformando, sin poder
determinarse de momento a qué tipo de negocio iría dirigido. Mientras, Alfredo
siguió adelante con el coche, posiblemente buscando un lugar para aparcar.
Caminamos
cada una en el sentido contrario para
remontar lo suficiente la calle, cruzarla e intentar una aproximación al local,
desde su propia acera, sin ser vistas. Deberíamos aprovechar que hubiera solo
dos de ellos dentro, para disponer de más fuerzas. Las luces estaban apagadas.
Miramos desde el escaparate y no se veía a nadie en el interior. Seguro que se
encontrarían en la trastienda. Me
distancié un poco del local y llamé
a Lorena para que fuera preparando el
apoyo necesario. Nos dijimos adelante, asintiendo con la cabeza y probamos a
abrir la puerta. Comprobamos que el pomo giraba ¡Y se abrió! Lo hicimos
suavemente, sin ruido. Una vez dentro nos desplazamos con cautela, casi deslizándonos.
Cuando alcanzamos la trastienda mi pierna derecha se enredó en unos
cables que sobresalían del suelo. Eso me llevo a tirar de él y montar cierto
estrépito con algunas cajas y un cubo lleno de pintura se derramó por el suelo.
− − Alfredo, ¿ya estás aquí? –era una voz masculina, Yon, que tras el silencio volvió a oírse
algo dubitativa− ¿Alfredo?
Ante
la falta de respuesta Yon asomó la
cabeza y Milena le propinó un buen golpe con el primer objeto contundente que tenía a mano, tumbándolo en el suelo.
Entramos y mi corazón comenzó a galopar. Ahí estaba José Carlos, amordazado y
sentado en una silla. No llevaba las gafas y sus ojos reflejaban pavor y
alegría a partes iguales. Mel intentó huir, pero se lo impidió mi compañera que
pudo sujetarla con bastante facilidad. Entonces escuchamos cierto revuelo en la
tienda. La policía italiana había llegado a tiempo, incluso, de atrapar a Alfredo que se disponía a entrar
en ella. No se me olvidará nunca la forma en que Mel me miró. No dijo una
palabra, pero sus ojos lo decían todo: dolor, rabia, odio, desconsuelo…desesperanza.
A pesar de todo, sentí una pena infinita por ella. No me preocupaba tanto la condena que le pudiera caer, como la forma en que lo afrontaría. No estaba
segura si sería capaz de aprender algo y conseguir una vida más serena. Me recoloqué en mi interior,
buscando asentarme en la esperanza y me
acerqué a ella. Apartó su mirada de mí para murmurar entre sus dientes:
− − Vaya, la españolita. Y yo sin sospechar nada
de ti. Y mira que Antonello os describió bastante bien. ¡Qué tonta he sido!
−Mel, lo siento− solo dije eso, no era momento
de sermones ni enseñanzas. Ella necesitaba
tiempo para digerir todo lo que esa situación le despertaba.
Yon
había desparecido, pero pronto lo atraparían. Al parecer, había resbalado sobre
la pintura amarilla chillón que habíamos tirado, lo que lo haría fácilmente reconocible.
Dejamos a la
policía hacer su trabajo y buscamos un taxi para volver al centro.
De repente
sentí un hambre feroz, no era de extrañar, porque llevábamos muchas horas sin probar
bocado. Por suerte, Bolonia disponía de abundante oferta hostelera que no cerraban la cocina. Mientras comíamos
en un restaurante japonés, una rica
variedad de sushis, conocimos la aventura
de José Carlos. Al ver salir a Yon, corriendo del museo, fue tras él. Lo
alcanzó al llegar al coche y forcejearon hasta que Alfredo intervino y entre
los dos lo metieron al vehículo. Una vez en la tienda lo ataron y lo estuvieron
interrogando. Contó casi todo, pero en ningún momento hizo alusión a la
existencia de la Agencia. Todo había
sido iniciativa nuestra contando con la colaboración de Anne y una colaboradora
suya. En cuanto llegó Mel y Yon la puso al corriente de que su amiga la
había descubierto y la vigilaba con la
ayuda de los españoles, se sintió desolada. No albergaba esperanzas de atraerla
a su organización, pero le había afectado tenerla en contra.
