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LA TOSCANA CINCO CERO


Iba a ser un viaje de placer. El primero tras mi jubilación. Lo realizaría con mi pareja. Los dos estábamos muy ilusionados, porque llevábamos  años proyectándolo y por fin lo habíamos conseguido: la Toscana.

Elegimos  junio, un mes ideal  para poder disfrutar de buen tiempo, y con  muchas horas de luz para aprovechar bien los días. Pero,  algo se nos cruzó por el camino,  convirtiendo el turismo en investigación, por cierto, una muy especial para mí.

El día 10 llegamos a Florencia. Desde hace años, participamos en una plataforma de intercambio de viviendas  y habíamos conseguido un apartamento en pleno centro, en la calle de Santa Elisabetta.  La propietaria  no podía recibirnos, por lo que acudió  en su lugar una  amiga suya, Mel, que hablaba un español muy gracioso. Lo único  malo era que nuestro alojamiento se encontraba en un cuarto piso sin ascensor. A cambio,  desde las ventanas del salón podíamos contemplar la cúpula de Brunelleschi a una breve distancia, todo un lujo.



Mel nos encaminó hacia arriba con voz cantarina  tomando uno de nuestros bultos. La vivienda tenía lo que necesitábamos: un dormitorio, un baño y un salón con cocina abierta. Los muebles parecían sacados de alguna tienda de antigüedades. Espejos, cuadros y  mesa emanaban  buen gusto y belleza.

Sobre las seis de la tarde, una vez instalados, bajamos a gozar de la ciudad. Sin rumbo ni mapa, como nos gusta hacer en el primer contacto con un lugar en el que, además íbamos a permanecer  bastantes días.

Nuestros pies nos dirigieron hacia la plaza de la Señoría. No lo esperaba, así que la emoción de verme rodeada de tanta belleza hizo que mi pecho experimentara una fuerte expansión y de mis ojos resbalaron algunas lágrimas. Hacía tan poco que me había jubilado que, sin pretenderlo, evoqué a toda mi clase del colegio, para atraerlos conmigo y vivir ese momento.

José Carlos  me señalaba  estatuas y edificios pero yo no era capaz de oír ni de hablar.
̶  ¿Qué te pasa? Si pareces una estatua más ̶ me dijo,  mientras me sacudía suavemente.
̶ Me siento sobrecogida, no lo recordaba tan impresionante cuando estuve de joven ̶  acerté a responder.
̶  Pues vete espabilando que estamos solo al principio.

 Era bien cierto. El paseo nos regaló una multitud de gratas sensaciones, a cual más estimulante. Cuando llegamos al puente Vecchio y a pesar de la multitud que lo atravesaba, en el mismo sentido que nosotros y en el contrario,  mi memoria se puso en marcha. ¡Por fin reconocía un lugar en el que había estado hacía más de 40 años! ¡Tal cual, con sus joyerías llenándolo de punta a punta!

Saciados  de arte, volvimos a casa a tomar la cena que nos había dejado preparada nuestra anfitriona.

Antes de dormir, estuve buscando información sobre algún ‘free tour’, que al día siguiente nos introdujera  en la historia y misterios  de la ciudad. Imposible. Lo que nunca nos había pasado. Estaban todos completos.

Por la mañana,  las campanas de Santa Maria di Fiori nos  despertaron pronto. Bajé a la panadería que había localizado la tarde anterior en nuestra misma calle y tomamos un rico desayuno con pan de corteza vigorosa y miga densa.

En seguida salimos hacia la catedral y comprobamos que su fachada principal estaba ya atestada de turistas.


Yo seguía empeñada en hacer un tour a pie y por fortuna,   di con un guía  en español disponible. El grupo lo formábamos, además de nosotros, cuatro parejas  sudamericanas. Hicimos un buen recorrido, cargadito de información, porque Leticia, la guía, era un libro abierto a Florencia y  no se quería dejar ni un rincón por mostrarnos, ni una historia por contar. Además, nos descubrió una heladería, la Gelateria della Passera, a la que luego volvimos en varias ocasiones. Es un lugar, que sin ser bello, tiene la gracia de lo auténtico, un rincón donde la gente del barrio se junta y charla, sin olvidar que los helados están buenísimos y a un precio muy razonable.




El día transcurrió apacible y, por la tarde, probamos muy cerca de nuestro apartamento, un pequeño bar que servía  un aceptable  aperitivo. En Italia, sobre todo en el norte, es algo muy arraigado. Se trata de una oferta que hacen los bares entre las 18  y 21  horas, en la que por un precio fijo puedes pedir una bebida y tienes derecho a comer lo que desees de un bufé preparado para ello.

Volvimos satisfechos a casa porque, además de lo ingerido,  habíamos conseguido entradas a buena hora en la Galería de los Uffizi.

Cuando llegamos al día siguiente a la puerta del museo, con bastante tiempo de adelanto,  comprobamos que la cola tenía unas dimensiones  espectaculares. Por fortuna, el ritmo de entrada era vivo y  tardamos menos de lo que creíamos en alcanzar el control para acceder al interior. A  mí me interesaba sobre todo la pintura, pero comenzamos por la escultura. Fue una decisión excelente, y contagiada por el entusiasmo de José Carlos, la disfruté muchísimo. Al  cabo de una hora nos dirigimos a las salas de pintura, ricas en cuadros del Renacimiento. Contemplamos algunos famosísimos que habíamos visto muchas  veces en los libros de texto, aunque por desgracia eran los que más público atraían. Cada vez las salas se encontraban más llenas y  cuando alcanzamos las  del Barroco, un tumulto de gente atrajo nuestra atención. Había una mujer tendida en el suelo y cada vez más turistas en torno a ella. Alguien dijo:
̶  Por favor, dejen sitio, soy médico.

La sala de al lado se había vaciado y nosotros no podíamos hacer nada, así que tiré de José en esa dirección,  pero no se movió.
Me encontré sola en  un espacio demasiado  oscuro para mi gusto y lo fui recorriendo de izquierda a derecha, acompañada por un olor a madera con un toque  fresco. Cuando mis ojos se detuvieron en el último cuadro, me quedé de piedra. Justo entonces entraba mi marido con una cara muy extraña.
̶   ¡Es Mel! ¡La mujer que está ahí afuera en el suelo es Mel!
̶  ¡No puede ser! ¡Vamos! ¡No, espera,  antes tienes que ver esto! ̶  exclamé mientras lo llevaba ante un cuadro.
̶ ¡Eeeeeh! ¿Pero esta sala no era del Barroco? ¿Qué hace este cuadro aquí?


La obra tenía por título La Sguattera  pero parecía una pintura cubista porque alguien lo había estropeado pintando encima de él. Salimos enseguida, pero a Mel ya se la llevaban en una camilla hacia la salida. La gente  comenzó a entrar en la sala y en unos minutos se armó  allí otro gran revuelo. Varios auxiliares del museo  se acercaron enseguida y la desalojaron  mientras una de ellas solicitaba:

̶  Si alguien ha visto algo, que espere fuera, por favor.
̶  ¿Qué hago? Yo ver no he visto pero sí que he olido ̶  comenté.
̶  Anda, vámonos. Pues no ha habido gente ahí ni nada toda la mañana, para que un olor tenga importancia.
̶  Tienes razón. Voy a llamar a Anne y le decimos lo de su amiga. Pobre, ¿qué le habrá pasado? Esperemos que haya sido un simple mareo.

Marqué el número de nuestra anfitriona y sonó varias veces sin respuesta. Como empezábamos a sentir apetito, buscamos un restaurante en el que nos habíamos fijado el día anterior, la Trattoria Dall’Oste, donde comimos una estupenda carne acompañada de patatas y ensalada.

Fue a media tarde cuando finalmente di con Anne. Nos dijo que lo de Mel solo había sido un susto y que las dos estaban ya trabajando en la Fundación. Aproveché para preguntarle si sabía algo de lo que había ocurrido con un cuadro en los Uffizi,  pero no tenía conocimiento del hecho. Ante mi curiosidad e insistencia me prometió que en cuanto averiguara algo me informaría.
Por la noche, como no tenía sueño, estuve buscando información sobre el cuadro en cuestión  y curiosamente no encontré ninguna noticia sobre el suceso. Pero averigüé que se trataba de un cuadro de Giuseppe Maria Crespi,  conocido, entre otras cosas, por pintar escenas de cocina y otros temas domésticos.
Anne no me llamó y decidimos salir al día siguiente de la ciudad. Nos dirigimos a uno de los lugares que nos había sugerido ella,  Colle Di Val D´Elsa,  porque al lado había anotado ‘poco frecuentado por los turistas’. Un acierto total. En su parte alta encontramos la villa medieval, que permanece  intacta. Paseamos, prácticamente solos, saboreando cada rincón, en el silencio de sus largas calles. Justo al fondo de la  principal dimos con un antiguo edificio convertido ahora en escuela. Me acerqué a mirar y, en ese momento, el barullo de la salida de las clases  llenó el aire de palabras y risas. Fue algo mágico que me hizo evocar los versos de Lorca:

¡Qué alegría tiene el hondo
silencio de la calleja!
Un silencio hecho pedazos
por risas de plata nueva.

 Instituto Ancelle del Sacro Cuore,  ponía con letras azules  en una baldosa blanca,  junto a la puerta de hierro que daba acceso al patio. Varias madres y algún padre esperaban a su prole y dos maestras atendían la salida.
 —Te recuerdo que estás jubilada —sonó en mi oído con un tono cariñoso a la vez que burlón
—Ya lo sé. Pero…es que  me encanta verlos. Fíjate bien, no hay ningún niño feo.

Nos dimos la vuelta, deshaciendo nuestro camino, hacia la salida de la villa. Entonces descubrimos la Cripta de la Misericordia que nos había pasado desapercibida antes.  Sorprendía la luminosidad que había en su interior. Pintada en colores claros, desprendía  un aire alegre que nunca había  encontrado en cripta alguna.
Por la noche me llamó Anne y quedamos en vernos al día siguiente pronto para  desayunar. Nosotros queríamos visitar después el Palacio Pitti, a ser posible,  sin muchas aglomeraciones.
A las 8 en punto llegamos a la cafetería y enseguida apareció  ella acompañada de su amiga Mel. Tenía un aire fresco y parecía totalmente recuperada. Nos explicó que, de repente,  se encontró indispuesta y ya no recordaba nada hasta el mismo hospital. Al parecer  había tenido una bajada de tensión, sin mayor importancia. De hecho, ni siquiera pensaba comentar nada al ir por la tarde a la Fundación. Fue Anne quien, avisada por nosotros, le preguntó y así supieron todos lo que le había ocurrido. Por supuesto centramos la conversación en el asunto.
    −Sí, claro. Estuve en la sala del Barroco y vi “La Sguattera”,  el cuadro de Crespi, pero no presentaba ninguna señal de que lo hubieran pintarrajeado −nos comentó.
¿  −¿Qué opináis vosotras al respecto? –pregunté.
   Anne tomó la palabra. Me sorprendió que llevara puestas unas enormes gafas de sol y  que no se las hubiera quitado dentro de la cafetería.
    −En mi opinión, más bien parece  una gamberrada porque, de momento, nadie   ha  reclamado la autoría. Sin embargo, en la Fundación hay compañeros que piensan que se trata de un grupo de estudiantes  anti-barroco.
    −Anne, nadie se pone en peligro por una gamberrada de ese tipo –aseguró Mel y continuó con el mismo tono, rotundo y firme−. Habéis de saber que en Florencia proliferan grupos y grupúsculos de todo tipo, relacionados con el mundo del arte. Incluso nosotras pertenecimos a uno cuando éramos estudiantes. Reivindicábamos  el protagonismo de las artistas, para que se les diera mayor visibilidad en los estudios artísticos. De hecho, es de ese grupo del que procedemos varias de las personas que trabajamos en la Fundación.
    −¡Vaya! Entonces, ¿los objetivos de vuestro trabajo caminan por esa senda?−preguntó José Carlos.
 −¡Claro! Se trata de una Fundación que ayuda a promocionar a mujeres artistas, principalmente a pintoras –volvió a intervenir Mel.
     Escuchar aquello me encantó y me provocó el deseo de conocer mejor su trabajo, así que me atreví a preguntar
    −¿Sería posible visitar vuestra sede aquí en Florencia para conocer un poco más lo que hacéis?
     −Esta semana la tenemos algo complicada, pero como vais a estar bastantes días,  a la próxima os hacemos un hueco. Además,  yo estaré fuera un par de días con varios alumnos. También doy clase de Historia del Arte en la Accademia d’Arte-ADA. Por cierto, está muy cerca del apartamento, así que,  si en algún momento queréis, también os la puedo mostrar 

Terminamos el desayuno contándoles nuestras impresiones sobre la ciudad y  la excursión del día anterior. Mel tenía algo urgente  que llevar a cabo y salió apresurada. Anne, siguiendo en su línea de excelente anfitriona, se empeñó en invitarnos.
Caminamos a paso rápido hacia el Palacio Pitti para conseguir entrar lo antes posible. El acceso fue sencillo y al entrar vimos que se podían visitar las cocinas, recién restauradas, con guía. Nos apuntamos para el grupo siguiente y, mientras, escogimos algo ligero: el Museo de los Trajes. Pasamos un buen rato conociendo el recorrido de la moda, desde el siglo XVIII al XX.
 