Después
de comer dimos un paseo acompañados por Milena. Dejamos atrás la misión y se
interesó por nuestro modo de viajar, intercambiando las viviendas. Le
entusiasmó, así que le dimos el nombre
de la página web que utilizamos, HomeExchange y quedamos que en el verano siguiente cambiaríamos nuestras
casas. ¡Nápoles sonaba fenomenal como futuro
destino! Queríamos conocer
aquella zona, llena de tesoros naturales y arqueológicos. Al
final me había caído bien esta colega de último momento, profesora de
secundaria y madre de dos hijos con los que deseaba viajar a España. Nuestro
tren salió antes que el suyo y nos despedimos con un “a presto” y un fuerte
abrazo, satisfechas ambas de que el caso hubiera quedado resuelto. Mi intuición
no había fallado.
Durante
el viaje de regreso a Florencia a José Carlos le cayó una buena bronca, por intervenir sin cobertura de la Agencia,
aunque a decir verdad, su acción había resultado de ayuda. A lo largo del
trayecto llamé varias veces a Anne, pero
no me cogió el teléfono.
− − Me sorprende nuestra anfitriona –comentó él.
No sé cómo puede estar tan serena y
seguir de alguna manera en el caso, ¡con lo que le ha ocurrido!
− Ya, pero… en cierta forma…estar activa a su manera, le ha servido para
mantener cierta distancia. Ahora no le quedará otra que asimilar, poco a
poco, el cúmulo de sentimientos que alberga
en su interior. Espero que haga el camino digiriendo bien todo y que no escape
saltando sobre ello.
Llegamos
a casa derrotados pero yo necesitaba salir
un rato para celebrarlo. Se lo propuse a José Carlos que se duchó mientras yo volvía a marcar el número de mi compañera
sin obtener respuesta. Pensé que
quizá necesitaba desconectar de todo y de todos. Una vez bien arreglados ambos,
salimos. La noche era agradable y caminamos sin rumbo. Cenamos en un pequeña
trattoria, al otro lado del Arno y
después seguimos hasta la basílica del Santo Espíritu. Fue una suerte. Había un
concierto, a cargo de una orquesta joven americana, con una música, jovial y vivaracha. El cierre
perfecto para ese día.
A
nuestro regreso al apartamento nos esperaba una sorpresa: sobre la mesa de la
sala había un ramo de flores con una nota que decía:
Lo
habéis conseguido. No esperaba menos. Me alegro por ti…y por los cuadros.
Me
retiro. Si algún día me encuentras, no será en esto, aunque me gustaría.
Me
marcho a un valle lejano, donde un rey, construyó un gran palacio.
Ha
sido un placer conoceros, a ti y al bendito de tu marido. Cuidaros mucho.
Anne
La
voz de José Carlos sonó por encima de mi hombro, él también lo había leído.
− − Y a esta, ¿qué le ha pasado?
− − Es verdaderamente extraño. La última vez que
hablé con ella parecía a gusto yendo al hotel de su prima. Por cierto, es el que está aquí al
lado, el Brunelleschi. Mañana pasaremos y hablaremos con ella.
Me
costó mucho dormirme, me sentía preocupada y perpleja. Le daba vueltas a la
nota y no le encontraba ningún sentido. Solo tenía claras las cuatro partes:
sabía que la misión estaba cerrada, luego había hablado con Lorena; dejaba la Agencia,
lo que corroboraba lo de la jefa; se
marchaba lejos, ¿por qué y dónde?; y se despedía con cariño.
Descansé más de lo esperado, hasta que las campanas de Santa María me recordaron que era 22 de junio, día del solsticio y que teníamos una cita en San Miniato. Antes necesita saber qué había pasado con Anne. Decidimos desayunar en el hotel Brunelleschi, a modo de homenaje, y así hablar con su prima. Mientras nos acercábamos llamé a Lorena, una, dos, tres veces… y nada, fuera de servicio. Estaba cada vez más desconcertada. En recepción, antes de entrar en la cafetería, preguntamos por Claudia, la propietaria, explicando quienes éramos. Salió enseguida, con una sonrisa triste en la cara. Era una mujer menuda de rostro fino y facciones angulosas, que inspiraba confianza a través de la mirada. Nos dirigió a una pequeña sala y allí supimos que Pierre había conseguido escapar de la cárcel, ayudado por sus fuertes tentáculos en alguno de los ámbitos del poder. La policía estaba tras él, pero Anne, preparó su huida en cuanto lo supo. Por supuesto a nadie había comunicado su destino, ni siquiera a Claudia, no era seguro con su marido en paradero desconocido. Lo más probable es que hubiera salido ya del país ayer mismo.