La visita a las cocinas era en italiano, así que, pudimos seguirla con cierta facilidad. Nos interesó especialmente conocer las condiciones en las que trabajaban en aquellas estancias,  quienes estaban al servicio de los Medici. Contaban con abundante menaje y espacio, pero escaseaba la luz. Me sorprendió ver en la esquina donde se encontraba el fregadero una reproducción del cuadro La Sguattera. La guía se dio cuenta de cómo lo miraba y nos aclaró:

−Bonita obra, como la mayoría de Crespi. Se expone en Uffizi, pero en este momento no está disponible–. Y tanto, pensé, como que está medio destrozada. 



        Nos dirigimos a la Galería de Arte Moderno. No pudimos entrar. Un revuelo de personas y voces y, sobre todo,  el alto de un guardia de seguridad, nos detuvo unos metros antes. Nos hicieron retroceder para dejar paso a los servicios sanitarios. Pasado un rato regresaron con una persona en la camilla. En ese momento se me cayó el sombrero que llevaba en la mano y me agaché a recogerlo,  justo a tiempo,  para divisar el rostro   del  hombre que había sufrido el percance.
En cuanto fue posible entrar, nos dirigimos al siglo XIX. Me interesaba  conocer el trabajo de los Macchiaioli, los manchadores, un movimiento pictórico que se desarrolló precisamente en la ciudad de Florencia en la segunda mitad de dicho siglo. Se proponían cambiar por completo la cultura pictórica en Italia y, aunque en su momento no fueron bien acogidos por la crítica, actualmente se considera el movimiento más relevante del momento. José Carlos iba delante cuando entramos en la siguiente sala.




      
  ¡   −¡Otra vez lo han hecho! ¡Ven, ven, mira ese cuadro!
−   −¡No puede ser, lo han destrozado por completo!
    −Será mejor que salgamos de aquí, no vaya a ser que nos echen la culpa. ¡Ya es casualidad que seamos los primeros en verlos como en Uffizi!

Tuvimos suerte porque, tras llegar a la otra sala y escondernos en un saliente, oímos como llegaban dos trabajadoras del Palacio y empezaba  el baile. Por fortuna, yo había conseguido memorizar el nombre del autor, Silvestro Lega  y del cuadro, Visita alla Balia.

Aunque algo inquietos, recorrimos la Galería Palatina y  la medio disfrutamos. Mi cabeza no paraba de dar vueltas a lo sucedido y me parecía todo menos casualidad. Ya estaba temiendo la llamada de mi querida jefa para hacerme “un encarguito,  ya que estaba en el sitio”.


Teníamos el día apretado así que nos tomamos unos bocadillos mientras paseábamos por los Jardines de Boboli, la zona verde más extensa de Florencia: grutas, fuentes, un pequeño lago, cientos de estatuas y miles de árboles. Aunque seguía teniendo el cuadro malogrado en mi cabeza, el paseo me ayudó y al final de la tarde, cuando subimos las escaleras del Duomo y contemplamos desde arriba la ciudad, la pintura se había perdido en algún recoveco de mi memoria. Pero tras el descanso y la cena, las imágenes del cuadro brotaron de nuevo y, aunque hice concienzudas búsquedas en internet, nada se comentaba al respecto. Llamé a Anne con el deseo de que ella pudiera aclararnos algo, pero no me contestó. Su marido había vuelto de un largo viaje  hacía dos días y supuse que deseaba más tiempo con él. Le dejé un mensaje:
−Buenas noches, Anne. Estamos muy a gusto en tu casa.  Perdona nuestra insistencia,  pero nos gustaría hablar contigo de algo que nos ha sucedido hoy en el Palacio Pitti. ¿Sería posible visitar mañana a última hora de la tarde la Fundación?  Así te lo contamos con tranquilidad. Un saludo.



La Toscana es una región llena de pueblos y ciudades con mucha historia y belleza, a lo que se le une un paisaje de suaves colinas, viñedos serpenteantes, olivos centenarios… El viernes nos levantamos pronto y nos lanzamos con ímpetu  a recorrer  una buena parte de la región. El plato fuerte era Siena y precisamente en su enorme plaza, sonó mi teléfono. Casi me da algo. Lorena, mi jefa atacaba de nuevo.





−Pronto−utilicé el modo italiano para responderle.
−Vaya, te veo muy adaptada.
−Espero que no me llames para interrumpir mi viaje. Esta vez no se te ocurra, porque yo de aquí no me muevo –la amenacé.
−Tranquila querida. La misión que tienes preparada se ubica en Florencia, aunque no descartamos que se ramifique fuera.−mientras la escuchaba me di cuenta que seguía siendo una pardilla ante ella.
−No. Lo siento, pero deberás buscarte a otra – me atreví a oponerme.

−De sobra sabes que no acepto un NO por respuesta. −Y continuó como si nada−. Tienes una compañera de apoyo, que de hecho ya conoces. Se trata de tu anfitriona, Anne. Acabo de hablar con ella y tiene toda la información con la que de momento contamos. Te llamará luego. 
        
Tras esas palabras me quedé paralizada. ¡Anne y yo pertenecíamos a la misma organización! En  este punto, hasta llegué a pensar que nada era casual en este viaje. Y seguí escuchando la voz  de Lorena:

−Tú verás cómo haces con tu marido, lo que le explicas  y hasta dónde  lo implicas. Contarás, como siempre, con una buena cobertura como agente de la Interpol,  pero  para él no habrá nada.  Andad con cuidado, no responderemos por él.
      
Mi marido, claro. Contento se iba a poner. A ver cómo se lo explicaba yo. Pero… ¿que estaba pensando…? ¿Eso quería decir que aceptaba? ¡Qué remedio!
El hecho de que fuese mi anfitriona la compañera de trabajo, provocó en mí un cambio repentino. Un pequeño volcán de ilusión se puso en marcha desde  mi  estómago y una energía vigorosa alcanzó a mis brazos y piernas. Mi mente se activó para afrontar la conversación con José  Carlos. Si dijera que fue  fácil mentiría,  pero con paciencia y mano izquierda, llegamos a una acuerdo. Él aceptaba, siempre y cuando tuviera suficiente información, pudiera apoyarme y no dejásemos de visitar ciertos lugares, además de que, por supuesto, los gastos corrieran a cargo de mi jefa.


Como Anne no llamaba, continuamos con nuestros planes y disfrutamos  de la belleza de  Monteriggioni, Siena y finalmente Arezzo, una ciudad de cine, en la que se rodó la película La vida es bella. Paseando por ella reconocimos lugares del film  y nos llenamos de la hermosura de los edificios que, por fortuna, se habían reconstruido por completo tras la II Guerra Mundial. Al salir de la catedral recibí su llamada. Fue una conversación breve y profesional, sin aspavientos por parte de ninguna de las dos. Fijamos una hora para vernos y colgamos.

La Fundación se encontraba  situada  en Via dell’Erta Canina, en una pequeña villa con vistas a la ciudad. Desde la calle nada hacía suponer el confort y la suntuosidad que encontraríamos dentro. A las 7 de la tarde, recién llegados de nuestro día de turismo, tocamos al timbre junto al que había una pequeña placa donde se leía “Nella Donna”. La puerta se abrió unos minutos después. Entramos algo cohibidos  y vimos que Anne nos hacía señas desde lo alto de la escalera situada justo frente a la entrada. Estaba seria pero su voz sonó cálida y acogedora:
−Subid, por favor. Hablaremos mejor en mi despacho −el verbo hablar estaba destinado solo a mí. José fue conducido  a la terraza y  atendido por Mel.
−Oye, tengo una duda, ¿qué saben en la Fundación sobre esta actividad secreta tuya y mía? – fue lo primero que quise saber.

−¡Ah!, tranquila. Hace tiempo que les hablé de ello, casi desde el principio de entrar en la Agencia. Me busqué un voluntariado lo suficientemente aséptico como para que nadie tuviera ninguna sospecha. Trabajamos en una organización que intenta acercar el mundo del arte a los niños de cualquier parte del mundo. Incluso creé una página web que mantengo en funcionamiento. Como tú eres maestra, jubilada recientemente, les he comentado que quiero que te unas  a mi causa. Vamos a preparar juntas una actividad en España que gestionarás a la vuelta y, al regresar hoy pronto del viaje con mi alumnado,  he encontrado un hueco para ir adelantando. Todo controlado.
        
No nos entretuvimos en comentar nada referido a casualidades y destinos,  sino que entramos de lleno en el meollo de la misión.
−Lorena me ha enviado por mail toda la información relativa a la tarea que nos encomiendan –comenzó diciendo,  a la vez que disponía un refresco para mí.
−Se trata de los cuadros, ¿verdad? Que sean ya dos, tan seguidos y en esta ciudad…
−Así es. En el mundo del arte se ha despertado cierto temor. Creen que esto es solo el comienzo de algo mucho más grande que puede extenderse por todo el mundo. Parece una advertencia y es urgente conocer a qué o a quién se dirige,  porque de momento, tanto el objetivo como el artífice  permanecen en la oscuridad.
−Supongo que no tendremos demasiada información.

−Están a la espera de lo que nos puedan aportar las cámaras de seguridad, pero descartan por completo la gamberrada, obviamente. De entrada, tendremos  que investigar a cualquiera de los grupos que mencionamos la otra mañana. Como yo estoy más relacionada con este campo, me haré cargo de ello. A ti te  tocará llevar a cabo preguntas en los dos museos.
     
Aprovechó para entregarme las credenciales Interpol que había recibido aquella misma tarde y juntas pasamos a mirar detenidamente en el ordenador el listado de grupos que ella había recopilado previamente.
−Por lo que veo, todos ellos tienen que ver con el objetivo de denigrar a un estilo pictórico. No creo que los tiros vayan por ahí. No me parece razón suficiente para destrozar obras de arte. Demasiado odio.
−Uf, si tú supieras…He oído a jóvenes,  y otros no tanto, hablar con una saña que hacía que les temblara la voz. Pero ya sabes,  esta será mi parcela. Tú puedes y debes comenzar una vía diferente en la medida que vayas haciendo conjeturas.
−Desde luego –y le pregunté, aunque en verdad era yo quien me interrogaba dado que estaba con mi marido−. ¿Te parece posible  que esta misión  pueda llegar a convertirse en algo peligroso?

−¿Y cuándo no lo es? Llevo cerca  de 60 y en más de la mitad me he visto en serios  problemas.

En ese momento recordé que en mi caso se trataba de la acción  50, un bonito número que se asociaba al oro y a la gloria dentro de la Agencia. Si todo iba bien, viajaría a una ciudad maravillosa y tras una suculenta comida con Lorena, recibiría una pulsera dorada en tres tonos.  Divagando sobre ello, perdí parte del desglose que mi compañera iba haciendo de los  “problemillas” que había vivido.


−Ay, perdona, no te estaba escuchando. Se me ha ido el santo al cielo.

−No te preocupes, otro día nos contamos aventuras.
.
Quedamos en vernos al día siguiente allí mismo, pero  una hora más tarde.

Nos reunimos en la terraza con Mel y José. La ciudad se ofrecía  sin ninguna reserva a nuestros ojos. El sol todavía acariciaba la cúpula de Santa María, mientras que las sombras iban poco a poco alcanzando la ciudad. A plena luz observé que Anne llevaba un maquillaje concienzudo que parecía no ir con ella. Nos acompañaron hasta la puerta y aproveché para dirigirme a Mel.
−¿No  has vuelto a marearte? –quería observar su reacción, porque algo me decía que  debía vigilarla, algo que sonaba a hueco según como hablaba.
−Me encuentro estupenda –respondió con una pose erguida y perfecta, aunque me pareció percibir cierto temblor en su párpado derecho.

−Me alegro, mucho mejor así. Cuídate y bebe mucha agua.
        
Cenamos en casa porque queríamos salir cuanto antes a la plaza de la Señoría, ya que  allí había un evento que  habíamos visto anunciado. Acierto total. Una enorme banda de música ofreció un concierto repleto de éxitos de la música de los 80 y los 90.
Al volver a casa me enredé un buen rato anotando algunas estrategias  con las que comenzar el trabajo al día siguiente. Quería ser ágil, de forma que las visitas que teníamos previstas durasen lo menos posible y de este modo disponer de tiempo para nosotros.



Nos levantamos pronto porque queríamos subir al ‘Campanille´, a ser posible, sin mucho gentío ni demasiado calor. Entramos enseguida y poco a poco alcanzamos el último tramo de escaleras. Contemplamos la cúpula de Brunelleschi   10 metros  por debajo, que es la diferencia de altura entre ambos elementos de la catedral.  Al bajar nos separamos. José hacia el Mercado de San Lorenzo y yo a la Galeria Uffizzi.

Sentí cierto agobio cuando vi la enorme cola que había a la entrada del museo, aun sabiendo que yo pasaría enseguida.  El tiempo fue mayor del esperado,  pero en cuanto quedó claro quién era, acudió Gina, la vigilante de sala que me habían asignado  para acompañarme.

Después  de llevar a mis espaldas tantas misiones, procuro no vanagloriarme de  los privilegios que tengo en situaciones como esta.  Me recuerdo a mí misma que recibo ese trato porque entrego,  de manera voluntaria,  mi tiempo y esfuerzo. Se trata de un trabajo desinteresado que he elegido arrastrada por los  valores que propugna  la Agencia y que yo  comparto: búsqueda de la Verdad, Cooperación  y Perdón.

 Gina me condujo hasta la sala donde había ocurrido  el destrozo. El lugar del cuadro estaba vacío. Me situé allí y me pareció  que las cámaras de seguridad no alcanzarían aquella esquina. Después bajamos al sótano, donde estaba el taller de restauración  y pude ver de nuevo  La Sguattera. Esta vez,  con calma, me di cuenta de algo que no había percibido. La obra no estaba enmarañada, más bien se adivinaba que  habían pretendido modificarla.
−Perdona Gina, ¿puedo ver una foto del cuadro tal como era antes?

−Si claro, ahora vuelvo con ella – era mujer de pocas palabras.
     
En cuanto me la entregó, hecha  a tamaño real,  puse una al lado de la otra.
−¿Qué ves? –le pregunté
−Yo diría que han intentado darle la vuelta a la mujer que está lavando.
−Eso creo. No  quisieron emborronar la obra, aunque lo han hecho, sino más bien cambiarla. Por cierto, ¿dónde estabas tú en el momento del suceso?
−En mi casa.
−¿Cómo? ¿No eras la vigilante encargada de esa sala?
−Sí, pero mi compañera Lina me llamó la noche anterior para hacerme un cambio. Era ella la que estaba ese día.

−Necesito hablar con ella. Por favor, ¿la podéis llamar?
        
Entonces  me enteré que Lina se había sentido mal  por lo ocurrido y que había sufrido un ataque de ansiedad. Le habían dado la baja y  se había marchado a Riomaggiore con su familia.
−¿Eso queda lejos de aquí? –pregunté y añadí− porque es imprescindible que hable con tu compañera.

−Antes de partir, ya la interrogó la policía italiana –y añadiendo su opinión, continuó en un tono demasiado desabrido− Lo cierto es que no entiendo qué hace una española de la Interpol en  un suceso  como éste.
 
     Hasta ese momento la había encontrado si no amable,  al menos discreta, por lo que su comentario me descolocó de entrada. En unos segundos me recompuse:
     −Gina, su opinión –pasé a la distancia que marca el usted− no cuenta. Necesito que alguien me dé detalles sobre  Lina y me ponga en contacto con ella cuanto antes.

    Aunque mi tono fuera educado, bajó los ojos y murmuró algo mientras caminaba hacía la salida. Comprendí que debía seguirla y así lo hice. Nos detuvimos ante la puerta del director del museo y tras dar un par de suaves golpes, la abrió  y me dejó paso.

    Sentado ante una mesa llena de documentos se hallaba Eike Schmidt, primera persona no italiana en estar al frente de Uffizi desde su creación. Me confirmó lo que ya sabía de Lina y me proporcionó la dirección exacta, su teléfono y la mejor forma de llegar si dado el caso necesitaba verla en persona. Por mi parte le sugerí que no le avisara de mis  intenciones y que advirtiera a Gina en el mismo sentido, bien sabía yo que la sorpresa contamina menos los recuerdos.
       


    Tomé un taxi para dirigirme al Palacio Pitti,  con el objeto de terminar antes de la hora de comer y poder dedicar la tarde al turisteo. Eike había tenido el detalle de llamar avisando de mi visita, por lo que ya me estaban esperando a la entrada y no perdí tiempo en las comprobaciones. Esta vez fue un varón de nombre Nino, según se presentó, el asignado para ayudarme. Pedí ver en primer lugar la obra. Me urgía comprobar la  hipótesis que había iniciado en  el otro museo. El taller se encontraba en la planta calle, en una sala luminosa donde trabajaban varias personas en la conservación  del abundante patrimonio pictórico con el que contaban. Ya tenían dispuesta una foto junto al cuadro. Esta vez los trazos eran algo más burdos, con el inconveniente añadido de ser una escena con varias personas  y de un tamaño menor, pero no tuve duda de que la intención era la misma, modificar parte de la escena y en concreto la posición de los personajes. Aun así le pregunté a Nino su opinión y, tras mover la cabeza a izquierda y derecha, se aventuró:

     −Yo diría que lo que pretendían era poner de frente a la mujer con el niño y de espaldas a la señora rica.

−    - ¿Verdad? Era usted quien estaba al cargo de la sala, ¿no? ¿Qué recuerda?

−    −Si le soy sincero, muy poco. Llevaba unos veinte minutos allí parado y fui caminado a la sala anterior, en la que se encontraba un grupo pequeño de visitantes. Me distraje mirando a un niño, que parecía aburrido y jugaba a girar sobre sí mismo. Me gustó contemplar la expresividad de su cuerpo y la libertad con que expresaba en su rostro el hastío. Le llamé y me puse a hablar con él en voz baja y con mímica. Es que, sabe, me encantan las criaturas ¡son tan divertidas! Habrían pasado unos 10 minutos cuando escuché un grito al otro lado. Dos turistas ingleses estaban delante del cuadro, ya estropeado. Tenían los ojos tan redondos y abiertos que temí por ellos. No vi a nadie más, se lo aseguro. Y por lo que hemos comprobado, la cámara que enfocaba precisamente hacia ese lugar estaba desconectada.
     −Ya. ¿Y el hombre que vimos salir en camilla?
   −¡Ah, sí! Sin poder mediar palabra  con los dos ingleses, se oyó un griterío en la sala contigua. Un varón, creo que un asiático, había sufrido una lipotimia. Es algo frecuente, sobre todo cuando las temperaturas son altas como en estos días.
    −Muchas gracias Nino por su atención. Me gustaría seguir en contacto por si alguien o usted mismo puede aportar algo más sobre lo ocurrido. Aquí tiene mi tarjeta. 

   Salí de allí y llamé a Anne. Era urgente que nos viéramos. Quedamos  a las 6 en la Fundación.
    Comí con José en el mercado de San Lorenzo. Le había entusiasmado por la mañana y reservó en un bar donde probamos una pasta espectacular. Le fui contando los datos recabados  y comencé a darle forma a una hipótesis mientras los desgranaba.

   A las 4 teníamos reservada la visita al Museo de la Opera del Duomo, donde pudimos recrearnos contemplando  la auténtica Puerta del Paraíso, que allí se guarda, y con un buen número de esculturas originales del Campanile, Battistero y Duomo.

    Llegamos puntuales a “Nella Donna”. Estaba el equipo de Florencia al completo, tres mujeres y  un varón. Primero nos invitaron a un refresco en la terraza y así conocimos a Beatrice, Mariella y Massimo. Hacía calor, por eso me sorprendió ver que Anne llevaba  una camisa que le tapaba los brazos por completo. Nos hablaron de las últimas artistas a las que estaban ayudando y también de una pintora rusa, Julia  Pelikhova, que colaboraba con ellos desde la isla de La Gomera.
     −Si vais por allí no dejéis de visitar su última exposición “Gomerian Dreams” – nos recomendó Mariella.
−   −Pues no sería de extrañar que viajemos allí en otoño, a mí me gustan muchísimo las Canarias, sobre todo Tenerife, pero tenemos pendiente conocer mejor La Gomera. En nuestro último viaje estuvimos allí solo  unas horas. –respondió José.
     Observé que Anne tomaba vino estando trabajando, si bien es cierto que fue una copa pequeña. Mel, que había seguido mi mirada, aclaró:
     −Sí, Carmen. Anne siempre toma una copa de prosecco bien frío, a poder ser, extra seco. Creo que ya no conoce el sabor de ninguna otra bebida. Rarezas de artista.
−   −Ah bien. Y supongo que llevar manga larga con esta temperatura será otra de sus curiosas costumbres –aproveché la circunstancia.
.
Se creó un silencio eléctrico en el grupo. Anne bajó los ojos y Massimo lo atajó:
−Algo así. Nuestra amiga está llena de misterios, ya la irás conociendo, pero no temas, es una bellísima persona.
      
Mi colega finalizó el tiempo de asueto con voz algo temblorosa:
−Vamos, Carmen, tenemos trabajo.

Cuando llegamos a su despacho se había recuperado y su tono era ya sereno y claro. Comenzó ella exponiendo sus pesquisas:

      Me gustaría decir que he encontrado algo de donde tirar pero no es así. Al menos he descartado cuatro grupos que operan en diferentes escuelas. El primero de ellos en la Universidad. Centra sus críticas en el  Renacimiento y, por tanto, no encaja con ninguna de nuestras obras. El segundo, en el Instituto Marangoni, donde trabaja una buena amiga. Ella me ha informado que entre su alumnado existe una corriente contraria al hiperrealismo. No es nuestro caso. En el Instituto Palazzo Spinelli me he empleado a fondo, ya que se dirige a la formación de restauradores. Me he entrevistado con el profesorado y he consultado con varias alumnas. He visto demasiado amor y respeto por la creación de los artistas sobre los que trabajan. Nada. En la Escuela de Bellas Artes he encontrado  un grupo que denuncia “la falsedad de los impresionistas”, tampoco es exactamente lo que pensamos. Claro, debemos tener en cuenta que Florencia está llena de escuelas y academias, pero algo me dice, tras mi trabajo de hoy, que debemos buscar  por otro lado.

      Pues escucha, porque yo he encontrado algo que al menos nos abre una vía. Los cuadros no están manchados aleatoriamente, sino más bien modificados. Verás, te he traído unas fotos para que tú misma saques conclusiones.