Descansé más de lo esperado, hasta que las campanas de Santa María me recordaron que era 22 de junio, día del solsticio y que teníamos una cita en San Miniato. Antes necesita saber qué había pasado con Anne. Decidimos desayunar en el hotel Brunelleschi, a modo de homenaje, y así hablar con su prima. Mientras nos acercábamos llamé a Lorena, una, dos, tres veces… y nada, fuera de servicio. Estaba cada vez más desconcertada. En recepción, antes de entrar en la cafetería, preguntamos por Claudia, la propietaria, explicando quienes éramos. Salió enseguida, con una sonrisa triste en la cara. Era una mujer menuda de rostro fino y facciones angulosas, que inspiraba confianza a través de la mirada. Nos dirigió a una pequeña sala y allí supimos que Pierre había conseguido escapar de la cárcel, ayudado por sus fuertes tentáculos en alguno de los ámbitos del poder. La policía estaba tras él, pero Anne, preparó su huida en cuanto lo supo. Por supuesto a nadie había comunicado su destino, ni siquiera a Claudia, no era seguro con su marido en paradero desconocido. Lo más probable es que hubiera salido ya del país ayer mismo.
− − Antes de partir, me pidió que os dejara en
casa unas flores con una nota, que ella escribió para vosotros. Lo que más temo es que no volvamos a saber de ella. Mientras Pierre ande suelto…su vida corre
peligro.
−Anoche le di muchas vueltas a su escrito,
contiene una pista de su paradero, estoy segura, pero no soy capaz de
entresacar nada.
− Pues en mi opinión no le conviene dejar
señales. De hecho he puesto a buen recaudo todo lo que dejó en su habitación.
También he llamado a la Fundación para que hagan otro tanto con lo que hay en
su despacho. Nunca se sabe hasta dónde puede llegar ese hombre.
Nos
despedimos de Claudia y caminamos hacia
la basílica que divisa Florencia desde lo alto. No íbamos muy animados, el día
había salido nublado y no tenía pinta de levantar. Sin sol no habría fenómeno,
pero la visita ya la teníamos concertada, así que al menos nos darían
información. Cuando llegamos había un nutrido grupo de gente esperando en la
puerta y el cielo permanecía opaco. Nos tuvimos que conformar con una
presentación de diapositivas y un vídeo,
en el que se observaba lo que me había contado Anne: los rayos solares en un
momento determinado se concentraban e
iluminaban al cangrejo del signo de Cáncer con toda claridad. Me resultó
curioso saber que se había descubierto
hacía unos pocos años, en concreto en junio de 2011. Durante cientos de años
estuvo sucediendo sin que nadie reparase en ello. ¡Increíble! ¡Con lo que tuvo
que pensar quien lo diseñase! ¡Y para un evento que sucede una vez al año,
durante unos breves minutos!
Aprovechamos
para visitar el cementerio que se encuentra anexo a la iglesia. Estaba lleno de
belleza: panteones, esculturas, vegetación…forman un conjunto en el que la
serenidad brotaba por doquier. Hubo una tumba que me atrajo especialmente y a
la que dediqué un tiempo de contemplación y respeto. Pertenecía a un joven
muerto en la segunda guerra mundial. Destacaba porque sobre ella había una escultura que lo
representaba junto a su novia. Tenía un aire festivo y alegre, conmemoraba el
amor, no la desdicha. Cuando salíamos
del cementerio, comenzó a caer una lluvia muy fina que nos acompañó hasta
abajo, obligándonos a buscar un restaurante a prisa y corriendo. A la tarde amainó pronto y pudimos pasear sin rumbo.
Curiosamente, nuestros pies nos condujeron la plaza de La Passera a saborear nuestro
último helado en la capital de la Toscana.
Dejamos
Florencia a la mañana siguiente, esta vez con calma. Teníamos pensado llegar
a dormir a casa de mi amiga Rosa en Chateaurenard,
población de la Provenza cercana a Aviñón. Pasar con ella un par de días, al
terminar uno de nuestros viajes por Europa, se había convertido casi en
costumbre. Como siempre fue una estancia alegre y bulliciosa con paseo por Les Alpilles y comida en Saint Remy para tomar luego un delicioso
helado en Roma, una de las mejores heladerías que conozco en esa villa.
Regresamos
a casa dos días después, con la satisfacción de un viaje repleto de naturaleza,
arte, amistad, una misión exitosa… pero
también con la incertidumbre por Anne y su misteriosa desaparición.
− − Sabes, estoy encantada de nuestro periplo
por la Toscana. ¿Cuánta belleza nos ha
regalado esa tierra, pero… −le decía a
José Carlos cuando ya estábamos cruzando la frontera francesa− me falta algo…es
como si esto no hubiera terminado.