Las extendí sobre la mesa  y ella las examinó con detenimiento. Mientras, yo miraba su rostro, que de nuevo me pareció demasiado cargado de maquillaje. Le daba un aire falso. Cuando levantó los ojos de las fotos, reconocí en ellos una mirada más viva y perspicaz.

   Esto sí que no me lo esperaba. Tienes razón, han intentado cambiar el cuadro. En el primero, a la mujer que friega le han dado la vuelta y en el otro han intercambiado la postura de dos de los personajes, bueno, tres si contamos al niño. Algo nos están diciendo pero, ¿qué?

       Ese “qué” nos podría llevar al por qué y, de ahí, a quién. La parte negativa es que en este caso tampoco tenemos imágenes de las cámaras de seguridad. En los Uffizi no alcanzaba bien el lugar y en Pitti estaba anulada la de la sala.
Le expliqué luego lo poco que había sacado hablando con los vigilantes y que precisamente una no se encontraba bien y estaba de baja.

      ¿Sabes?, me ronda una sensación difusa. No sé decirte, pero me da que la vigilante que está de baja puede esconder algo. –continué.
        Ve a hablar con ella a su casa.
  Eso pensaba, solo que está en Riomaggiore.
  ¡Mira qué bien! Ahí tienes una oportunidad de conocer Cinque Terre. Vete con tu marido y aprovechad para conocer esos cinco bellos pueblos −y levantándose  comenzó a rebuscar en su escritorio para regresar con varios folletos.
        No es mala idea. Supongo que a José le encantará, porque él estaba bastante empeñado en ir hasta allí. Nuestra sobrina Laura le había hablado muy bien. Mira por donde, le voy a dar una alegría, es una forma de compensarle.
 Yo con las fotos consultaré con algunos colegas a ver si somos capaces de dar con el “qué”.

Cuando ya salíamos a encontrarnos con el resto, tuve la osadía de preguntarle:

        Perdona mi atrevimiento, ¿por qué usas tanto maquillaje?
    Anne se puso rígida, sus ojos miraron para otro lado y se quedaron sin expresión y yo me sentí fatal porque me di cuenta que  había metido la pata. Aun así ella farfulló una respuesta algo confusa pero más respetuosa que la mía:
     No soy de sol y mi madre siempre me enseñó la necesidad de estar a la altura sin estropear la piel y tengo más razones pero serían muy largas de explicar. Vamos.

Mientras buscábamos un restaurante para la cena, fui poniendo a José en antecedentes de nuestro viaje. Nos acostamos pronto para poder madrugar al día siguiente y salir hacia la Spezia, donde tomaríamos el tren que recorre los pueblos Patrimonio de la Humanidad.

Aunque Riomaggiore era el primero de la ruta, pensamos ir con el tren hasta el último, Monterosso, y dejar para el final la visita a Lina. Si alguien la había llamado para alertarla, mejor que pasara nervios y tenerla más desarmada, aunque también le daba la posibilidad de prepararse algo que contarme.





El lugar era hermoso. Enormes acantilados donde se asientan los pueblos mirando al mar. Me sedujo el puerto natural de Vernazza y su iglesia casi pegada al agua. Subir hasta Corniglia nos hizo sudar de lo lindo y nos abrió el apetito, aunque esperamos para comer en Manarola, donde nuestra sobrina nos había indicado un restaurante. Cuando llegamos a Riomaggiore, antes de recorrerlo, quise buscar la casa de nuestra guía. José Carlos me sugirió la posibilidad de acompañarme.

      Igual no es mala idea. Saco mi acreditación y te presento como mi ayudante. Es posible que me venga bien sentirme apoyada –acepté  de buena gana y pasé a advertirle− pero sobre todo ten la boca cerrada, por favor.
        Como quieras, jefa – y enfatizó con sorna el sustantivo.

Enseguida encontramos la casa y golpeé  en la puerta suavemente. Al no obtener respuesta, lo hice con más fuerza. Se abrió la ventana, que llena de pequeños adornos, estaba a la derecha. Una mujer mayor y de rostro curtido nos respondió. Preguntamos por Lina y cerró la ventana. Al  poco, una joven apareció por detrás de la vivienda. En ese momento caí en la cuenta de que no sabía en qué idioma hablaríamos porque me temía que no sería en español. Por la forma  en que nos miró y se dirigió a nosotros, supe que conocía de mi existencia. Aun así me presenté yo y a mi acompañante. No nos pidió acreditación ninguna. Caminamos hacia el puerto siguiendo su indicación con la mano y nos sentamos delante de unas barcas amarradas en un pequeño murete. Comencé yo hablando:
       Si no le importa, hablaremos cada una en nuestra lengua. Creo que nos entenderemos. En caso de necesidad, echaremos mano del inglés, ¿le parece? –como ella asentía con la cabeza, le espeté con seguridad− Sabe para qué hemos venido a verla, así que le ruego nos detalle lo mejor que pueda lo que recuerda del suceso.

Tardó un poco en hablar y, por fortuna,  su voz era clara y pausada, aunque debilitada por un ligero temblor.
        La sala estaba demasiado llena y yo me encontraba en línea con el cuadro, pero justo en la otra esquina. Una mujer que estaba a mi izquierda perdió pie y comenzó a desplomarse. Mi grito y el turista que había a su lado impidieron que cayera al suelo. En seguida apareció alguien que dijo ser médico y nos pidió ayuda para sacarla afuera. El resto de la gente nos siguió en tromba. Bueno, parece ser que todos no, porque alguien debió quedarse y  llevar a cabo el desastre. Ese era mi cuadro favorito: una mujer que friega, nada de reyes y nobles. Nada de guerras. Una simple mujer llevando a cabo una tarea cotidiana –permaneció callada unos segundos mirando a lo lejos y continuó− Cuando regrese a la sala vi... casi me desmayo. Ya había ocurrido y allí no quedaba nadie.

      Supongo que miraría bien por si había algún objeto en el suelo, no sé, algo fuera de su sitio.

       No, nada.

       ¿No le pareció extraño que el médico les hiciera sacar a la mujer sin haberla reconocido antes?

       No lo había pensado. Era un hombre que emanaba autoridad, no sé decirlo de otra manera. Ah, y  de rasgos asiáticos,  pero hablaba un italiano muy correcto.
   Hasta ese momento había mantenido con ella cierta distancia, pero me acerqué para mostrarle una foto del cuadro estropeado en el Palacio Pitti. A mi nariz llegó un olor que había memorizado.

        ¿Qué colonia usa Lina? Tiene un toque a madera que me resulta muy agradable.
 ¿Perdón? Yo nunca me perfumo. Le habrá parecido− acompañó la respuesta con una mueca de temor.

José Carlos que estaba muy atento no pudo resistirse y  usando un tono cargado de amenazas, casi gritó:
       Si la inspectora dice que ha olido su colonia es porque la lleva, ¿nos quiere esconder algo? Mire que no hemos venido hasta aquí para perder el tiempo− a continuación calló bruscamente, mirándola con cierta fiereza, que a punto estuvo de provocarme a mí un ataque de risa, por lo esperpéntica que me pareció  su representación.

 Su intervención fue prodigiosa. Nuestra vigilante empezó a temblar. A la par que del bolsillo del pantalón sacaba un fular, que depositó sobre su regazo y al que miraba mientras comenzó a hablar débilmente:
     Perdón, les estaba ocultando algo, sí. Encontré esto en el suelo, a la izquierda del cuadro. Me gustó tanto y me trajo tantos recuerdos el olor que desprendía que perdí el juicio. Él siempre olía así, pero me dejó, ¿saben? Hace ya casi un mes  y sigo soñando que vuelve cada noche. Se esfumó. Nunca más respondió a su teléfono. No vivía aquí, era del sur. Allí tenía un taller de reparación de dispositivos electrónicos, según me dijo. Nos conocimos en una visita que hizo a la Galería. Sentía pasión por la pintura del XIX. Nunca se cansaba de hacerme preguntas.

     Lina, entiendo su tristeza pero debe hacerse cargo de que necesitamos su ayuda. Usted ama el arte, me consta porque así me lo hizo saber el director del museo  –esperé unos segundos mientras ella asentía con la cabeza y volvía los ojos hacia mí − ¿Qué tipo de preguntas?

       De todas clases. Se interesaba por  mí, mi familia, mi vida aquí y allí,  pero también cada vez más por mi trabajo y por el  arte. Como ya les he dicho, tenía predilección por el XIX. Debido a su trabajo, también sentía curiosidad por las medidas de seguridad electrónicas del museo, ese campo le apasionaba verdaderamente… −se quedó en silencio unos segundos y puso los ojos como platos− ¡Dios mío! −exclamó− ¡¿Y si me estaba utilizando?! El atentado fue sobre un cuadro de ese siglo…

      Me temo que es posible. De veras que lo siento por usted. No sé, si podemos hacer algo para ayudarla…Estamos muy agradecidos por su colaboración. Sin duda nos ha ofrecido información sustanciosa. Le deseamos que se recupere cuanto antes. Seguro que este lugar le ayuda.
José Carlos, más práctico,  volvió a tomar las riendas de la conversación:
     No hay tiempo que perder Lina, necesitamos todo lo que tenga sobre él: fotos, cualquier nota, mensajes en su teléfono, todo, hasta lo que le parezca más íntimo o más irrelevante. Si ese hombre la ha estado engañando,  no merece ningún tipo de compasión por su parte.

Un rayo de determinación apareció en los ojos de Lina y su cuerpo se enderezó con una energía que no le habíamos visto hasta ese momento. Al parecer, la dignidad se había puesto en marcha en su interior. Eso era bueno para ella y excelente para nosotros. Regresamos a su casa, pero nos quedamos fuera. Contemplar la vista desde allí era un descanso para los sentidos: el mar estaba sereno y algún  que otro barquichuelo  se deslizaba sobre el agua. Enseguida salió Lina. No era gran cosa lo que conservaba de él: algunas notas con su letra firmando como Alfredo, una pulserita que le había regalado  y una tarjeta de la tienda.
    Ya veo –mi atención se centró única y exclusivamente en una tarjeta−.  Aquí pone la dirección y el teléfono de la tienda en Nápoles y  también, que próximamente abrirán otra en Pisa.
        Eso es lo raro, que él nunca me habló de ese proyecto. O bien lo habían desechado, o me lo estaba escondiendo. Ahora estoy convencida de lo segundo.
        Pero, entonces, no te dio él esto.
        No, no. Verán un día, estábamos tomando un café y como hacía calor se había quitado la chaqueta, dejándola detrás de la silla. En un momento dado, tuvo que ir al baño, se había dejado el móvil y sonó. Sin poder resistirme fui a cogerlo –se ruborizó ligeramente−,  pero no alcancé a hacerlo porque lo vi venir hacia mí. Sin embrago,  junto al teléfono estaba esa tarjeta que se quedó adherida en mi mano y que metí disimuladamente en mi bolso para que no se diera cuenta de mi mal gesto.
       − ¿Y no le pareció raro que no le dijera nada de su próximo proyecto?–preguntó José.

        En un primer momento sí,  incluso pensé en preguntarle  de algún modo. Pero necesitaba tanto su presencia…que lo dejé correr. Temía incomodarlo, si lo interrogaba. 

Nos despedimos de ella dándole de nuevo las gracias. Pensábamos pasar la noche  en la Spezia, pero decidimos coger el coche que teníamos aparcado en la estación de tren y dirigirnos a Pisa, dormir allí y de buena mañana comenzar a buscar al  “electro Uffizi”, que fue el mote que le asignamos. Lina, en el último momento, en un arranque de rabia  nos había proporcionado un selfi que se habían hecho junto al  Arno y en el que Alfredo tenía la cabeza casi, por completo, girada  hacia el río. Los mensajes que se habían intercambiado  quedaban circunscritos al terreno personal y no quisimos que nos los reenviara.

Conseguimos habitación en el hotel Torre de Pisa que tenía una buena valoración  en el buscador que utilizamos y con un precio bastante ajustado, aunque esos gastos los pagase la Agencia, no era cuestión de despilfarrar. Tras la cena, y mientras yo buscaba información sobre el logo que nos había proporcionado Lina mediante la tarjeta, José Carlos se empeñó en bajar mis expectativas respecto a la pista que pretendía seguir:

       No te hagas muchas ilusiones. Esa mujer nos ha llevado a creer que su supuesto novio está metido en el asunto. Todo  por una colonia y ciertas  preguntas que, en realidad, estarían en consonancia con su trabajo.

      Perfume, no colonia. Y que ese sea su trabajo está por ver. Aquí hay tema seguro, te lo digo, que para esto tengo olfato de agente secreta. Además, no creo que sea coincidencia lo del médico asiático, y que fuera de la misma raza quien salió en camilla del palacio Pitti.

       ¡Ya! Lo que yo pienso es que estás mediatizada  por unas ganas enormes de resolver con éxito tu misión número 50. Ten cuidado y no te precipites.

       ¡Siiii! ¡Lo tengo! –exclamé entusiasmada, al comprobar que el buscador me había dado una coincidencia entre el logo y un local en Pisa.

       Ya veremos, seguro que está cerrado –contestó José empeñado en dar ánimos.

   Pues sí que estás  cenizo esta noche. De todas formas, gracias por tu ayuda en la conversación con Lina. Has estado muy bien.
          

Madrugamos de nuevo. No sabíamos lo que nos depararía el día y había que aprovecharlo al máximo. Antes de iniciar el trabajo, queríamos pasear por la Piazza dei Miracoli y ver de cerca  su torre inclinada. La amplitud del lugar, el color de los mármoles de los edificios  y la poca gente que había en ese momento, fue una inyección de belleza y de ánimo. Con la energía cargada y pasadas las 9 de la mañana, me planteé  buscar la calle que había anotado en el móvil. Mi marido quiso acompañarme, “por si acaso”. Esas fueron sus palabras y a mí no me pareció mal. Si luego había tiempo, subiríamos juntos  a la torre. Nos costó una media hora larga alcanzar el local. Cerrado. Ninguna nota ni horario en la puerta. Un poco más adelante había un centro veterinario. Preguntamos allí y  nos dijeron que solían abrir la tienda más allá de las 10 de la mañana y que hacía unos meses que la habían puesto en marcha  dos hombres. Decidimos esperar en un pequeño bar donde también hicimos alguna averiguación. No los conocían apenas, solo el más joven iba alguna vez por allí a tomarse una cerveza  por eso sabían que se llamaba Antonello y que procedían de Nápoles.

Esperamos hasta las 10 y cuarto y nos acercamos de nuevo. Abierto. Mi espalda se enderezó y entramos. Tras el  saludo preguntamos por Alfredo, hablando un español pausado y él nos contestó en italiano:
    Ya  me gustaría a mí poder darles noticias ciertas de mi hermano. Siempre de viaje,  buscando piezas, clientes…¡mentiras! Para mí que ese se ha buscado otra. La de Florencia lo habrá dejado. Hace un par de días  me llamó desde Milán, eso  me dijo.− hizo una pausa y nos interrogó él − ¿Para qué lo buscan? ¿No se habrá metido en líos?

      No tranquilo, es solo que una amiga, nos remitió a él por un problema que hemos tenido  con el ordenador. Hace poco que vivimos aquí y…

         ¡Ah!, pues  yo me hago cargo –se mostró muy dispuesto sin dejarme acabar.

       Como le decía, preferíamos  buscar alguien de confianza y como nos hablaron bien de su hermano...enseguida lo traemos, está en nuestro coche, hemos aparcado cerca.

        Perdone –intervino José− no reconozco los acentos italianos pero ustedes no son de aquí, ¿verdad?

      No,  llevamos poco tiempo. Fue  idea  de mi hermano. Con lo bien que estaba yo en el sur… pero él se empeñó en acercarse aquí. En nuestro barrio con el negocio íbamos tirando y aquí, es empezar de cero. Pero al bueno de Alfredo, le ha dado por el arte y según dice él, aquí tiene más ambiente. ¡Si mis padres levantaran la cabeza!
Por la razón que fuera el joven se animó y así supimos que eran de San Giovanni a Teduccio, un barrio de Nápoles.

Me sonó el teléfono y salí a la puerta para responder. Era Mel. Anne estaba en el hospital porque se había fracturado un brazo.
        Está bien, tranquila. Ya te contaré cómo ha sido cuando regreses que  ahora tengo mucho lío –se le notaba muy nerviosa−. Estamos solo Massimo y yo, porque Mariella se marchó ayer a Roma y Beatrice me acaba de llamar diciendo que le ha surgido un problema familiar. ¡Y tenemos tres entrevistas pendientes para hoy! Te dejo –colgó sin darme oportunidad para expresar mi inquietud ni para ofrecerle algún tipo de apoyo.

Antonello y José Carlos seguían su charla. Me incorporé, aunque les escuchaba como si no estuviera en la tienda, sino a kilómetros de distancia. De nuevo sonó mi móvil. Esta vez era Lorena que tenía otra  noticia, además del accidente  de Anne.

     Ha vuelto a ocurrir, Carmen –dijo por todo saludo− Esta vez en la Pinacoteca Ambrosiana de Milán. Se trata del retrato de Giuseppina Negroni. Dime que tienes alguna pista, por favor. Debemos resolverlo antes de que se expanda y  salte fuera de Italia. Me han llamado de Paris muy preocupados. Ya están reforzando las medidas de seguridad. Perdona,  veo que me entra una llamada del museo del  Prado− se mostraba muy  alterada y hablaba atropelladamente−. Además, por desgracia, Anne está fuera de servicio por…


        Ya lo sé Lorena, me acaba de llamar Mel. No me pedirás que vaya a Milán, ¿verdad?

     No, no será necesario. He hablado con Franco, el director del museo y nos enviará en breve una foto del cuadro. Es  importante saber si sigue la misma pauta. También tendré en una hora una videoconferencia con los dos vigilantes que estaban más cerca. –Tras una breve pausa, insistió ansiosa− ¿Tienes algo? Anda, dime que sí, por favor.

     Lorena era una mujer de temple excepto cuando le tocaban el arte. Para ella era su vida, la que había medio abandonado para dirigir la Agencia. La puse al corriente de lo poco o mucho que tenía y colgué para recoger a mi marido. Cuando entré escuché a Antonello:
        … y en cuanto apareció el chino mi hermano se volvió todavía más raro.
 Perdone –le interrumpí− ¿ha dicho el chino?

   Bueno, chino o le que sea. Un tal Yon con los ojos rasgados. A mí todos me parecen iguales, pero este ha sido la perdición para Alfredo. Desde que se conocieron andan  juntos y siempre hablando en voz baja. No sé qué se llevan entre manos. Según mi hermano, solo los une el amor al arte  ¡ Ja, ja, ja ! ¡ Me río yo de cuadros y pinturas, lo que debería de hacer es estar en lo que hay que estar y sacar adelante nuestro negocio!−cuanto más hablaba más se calentaba,  levantando la voz y gesticulando de manera exagerada.
    
    El teléfono de Antonello, que estaba sobre el pequeño mostrador, comenzó a vibrar y le cortó la perorata que llevaba camino de no tener fin, ahora que se podía desahogar con  dos que le escuchaban. Era Alfredo.
        Ya era hora, artista−su voz sonaba como aumentada por un megáfono
        ……
        No me vengas con historias, si no regresas esta tarde, te aseguro que te encontrarás solo, sin tienda y sin casa –y siguió con el mismo tono que seguro que se oía desde el bar de enfrente−. ¡Ya te puedes ir buscando otra novia que se haga cargo de ti porque de mí no vas a sacar nada! ¡¿Te has enterado?!– y colgó.

     Por supuesto el teléfono volvió a sonar cuando aún lo llevaba en la mano. En un ataque de ira, lo lanzo  sobre el mostrador, y se metió hacia la trastienda. Inmediatamente oímos unos golpetazos. Yo aproveché la circunstancia para anotar el número que suponía de Alfredo. José Carlos quiso entrar para intervenir, porque tal como sonaba temía  que estuviera pegando en la pared con los puños. Se lo desaconsejé moviendo la cabeza y decidió advertirle gritando:
        ¡Antonello, ten cuidado! No cometas ninguna tontería. –No obtuvo respuesta y los golpes siguieron sonando solo que  más atenuados.

    Al poco, lo escuchamos llorar y, entonces, abrimos la puerta  para preguntarle si necesitaba algo. Negó con la cabeza y con la mano nos instó a dejarlo solo. Todos habíamos olvidado el ordenador, que se suponía era la causa de nuestra visita a la tienda.

   En cuanto estuvimos fuera llamé a Lorena. Tuve que insistir varias veces.  Al parecer,  estaba muy liada respondiendo a los diferentes museos europeos que conocedores de lo que ocurría en Italia, deseaban los servicios de nuestra Agencia. La información circulaba, de momento, a nivel interno entre los museos europeos, con acuerdo  expreso, de no darle publicidad al asunto.  Aunque en estos tiempos iba a ser difícil mantenerlo en secreto.

   Volvimos a dar una vuelta por los alrededores de la  famosa torre de Pisa. Comprobamos que el amplio espacio de la plaza estaba ya atestado de turistas,  haciéndose fotos simulando sujetarla. Estuve segura que  no se caería nunca, por mucho  que se inclinase 
   


    De vuelta paramos en Lucca, una ciudad toscana rodeada por una muralla renacentista muy bien conservada. Paseamos tranquilamente y conseguí olvidarme por un rato de la misión. Estaba maravillada por la belleza de sus más de 10 iglesias y el atractivo de las  plazas, la mayoría de ellas vestidas con  mercadillos  de artesanía.

    Regresamos pronto a Florencia. Nuestra primera parada fue en el hospital  Maria Beatrice. Anne contaba con una habitación individual bastante amplia. Parecía dormida cuando entré, yo sola, porque  José Carlos prefirió esperarme abajo. Me acerqué y pude observar algunos  hematomas en su cara y en el brazo que no llevaba  escayola. De repente, lo comprendí todo, era lo  que tapaba con tanto maquillaje y la manga larga. Había sido verdaderamente torpe.

    Debió notar mi presencia y  abrió los ojos.  Le sonreí y en sus ojos aprecié  un gesto de impotencia.
       No hables, si no tienes ganas. Lo siento mucho, compañera.

       No volverá a tocarla –dijo la voz de Mel llena de rabia que entraba en ese momento−. Lo han detenido enseguida. ¡Hasta para eso ha sido prepotente! ¡El muy…se creía intocable  y se ha ido a su despacho como si nada!

Estuvimos en silencio un buen rato, comunicándonos solo  con la mirada. La mía ofreciendo cariño y compresión,  mientras que  la suya, lo recibía mansamente. Entendí que agradecía precisamente que no la juzgara y que  tampoco la redujera al papel de víctima. Cuando me giré para saludar a Mel me di cuenta que ya  no estaba en la habitación. Su bolso se encontraba  en una silla y su teléfono se había caído al suelo. Lo recogí,  para dejarlo en su interior,  y justo en ese momento, comprobé que entraba una llamada. No tenía sonido, pero la pantalla mostraba un nombre: Yon. Me giré hacia Anne y le dije:
    Tengo una pregunta importante, relacionada con el caso−. Y con un gesto en mi cara y cuerpo, le solicité  permiso para formularla.

Me pidió que me acercara con la mano y así lo hice, sus fuerzas estaban mermadas.
        ¿Conoces a un amigo de Mel, llamado Yon?

Realmente su voz era como un hilillo que pareciera quebrarse en cualquier momento.
      Sí. Los sorprendí un día en una cafetería  bastante alejada del centro, que casualmente estaba al lado de mi dentista. Los vi desde afuera y entré a saludar. No sé cuál  es su relación pero me extrañó  la reacción que tuvieron,   como si fueran dos amantes que no querían ser descubiertos.  Solo estuve con ellos unos minutos. ¡Fue todo tan incómodo! Me lo presentó como un amigo coreano de paso por la ciudad. Al día siguiente en el trabajo, me pareció que de alguna forma me rehuía ¿Por qué me preguntas por él? – y su mirada adquirió cierta viveza al formular la cuestión.