En
otoño viajamos a las islas Canarias. El verano había pasado suavemente y al mecer
de las olas del Mediterráneo, en Oropesa, planificamos esa escapada. El destino
principal era Tenerife, nuestra isla preferida. Conseguimos un intercambio en
Buenavista del Norte, cerca de Garachico. José, nuestro anfitrión, fue muy atento esperando nuestra llegada hasta las 2
de la mañana. Nos proporcionó valiosa información
sobre gastronomía, fiestas y bellos
rincones que todavía no conocíamos. La vez anterior que visitamos la isla,
pasamos un día a La Gomera con una excursión organizada. Nos quedamos con la
sensación de no habernos enterado de nada, así que esta vez preparamos una
escapada de al menos tres días, para recorrerla con algo más de tranquilidad y
sobre todo para poder conocer el parque
nacional de Garajonay. Había leído La
niebla y la doncella de Lorenzo Silva y me habían alcanzado las descripciones
que hacía de ese espacio natural y su magia. Alquilamos un pequeño apartamento en
San Sebastián, la capital, y cuál fue mi
sorpresa al ver que se encontraba justo al lado del cuartel de la Guardia
Civil, protagonista en la novela. Fuimos testigos, en varias de nuestras
caminatas, de la atmósfera tan extraña que crea la niebla en la isla y cómo en
poco tiempo, ascendiendo, puedes salir de ella y encontrarte con un sol
radiante sobre tu cabeza. El segundo día de nuestra estancia salimos del parque
por la zona noroeste y como la tarde se había llenado de luz, nos encaminamos
hacia unas playas que nos habían
recomendado. Tomamos el camino hacia el
sur y comprobamos que merecía la pena llegar hasta allí: pura naturaleza
abierta al océano. Sin detenernos llegamos al borde del mar donde encontramos algunas
casas, una ermita y un montón de
criaturas vestidas de monstruos.
− − ¡Estamos a 31 de octubre! –no había que ser
un lince para deducirlo.
− − ¿Y si nos alejamos un poco? –propuso José
Carlos− desde aquí caminando, la playa del Inglés está a tiro −continuó
mientras miraba un mapa.
Paseamos
hasta alcanzar una zona de mar abierto, con más roca que arena de color azabache y que contrastaba con los rayos, ya casi naranjas, del atardecer. Permanecimos
un buen rato y regresamos por el mismo camino. Ya cerca de la ermita, nos
sentamos en la terraza de un bar, para
descansar. Cuando apenas habíamos tomado la mitad de la cerveza, observamos
como un pequeño grupo de niños se acercaban a nosotros acompañados por una mujer vestida de bruja.
Sin mediar palabra los dos nos giramos, para darles la espalda y tener solo a
la vista el mar. Enseguida oímos las voces a nuestro lado pero, poco a poco, el
barullo se alejó de nuevo. Y en ese preciso momento escuché una voz conocida
que pedía al camarero:
− − Un prosecco bien frío, por favor.
Me
levanté y me giré de inmediato, para
toparme con el rostro de la bruja más
horrorosa que jamás había visto. Aun así, me abalancé hacia ella, para abrazarla. Se quitó la máscara y me
llené de alegría al contemplar la cara
de Anne, feliz como yo del reencuentro.
− − Pe…pe…pero, ¿qué haces tú aquí? Yo pensaba
que…que…ya nunca te volvería a ver.
Hasta con esa ropa estás preciosa.
¿Dónde te has metido?
− ¡Ay qué alegría! ¿Dónde va a ser? Aquí, en Valle Gran Rey, así se llama este lugar. Te lo ponía en la nota, ¿lo recuerdas? Esperaba más de ti, Carmen, que para algo eres agente secreto.
− ¡Y yo que te hacía en Egipto! ¡Pero qué tonta!
José
Carlos permanecía, sin decir nada, a dos pasos de nosotras. Anne movió las
manos invitándolo a acercarse, para estamparle dos sonoros besos en las mejillas.
Tras unas cuantas exclamaciones más, nos sentamos para escuchar su relato. Pierre consiguió dar con su paradero, pero por fortuna, el coche que conducía, demasiado rápido para
aquellas carreteras, acabó en el fondo de un barranco antes de llegar a Valle
Gran Rey.
− − Ya nada puede hacerme, –aseguró, con un deje de tristeza para
continuar con cierta sonrisa – he vuelto
a la vida y pienso apurarla hasta la última gota. Me están ayudando, profesionalmente,
a hacerme cargo de la madeja de
sentimientos que la relación con él y su
muerte han provocado en mí. De momento aquí me quedo. Al poco de llegar puse en
marcha un taller de pintura. Doy clases a mayores y pequeños. Petra es mi alumna más crecida, tiene
76 años y el más pequeño se llama Luis,
un artista de cuatro.