        Le acaba de llamar un tal Yon. – le mostré el teléfono y volví a la carga−. ¿No hiciste luego ninguna alusión sobre él?

      − Lo intenté, pero me di cuenta que no quería hablar de ello. No estoy segura, pero es como si su relación no fuera lícita, o algo así.

        ¿Te fías de Mel? Quiero decir, ¿es para ti alguien por la que pondrías la mano en el fuego sin esperar quemarte?
Espero unos segundos para responder. Quizá nunca se lo había planteado, o bien tenía dudas y quería sopesarlas.
   Verás, cuando llegué a “Nella Donna”, aunque ella  llevaba poco tiempo, se puso a mi disposición para lo que necesitara. Nos conocíamos ya, por cuestiones familiares, pero nunca nos habíamos relacionado de tú a tú.  Me gustó su tono vital y la garra con que se entregaba al trabajo que realizamos. Además, como es muy perspicaz, enseguida se dio cuenta de “mi problema”. En esto, siempre ha estado a mi lado, cuidándome  y dándome buenos consejos. Si por ella fuera, hace tiempo que lo habría denunciado. Sin embrago,  hay algo en su personalidad que me desconcierta. La vida le ha dado mucho, pero no lo valora. Hay momentos, sobre todo cuando tratamos ciertos temas, en los que  su reacción es demasiado…como diría…excesiva. Se deja llevar por una rabia que a mí  me desconcierta. Ella se justifica diciendo que la vehemencia forma parte de su personalidad. Pero… ¿por qué me preguntas sobre ella ahora?

Le informé de lo que había averiguado sobre Alfredo y que  tenía  un amigo llamado Yon. El teléfono de Mel, que seguía en mi mano, volvió a iluminarse, mostrando una nueva llamada. Ahora no era Yon quien la buscaba  sino…¡Alfredo! Me di cuenta que era imprescindible dejar el aparato en su sitio cuanto antes y así lo hice.

     Anne, ya no hay duda, Mel está metida en el asunto de los cuadros. Ahora era Alfredo quien la buscaba. Tenemos indicios suficientes para sospechar de ella –me detuve, al caer en la cuenta que estaba ante una mujer que se encontraba débil y  que esa mañana había sido fuertemente agredida−. Perdona te estoy cansando. Si te parece vuelvo mañana y repasamos juntas todo lo que sabemos.

        Ni hablar –su voz tomó cierta energía−, ahora no me dejas a medias, sigue.

 De acuerdo, pero seré breve. Mel estaba en Galería Uffizi cuando  atentaron sobre   el primer cuadro y precisamente en esa sala. Podemos dar por seguro que acompañando a  quien se encargó de destrozar el lienzo, cuando a ella la sacaron fuera. En el caso del Palacio Pitti, la persona que portaban  los sanitarios era asiática… ¿No sería Yon? Y ahora las dos llamadas.

        Desde luego, todo apunta que anda cerca, no debemos perderle ojo y …

Ahí se acabó nuestra charla. Oímos un sonido de tacones que se acercaban a la habitación. Era ella. Anne  tuvo tiempo de abrir el cajón de la mesilla y señalarme  con la mirada una llavecita que había dentro para que la cogiera.

     Mel, por favor, encárgate de que Carmen pueda acceder a mi despacho a recoger material de nuestra actividad. Ahora se queda  sola y tenemos por delante mucho trabajo.

   Tranquila, le ayudaré en todo lo que pueda. No quiero que te preocupes por ningún asunto, ni de la Fundación ni de ese otro que realizas como voluntaria –y girándose a mí, exclamó con su impetuoso tono−. ¡Vamos!
Antes de salir, acaricié suavemente la mano de mi colega.

Esta vez fuimos en coche hasta “Nella Donna” y lo agradecí, porque en las otras ocasiones habíamos subido caminado desde la puerta de San Niccoló  y la cuesta era verdaderamente  empinada. Además, después de tanto trajín en los últimos dos días, mis reservas de energía estaban casi desaparecidas.

Una vez dentro me condujo al despacho de Anne y ella, como las otras veces, acompañó  a José Carlos a la terraza. No me resultó fácil encontrar la cerradura adecuada. La pequeña llave no funcionó en ninguna de las que estaban a la vista, lo que me llevó a pensar que yo no era tan precavida como ella. En un rincón junto a la ventana había una estantería repleta de libros de Arte. Fui moviendo uno a uno todos los que quedaban a la altura de mis ojos, después los de debajo. Nada. Solo me quedaba la estantería de arriba. Arrimé una silla para no lastimar mi espalda y me alcé. Allí, tras tres volúmenes de la pintura española, di con el escondite. Abrí. Tenía el espacio suficiente para guardar un buen número de documentos de tamaño folio. Lo saqué todo. Tenía los casos en los que había participado minuciosamente ordenados por carpetas. En eso sí que nos parecíamos, ambas éramos amantes del orden y la memoria. El que estaba en primer lugar era el nuestro. Sin mirar su contenido lo reservé a un lado e introduje el resto en su sitio, cerré y coloqué los libros.

Cuando salí a la terraza se habían unido Beatrice y Massimo que parecía desolado. Como era inevitable hablaban sobre Anne. Se percibía una capa leve de tristeza que los envolvía a todos. Intervine yo:
      Es una pena lo que le ha ocurrido a nuestra amiga, sin duda, pero de aquí en adelante todo será diferente. Ella será capaz de reponerse, estoy convencida. Afrontará el cúmulo de sentimientos que hoy la asolan y saldrá como una mujer nueva y más fuerte. Necesitará ayuda, por supuesto, profesional y la vuestra. No sabemos de lo que somos capaces hasta que la vida nos pone a prueba.

       Vaya –intervino Massimo−se te ve muy segura de lo que dices.

Es que mi mujer es siempre así de positiva. Tiene una visión muy elevada de la humanidad.

Era José Carlos, quien así hablaba de mí, pero como  me interesaba responder a Massimo, no tuve en cuenta su afirmación y continué:

        Lo estoy, por experiencia propia. Por suerte no he pasado por lo mismo que Anne, pero la vida es larga y no siempre fácil. Todos en mayor o menor medida nos encontramos con situaciones complicadas y dolorosas en algún momento. Desde que comencé a trabajar como maestra sigo una formación personal, PRH. Os aseguro que para mí ha sido providencial. Me ha ayudado a enfrentarme a algunos fantasmas del pasado, pero sobre todo ha hecho que, poco a poco, conozca mis capacidades y haya ido poniéndolas en marcha en la medida de lo que he podido. Igual de importante está siendo conocer mis límites y mis puntos débiles. Todo un aprendizaje. Por eso sé que con ayuda  no solo superará esto sino que saldrá reforzada.

        Suena esperanzador. Y dices que esa formación se llama…

    Personalidad y Relaciones Humanas, PRH, está extendida por todos los continentes. Ofrece cursos, ayuda individual y seguimiento, cuando queremos comprometernos en  un ámbito concreto de nuestra personalidad. Puedes buscarlo en internet, para saber qué puede ofrecerte en Italia.

        No lo dudes. Me resulta interesante lo que has dicho.
  Cariño –dijo, José Carlos− yo estoy muy cansado, ¿y si nos vamos para nuestro apartamento?
  Sí, por supuesto. Yo también – y dirigiéndome a los demás les solicité− Si no os importa, para seguir en contacto, ¿me podéis dar vuestros teléfonos? El de Mel lo tengo en el registro de llamadas…

Anoté los de los otros dos y  luego por Whatsapp me pasaron el de Mariella que había ido a Olbia, su ciudad natal en la isla de Cerdeña, porque al parecer su madre tenía un problema grave de salud.

Paseamos en silencio  hasta la calle Santa Elisabetta. Subimos al apartamento y tras una larga ducha decidimos cenar en casa.
       ¿Qué te parece si hago una tortilla de patatas? – propuso mi marido.
  Sí, por favor,  es lo que más me apetece en este momento, ¡mil gracias!

Mientras el la preparaba, deteniéndose con mimo en caramelizar la cebolla, yo repasé por un lado, la carpeta que había recogido  y por el otro, lo que veríamos al día siguiente en Florencia. Tal y como estaban las cosas,  no era momento de salir de la ciudad.

Nos levantamos de buena hora, para no perder la costumbre. Me asomé a la ventana y ya pasaba el primer grupo de turistas con rasgos asiáticos, eran siempre  los más madrugadores. Mi jefa también se había puesto en pie  pronto, porque escuché su melodía que sonaba en mi teléfono. Tenía novedades. El terminal cuyo número le había pasado se encontraba en Milán el día anterior. Se lo habían confirmado. Además, la persona que lo llevaba visitó la Pinacoteca Ambrosiana y permaneció en ella 45 minutos. Por mi parte le conté lo que había descubierto, le pasé el teléfono de Mel y, por si acaso, el del resto de quienes trabajaban en la Fundación. Saber dónde habían estado en las últimas 24 horas nos permitiría descartarlos o tenerlos bajo cierta vigilancia.


Teníamos previsto subir a San Miniato, muy cerca de la plaza de Michelangelo. Fue un placer tanto el templo como la amplia explanada desde la que se obtienen unas buenas  vistas de Florencia. En todas las guías recomiendan presenciar desde allí el atardecer, aunque según nos refirió Anne están atestadas de gente y había que ir, al menos, una hora antes para hacerte con un hueco en las escaleras. No me quería imaginar cómo sería aquello a  las 9 de la noche, porque siendo las 11 de la mañana estaba plagado de turistas. Mientras bajábamos de allí me llamó Lorena:
 No solo es Mel la que anda en líos. Beatrice estuvo también en Milán ayer, en la Pinacoteca Ambrosiana,  y en el mismo horario que Alfredo. Deberás acercarte por la Fundación a ver si sacas algo. ¡Ah!, y ahora mismo recibirás la foto del cuadro.
No me dio tiempo ni a saludar porque colgó con su habitual delicadeza. Instantes después un sonido me avisaba que había recibido un mensaje. Dos fotos, una del cuadro completo y otra solo de la cara de Guiseppina Negroni. La miré un momento y se la mostré a José Carlos.
        ¡Toma, a esta la han pintado de espaldas! –exclamó José Carlos.
  Sí, con esto confirmo de nuevo  mi teoría.
Y sin dejarle replicar le comenté la información que tenía sobre Beatriz. Se quedó  muy extrañado porque recordó que  ella había mencionado que venía de Roma, por un problema con una “protegida” pero que ya estaba todo solucionado.
     ¡¿Y me lo dices ahora?! –grité tan alto que los turistas que estaban a nuestro lado me miraron con cara de reproche.
 ¡Chica!, no le di importancia, al fin y al cabo, Beatrice venía de Roma. –Se quedó un momento en silencio y continuó−. ¡Anda!, ahora que lo pienso, todo encaja. Verás, Mel pareció alegrarse y mencionó el nombre de la chica, Guiseppina. En cambio Massimo se quedó desconcertado, no le sonaba ese nombre. Tuvieron que aclararle que se trataba de un caso “dormido” que habían retomado y del que ya se podían olvidar.
  Me parece que voy a hacerles una visita a estas dos. Tengo que ver como tirarles de la lengua o cogerlas en un renuncio.
     ¿A estas horas? ¡Ni hablar! –ahora fue él quien levantó la voz, llamando la atención de las mismas personas, que en ese momento se alejaron de nosotros −.  Buscamos  un restaurante  que se va haciendo la hora de comer.

Dadas las circunstancias, tuve que darle la razón. Aunque   descafeinadas por esta misión que me había caído encima, eran nuestras vacaciones.

Después de salir del restaurante,  que se encontraba cerca del apartamento, yo me fui a ver a Anne, para  luego pasar por “Nella Donna”. Él se subió a dormir la siesta.