− ¿Y no echas de menos Florencia y la Fundación?
–me extrañé.
− Me lo pregunto muchas veces pero…no sé…todo
aquel barullo, tantas idas y venidas, las clases, las artistas…Hoy no necesito
más que esto para recomponerme a mi ritmo. ¿Ves el mar?, hoy está en calma. Va
y viene suavemente. Lo hace sin preocuparse por nada más que permanecer en el movimiento
tal y como se da en cada momento. Yo ahora estoy en aquí y no me planteo dónde iré mañana.
Me
encandiló el brillo sereno de sus ojos mientras hablaba, la quietud de sus
manos apoyadas en el regazo y el tono suave
con que desgranaba las palabras.
− − Pensaba llamarte un día de estos −continuó−,
para explicarte mi nueva situación, contarte todo esto y hablarte de Mel.
− − Por cierto, ¿sabes algo de ella? Supongo que habrá tenido
consecuencias, por muy alta que sea la cuna de su familia.
− − Sí, claro. He retomado el contacto con mis
colegas de la Fundación que me mantienen al día. Con ella todavía no he dado el
paso de llamarla. Necesito tiempo. Y bueno,
respecto a su situación, ya veremos cómo queda. Su madre pagó la fianza y vive
con ella. El padre ha tomado distancia de ambas, no puede perdonarla. Se
encuentra a la espera de juicio como Yon y Alfredo. Estos, en la cárcel.
Beatrice se ha librado gracias a su colaboración y Antonello quedó libre, no puso en marcha lo
que le había pedido su hermano.
Nos
quedamos en silencio. No justificábamos, en absoluto, su comportamiento, y yo ni siquiera alcanzaba a comprenderla, pero
las dos nos sentíamos preocupadas por
ella. El hecho que estuviera su madre a
su lado, en este momento, alumbraba un atisbo de esperanza. Anne retomó la
conversación cambiando el tono y el tema:
− − Por cierto, se me olvidaba, ¿qué tal el
“Cinco Cero”?
− − Todavía está pendiente. Lorena, supongo que
ya sabrás, estuvo ausente parte del
verano, por problemas de salud. Fue precisamente el día de tu huida cuando tuvo el ictus−Anne me miraba y asentía,
estaba al tanto−. Se ha recuperado muy rápido pero justo me convocó para el 1
de noviembre, que es mañana, y nosotros ya teníamos el viaje preparado. Espero
que sea pronto. Me siento ilusionada. ¿No se celebran 50 misiones todos los
días! Ya te contaré −me detuve para consultarle−. Bueno, si ya estás disponible
otra vez.
− − Por supuesto, en esta nueva vida tienes un
hueco, ahora como amiga.
− − Eso quiere decir que la vuelta a la Agencia
no te la planteas…
− − Para mí es una etapa terminada –fue una
afirmación rotunda que quiso aclarar−. Ese trajín no formará ya parte de mi vida. He
disfrutado mucho, me he implicado en cada misión viviendo un gran compromiso,
aunque aparentemente su contenido fuera de poca importancia, como ya sabes que
son muchas de ellas. Lo que afecta a un ser humano, por pequeño que sea, a mí me moviliza… pero después de lo
vivido algo ha cambiado en mi interior,
estoy segura que encontraré otra forma de ofrecer mi ayuda.
− − ¡Cómo me gusta esta nueva Anne! – exclamé a
la par que me levantaba para abrazarla.
Con el corazón reconfortado volvimos a San Sebastián de la Gomera. Se nos había hecho tarde y sabíamos que la niebla nos esperaría en lo alto del parque. Así fue, a la salida de un túnel nos envolvió como una especie gasa tupida, lo que le dio pie a José Carlos, para una reflexión en voz alta:
Con el corazón reconfortado volvimos a San Sebastián de la Gomera. Se nos había hecho tarde y sabíamos que la niebla nos esperaría en lo alto del parque. Así fue, a la salida de un túnel nos envolvió como una especie gasa tupida, lo que le dio pie a José Carlos, para una reflexión en voz alta:
− ¡Qué
bonito es encontrarse con el sol, más allá de la niebla, aunque
nos sorprenda y obligue a quitarnos la chaqueta! ¡Anne está estupenda
sin ella!
Terminado en Teruel el 19 de mayo de 2020






















































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