La puerta de la habitación estaba cerrada, toqué suavemente y abrí. La luz inundaba la estancia otorgándole un aire  alegre. Anne estaba incorporada en la cama y una señora con un parecido extraordinario a ella me miró desde una silla arrimada a la derecha. Sin darme  tiempo  a saludar, mi compañera ya me estaba presentando a su madre:
       Mamá esta es Carmen, de quien te he hablado.
Se levantó sonriendo  y vino hacia mí hablando un español muy claro. Tenía un apartamento en  la costa española y pasaba allí largas temporadas, porque nuestras playas le parecían estupendas, limpias y gratuitas.
        Encantada de conocerte. Si no te importa, aprovecho tu presencia para salir un rato y así vosotras habláis más tranquilas. –Y cogiendo el bolso se giró para preguntar a Anne−. ¿Quieres que te traiga algo?
  ¿Qué tal una botella de prosecco bien frío?
  Hija no tienes remedio
  Mamá,  era broma
Las tres reímos con la ocurrencia.
    Tienes mejor aspecto –le dije, acercándome a su lado y ocupando el sitio que había dejado su madre.
    − Sí, no hay nada como los cuidados de una madre y la visita de una colega. Espero me traigas buenas noticias –asintió poniendo cara de pilla−. Lorena me ha llamado para saber cómo me encontraba, pero no ha consentido en comentar conmigo nada del caso. Me ha dicho que estoy de baja y, por tanto, fuera de la misión.
 Pues te cuento, aunque quizá no te gusten algunas noticias que debo darte.
La puse al día de las implicaciones de Beatrice y del deterioro ejercido sobre el retrato  de Guiseppina Negroni.

     No me lo puedo creer. Beatrice es una mujer extraordinariamente inteligente. Aunque, claro, quien soy yo para decir eso. Mírame, maltratada durante…−no acabó la frase y se quedó mirando más allá de mí para preguntarme, todavía tocada − ¿Qué vas a hacer para avanzar?

       No lo sé. Cuando salga de aquí me pasaré por la Fundación. Les diré que me has pedido que  recoja un documento y veré como afronto una posible conversación si las encuentro allí.

      Ve con cuidado. No las imagino violentas contigo, pero si se vieran descubiertas…Y espero que Mariella y Massimo estén al margen, porque si no me iba a dar algo.
       De momento no hay nada que nos haga pensar en ello, tranquila. Por favor, descansa. Mañana me pasaré de nuevo que todavía tengo una visita turística pendiente esta tarde.
       ¿Qué tal lo lleva tu marido? Lo de que estés  liada con la investigación, me refiero –su interés,  era muy loable y decía mucho de quien era Anne, después de lo que acababa de vivir.
        No me puedo quejar. Lo está soportando bastante bien. La verdad es que me siento muy agradecida por su actitud. ¡Tengo un compañero estupendo!

Nada más decirlo, me di cuenta. Me había hecho una experta en meter la pata con ella. Le pedí disculpas inmediatamente y me quedé admirada al oírla responder:
        No te preocupes, me alegro por ti.

Todavía hacía bastante calor, así que cogí un taxi para subir a Via dell’ Erta Canina. Salió a abrir Mel. Aunque sonrió, en su rostro había tensión y en su mirada reproche. No era bienvenida. Tomé nota, pero  me la traía al pairo. Eso   era bueno para mí, porque me mantendría  más serena y con la cabeza despejada.
       Supongo que te envía Anne. Como ya conoces la casa, no te acompaño. Tenemos  visita. No es necesario que te despidas, supongo que será por poco rato, ¿no?

Se la veía con prisa y su cuerpo había perdido esa gracia que la llevaba a moverse suelta y espontánea. La vi alejarse, me dirigí al despacho, entré  y abrí la ventana para ventilar. Al hacerlo me llegó un murmullo de voces procedentes de la terraza. Dos las reconocí enseguida, eran ellas. La otra, que pertenecía a un varón, la  escuchaba con cierta claridad gracias a su tono más grave. Aquella reunión  podía resultar interesante. Pegué la oreja.

        Esto ha sido solo el inicio… ahora tenemos que ser más ambiciosos –la voz era italiana, de un hombre joven,  con cierta inflexión autoritaria− ir a algo más grande. Giovanni Fattori o Guiseppe Abbati no tienen suficiente entidad, si bien es cierto que son más accesible al tener sus obras aquí…Uhm de todos formas en Florencia no conviene que volvamos a actuar.

      ¿A qué te refieres con algo más grande? ¿Dónde propones? –reconocí el tono de Mel matizado por la ansiedad.

         Museo de  Orsay de Paris.

        ¡Tú estás loco! Eso escapa a nuestras posibilidades.  Desde luego, a nosotras dos, nos va a ser imposible desplazarnos en este momento. Tenemos una compañera de baja y otra  de permiso –era Beatrice cuya voz temblaba ligeramente.

     Habíamos pensado en Millet –siguió la voz de hombre, haciendo oídos sordos al comentario en contra.

     Ahora sí  que estoy segura, estáis de atar los dos. ¡A quién se le ocurre! –calló unos segundo para preguntar con cierto tono de desprecio− y ahora me vas a decir que habéis elegido el cuadro  Las espigadoras, ¿verdad?



Justo en ese momento, un golpe de brisa entró por la ventana, y me trajo el olor a madera fresca de Alfredo,  que ya era capaz de reconocer. No me despisté en el seguimiento de la conversación…

       Por supuesto, será un bombazo. Esta vez saldrá en la prensa de toda Europa.

    A mí no me parece mala idea, Beatrice. Yo estoy con ellos. No te entiendo, es lo que queríamos. Cuando te hablé de la organización por primera vez me dijiste que hacía tiempo que estabas esperando algo así en tu vida.

Pues ya no. Olvidaros de mí.  Hasta ahora lo único que hemos conseguido es destrozar dos cuadros, nada más. Decidme, ¿dónde ha tenido eco nuestra hazaña? No les interesa  darnos  visibilidad. Pero…no es solo eso…es que…

    La próxima la tendrá –la cortó Alfredo. Vamos a crear varios perfiles falsos en las redes sociales y no les quedará otra que hablar. Mi hermano me ayudará con esto. Por fin nuestro mensaje  llegará a todo el mundo.

   Además, se trata de una obra conocida mundialmente y muy apreciada que hará de megáfono para nuestros objetivos –su voz iba ganando en velocidad y volumen−. Nos escucharán, esta vez sí. −Se paró en seco − ¡Estupendo Alfredo! –era Mel quien soñaba en voz alta.

    ¡No toquéis a Millet! Sería  como echarnos piedras a nuestro propio tejado. Él pretendía mostrar la grandeza del trabajo del campesinado. Aunque sus personajes no muestren los rostros, nos transmiten  su simpatía por los hombres y mujeres que se ganaban  la vida duramente. La pobreza y el esfuerzo en el campo formaban parte de sus genes, ahí radica su esencia…mirad el cuadro –se detuvo, quizá buscando la imagen en el móvil− Las figuras tienen un gran volumen, son rotundas, fuertes, monumentales. Pretende reflejar a un colectivo, por eso no importan los rostros. ¡¿Es que no lo veis?! ¡Denuncia, a través de su obra, la dicotomía entre las clases sociales!

    Igual Beatrice tiene algo de razón, ¿no crees? No soy experta como ella pero...además somos  pocos para salir de Italia,  sería correr demasiados riesgos y gastos –Mel se enfrió aproximándose  a su compañera.

Se hizo un silencio bastante largo que finalmente rompió Alfredo en el que había hecho mella la posición de las dos mujeres

        Bueno, igual tenéis  razón y de momento debamos soñar más bajo, sobre todo teniendo en cuenta vuestra situación  laboral. Podemos continuar en Italia de momento y dejar para más adelante París. Lo hablo con Yon, parece razonable. De cualquier forma debemos ser rápidos en la siguiente intervención. Antes de pensar en Las espigadoras me vino a la cabeza  una obra que se encuentra en mi ciudad, “El lechero de Piaggentina”  de Guiseppe Abbati, en el Museo Cívico de Nápoles.

Al escuchar el nombre de esa ciudad  comencé a sudar y dejé de atender: ¡A ver como le decía yo a mi marido que me iba, o nos íbamos al sur! El desconcierto me duró unos minutos. Volví a la conversación de nuevo y en seguida me di cuenta que Beatrice estaba desinflada. Se le notaba ajena a lo que se preparaba. Una fisura que quizá pudiéramos utilizar.

     Esta tarde llegará Yon y acordaremos  el día y la hora. Pero vaya, no creo que sea más allá  de pasado mañana. Intentad buscar alguna disculpa, al menos una de las dos, ¿de acuerdo?−dijo usando un tono que no admitía negativa.

        No sé qué  decirte, Alfredo. Aquí hay mucho trabajo y…

        Lo intentaremos, por supuesto –apuntó Mel  atajando la poca disposición de la otra.

Me dispuse a salir con toda la información bien almacenada en mi cerebro. Cerré el despacho dando, sin pretenderlo, un portazo que alertó a quienes ocupaban la terraza.
        Ah, eres tú –se asomó Beatrice desde lo alto de la escalera− no sabía que aún estabas por aquí.
 Sí, me ha costado un poco encontrar  todo lo que me ha pedido Anne−le aclaré, resoplando, mientras le mostraba un pen con mi mano derecha.

  Recuérdale que está de baja. ¡Para todo! – recalcó − ¡Ah y dile que esta tarde iré a verla!  
Llamé inmediatamente a mi colega para darle todos los detalles de la información obtenida. Lo mismo hice con Lorena que me cogió el teléfono al primer toque. Ella no tenía nada nuevo. Pensaba como yo, que había que intentar hacernos con Beatrice y que eso estaba en manos de Anne cuando fuera a visitarla. Ambas confiábamos  en ella. Volvía a estar  dentro de la misión temporalmente.
                                                           Tumba de Galileo Galilei

Dejé  en ese punto  la investigación, porque había quedado con José Carlos a las puertas  de la Iglesia de la Santa Cruz. En cuanto entramos en su enorme nave, no tardé nada en olvidarme  de todo  por completo. Me emocioné ante las  tumbas de Galileo, Miguel Angel, Marconi, Maquiavelo…en total casi trescientas  de diversos personajes entre los siglos XIV y XIX. Me extasiaron los frescos de Giotto.  José tuvo que llamarme varias veces, mientras los contemplaba, para que pudiéramos seguir la visita al templo:
     Al menos no estás llorando –me dijo sonriendo cuando finalmente le escuché y me volví− ya pensaba que te había dado el síndrome de Stendahl. ¿Sabes que fue precisamente contemplando esta iglesia cuando le ocurrió al escritor francés?
 No me digas, lo desconocía. De joven leí varias de sus obras. Recuerdo que me gustó especialmente Rojo y negro. Es un placer compartir con él la admiración y el influjo de este lugar.




Acabamos la tarde en la calle Tornabuoni. Habíamos comprobado que no era raro  encontrarnos con algún evento a las puertas de una de las tiendas de moda. Para  nosotros era un espectáculo ver cómo iban vestidas las personas que asistían a ellos. Tuvimos suerte. En una de ropa deportiva, la fiesta era muy llamativa: con música, personas disfrazadas y cerveza fresca que tuvimos el gusto de probar.
Cuando regresábamos hacia casa para cenar sonó la melodía de mi jefa:
       Espero que tengas buenas noticias para acabar bien el día, Lorena.
 Para ti estupendas. Ya tengo alguien que se hará cargo de Nápoles, si hiciera falta. Quedas pues exenta de  viajar al sur, de momento –recalcó estas dos últimas palabras a modo de advertencia y para que quedase bien clara su autoridad.
Muchas gracias por esta exoneración. Ya solo falta que nos llame Anne y sepamos si ha conseguido hacerse con Beatrice.

No tuve que esperar mucho, justo entrando por la puerta del apartamento llamó ella. ¡Lo había conseguido! Tal como yo  había notado, escuchando en la fundación, su compañera de trabajo había reculado en su colaboración con SUN, las siglas de “Senza un nome”, sin nombre en español. Se trataba de una organización muy básica. Mel la había conocido por internet y le propuso unirse a ella. Además de las que conocíamos, había dos personas más en Venecia, seis en total. Yon había intentado conseguir adeptos en Roma  pero, de momento, solo contaba con un par de estudiantes,   de los que no se fiaba del todo.

      Entonces, Beatrice, ¿qué va a hacer ahora?
  Verás, le he sugerido que colabore con nosotras. Que no se desvincule de SUN  y sobre todo,  por su seguridad, que siga manteniendo la misma posición de dudas con cierta predisposición a colaborar pero sin participar en las acciones directamente. De esta forma, es posible que no le pase prácticamente nada si conseguimos atraparlos. Por fortuna está dispuesta, aunque muy asustada.
  Anne, me preocupa tu compañera, quizá habría que pedirle a la Agencia que le busque una cobertura. Es cierto que el grupo no muestra signos de ser peligroso con las personas,  pero no los conocemos bien, sobre todo a Yon. ¿Has hablado ya con Lorena?
 Por supuesto y me ha asegurado que en cuanto nos dé  el día y la hora, la pondrá a salvo hasta que todo pase y podamos transferir el asunto  a manos de la policía italiana. La jefa la avalará en la investigación que realicen. Como siempre ha sido breve y clara.
 Supongo que tras hablar con Beatrice, habrás inferido alguna hipótesis que  explique cómo  una persona tan bien preparada, ha sucumbido a los pocos encantos de esa organización, al parecer, tan cutre? –le pregunté.
 Algo he pensado, sí. A  veces, solo hace falta tocar el punto débil de una persona que tiene bajas las defensas emocionales. No sabes tú lo que ha tenido que pasar Beatrice, para conseguir una licenciatura. Ha trabajado duramente en un taller medio clandestino donde cosía a destajo. Es más frecuente de lo que parece encontrarlos en los  polígonos industriales de muchas ciudades. El trato no es humano. Además, no era ella sola, sino casi toda su familia. Me he dado cuenta de la cantidad de rabia acumulada que lleva bajo esa apariencia suya de tranquilidad−había bajado el tono y con ello entendí que sabía de lo que hablaba−. La relación con su familia, según me ha contado, se ha resentido mucho en los últimos meses, hasta el punto de romperla por completo. A ellos nunca les pareció bien el tiempo que dedicaba al estudio y entre  la universidad y el taller tampoco tuvo tiempo de cultivar amistades. En cuanto llegó a la Fundación, Mel  se volcó con ella y creo que tenía, o tiene, una especie de voto de gratitud.

        Pero, ¿y Mel? Ella es de familia rica, ¿no?
 Sí, desde los 6 años. Fue adoptada. De su vida anterior nunca ha contado nada. Es tabú. Lo que sé es por la familia de mí…uf, no sé cómo llamarlo ni su nombre me gusta pronunciar.
 No hace falta. Si te parece le designaremos con “ese”.
 La familia de…”ese” tiene relación con la de Mel. Son empresarios del mismo sector y han hecho negocios juntos.
 ¿Has pensado hacer algo respecto a ella?
  Estoy dándole vueltas, no creas−se detuvo moviendo ligeramente la cabeza de arriba abajo−. Desde la Agencia, por supuesto,  se desentienden  de ella. Yo... no tengo claro cómo actuar. Según Beatrice,  Mel está realmente obnubilada y cree que está llevando a cabo una tarea  salvadora desde  el mundo del arte. Cuando alguien está tan cerrado, hacerle frente puede llevarlo a que se aleje de ti  por completo.  Veré si se me ocurre algo, pero… está muy difícil. −Volvió a detenerse de nuevo y cambiando de tono pasó al papel de  anfitriona−. Vamos a dejarlo y dime, ¿Dónde vais mañana?
  Mañana, si no surge ningún inconveniente,  haremos la ruta de las carreteras bonitas que nos dejaste preparada.
 ¡Hala! ¡Lo vais a disfrutar a lo grande! ¡Ya me contarás a la vuelta! No pierdas detalle de nada.
 Cuando ya me disponía a colgar, la escuché:
    ¡Ay, espera, espera, no cuelgues! Se me olvidaba decirte que pasado mañana no os podéis  perder el acontecimiento que tendrá lugar en San Miniato. Ocurre todos los años el día del solsticio de verano. Es un fenómeno  muy curioso. La luz difusa que entra por una de sus ventanas,  justo  a mediodía solar, se concentra sobre el cangrejo del círculo zodiacal de mármol que se encuentra en el pavimento de la iglesia. El Museo Galileo organiza visitas guiadas para observarlo pero como no os apuntéis pronto…
¡Ostras! Me encantaría verlo. ¿Y dices que es pasado mañana? Gracias, lo tendré en cuenta. Bueno,  si me lo permite nuestra querida jefa.
 ¿Nos vemos mañana?
  Sí, a la vuelta de “Le belle strade”






Nos levantamos cuando el sol apenas había salido. El día se preveía caluroso y teníamos un recorrido de los que a mí más me gustan: carreteras secundarias, mucho paisaje y  poblaciones pequeñas. Salimos de Florencia y tras dejar la autovía  tomamos la dirección al primer punto de parada. Pronto comprendí que no importaba el destino.  La suavidad de las colinas por donde subíamos o nos deslizábamos como toboganes,  me producía  un bienestar delicioso en sí mismo. Si tuviera que quedarme con un solo lugar  de ese día, me sería imposible. Pienza me enamoró por completo. Cada rincón, sus bellos edificios, las casas más sencillas adornadas con multitud de macetas, las vistas desde la iglesia y también  el restaurante donde, por fin,  probé la ribollita, un especie de menestra típica de la Toscana,  acompañada con un rico prosecco bien frío. San Quirico d’Orcia me dejó boquiabierta, tanto y tan bello concentrado dentro de su muralla. Montelpuciano, con su enorme plaza y calles acogedoras que suben hasta lo alto para ofrecernos un excelente balcón sobre los campos que lo rodean. Pero… qué curiosa es la memoria, si hay una imagen que permanece inalterada en mi interior, es una sencilla viña al atardecer en la que paramos, cuando los rayos del sol,  dorados y espesos,  acariciaban las vides y les otorgaban un verde amarillento. El día se contuvo en ese instante y se quedó en mí para siempre en forma de una sensación que todavía hoy no he logrado descifrar. Allí  supe, sin lugar a dudas, que el caso se cerraría pronto y bien. Con ese ánimo regresé a Florencia y visité a Anne, que sin dejar que me interesase por ella, me hizo desgranarle el día paso a paso. Sus ojos se animaban al ritmo que marcaban mis evocaciones. Hasta soltó una risa suave cuando le confesé el vino que me había bebido a su salud.
     Bueno, compañera, basta ya de hablar de mis experiencias como turista en la Toscana, ¿cómo te encuentras tú? –le pregunté apoyando mi mano suavemente sobre su brazo sano.
  Estoy bien, aunque algo cansada. Ha venido la policía. Tenían más preguntas. Hablar de “ese” me enferma. Y para colmo después se ha presentado  Mel, poniendo cara compungida,  y diciendo que mañana tiene que marcharse a Lucca por un asunto personal.
    A  Nápoles, claro –la interrumpí mientras ella hacía un gesto con sus manos que expresaba impotencia.
    Miente bastante bien, no creas.  Estoy preocupada. Temo que Beatrice no haya sido tan buena actriz y se haya descubierto. La he llamado varias veces y no me coge el teléfono…
        Me estás asustando – dijo mientras llamaban a la puerta. Era Beatrice.
         Perdona, no sabía que estabas acompañada.
        Ya me iba. He tenido un día muy apretado como turista.
Una hora después me llamó Anne para darme información. Se mostró tranquila,  su compañera no  corría peligro porque no sospechaban de ella, estaba segura. Habían cambiado de planes y actuarían al día siguiente en Bolonia. Al parecer, en la Pinacoteca Nacional de esa ciudad,  había una exposición temporal sobre los Macchiaioli con cuadros prestados de diferentes museos italianos. Habían elegido  “Aguadoras de Livorno”  procedente de la Bottega D´Arte de  Livorno. Actuarían a  una hora de escasa afluencia coincidiendo con la comida. Mel, a la que no había encontrado forma de apartar  de la acción, a pesar de las mil  pegas que le puso   para impedirle  abandonar Florencia, formaría parte del comando encargado de atentar contra la obra.
      Mañana me dan el alta −me dijo al final y se le notaba cierto temblor en la voz− la verdad es que el cuerpo aunque con muchos moratones me responde bien. Hoy han vuelto a realizarme otra radiografía y el hueso del brazo está en su sitio, es cuestión de tiempo.
 Otra cosa es alma… ¿Has pensado en buscar ayuda?
 Debería, lo sé, pero…me siento…rara. A la vez necesitada y rebelde.
  Aún falta  para que  puedas aceptar y  afrontar lo vivido, pero confía, es posible.  Ahora estás en medio de las nubes, y no precisamente blancas, pero cuando las traspases, veras el sol. La travesía  la deberás hacer en compañía. No podemos con todo solos.  Un ser humano te ha herido… y con otro te curarás.
 Escucharte hablar así,  me da cierta esperanza. Mañana…cuando esté fuera…pensaré en ello, te lo prometo.
 ¿Dónde te quedarás? Supongo que no volverás  a la vivienda que compartías con él…
 ¡Ni loca! Mi prima Lucia es propietaria del hotel que hay justo al lado del apartamento. De momento ocuparé una bonita habitación con buenas vistas a la ciudad.
   Me alegro que tengas cerca a alguien que te quiera. Te dejo,  que Lorena no tardará en llamarme,  porque de Bolonia no me libro, seguro. Está demasiado cerca.  Deséame suerte.

Tras colgar me asomé a la ventana y me quedé mirando la cúpula de Sta María de Fiori sin pensar en nada, dejando que la mente se relajara y quedase  limpia. No sé bien cuanto tiempo permanecí así, pero me supo a gloria,  hasta que escuché en  mi teléfono la melodía de Lorena. Tras conversar brevemente con ella, le comuniqué a José Carlos que al día, viajaríamos a Bolonia. Se lo tomó bien, porque Florencia la teníamos ya bastante bien pateada y él es una persona que disfruta con las novedades. Además, para tranquilidad mía y suya,  iba a contar con el apoyo de Milena, la agente de Nápoles que ya había salido, esa misma tarde, hacía allí.

       Lo que no me apetece es coger el coche otra vez. Hoy nos hemos dado una buena paliza y total para ir a una ciudad no es necesario ¿Miramos un tren?−me propuso.
  Buena idea. Ahora mismo –y mientras asentía ya estaba buscando en el móvil. 
La oferta de trenes era estupenda. Tomamos uno que salía a las 8:15 y nos dejó en Bolonia antes de las 9 de la mañana.

¡Qué ciudad más alegre! Mirases donde mirases,  siempre te encontrabas con personas jóvenes que iban y venían. Pasear bajo los soportales  de muchas de sus calles, te libraba del sol que ya pegaba con fuerza, aunque estuviesen pensadas para proteger del agua. Milena nos esperaba a las 10 en la plaza Santo Stefano, un lugar que inspira tranquilidad y dinamismo  a partes iguales. Era una mujer que medía un palmo más que yo, pero su cuerpo se movía con gracia y agilidad, al compás de unos brazos ligeros y muy expresivos. En su rostro unos ojos oscuros y enormes, que te atrapaban nada más mirarlos  y una sonrisa enorme, accionada por  unos labios finos pintados de rosa. Nos saludamos afectuosamente y le presenté a mi marido.

   Bueno, ya sabes que tú no puedes intervenir. Este asunto nos concierne a nosotras. No podemos correr el riesgo de arrastrarte y meterte en problemas,  solo Carmen y yo tenemos cobertura desde la Agencia –quiso aclararle de entrada, aunque no era necesario, y continuó poniendo cara de emoción −, pero ahora…los tres juntos…nos vamos a dar el permiso de visitar el lugar más interesante de esta ciudad para mí:  la iglesia de Santo Stefano –y levantó la mano mostrando la entrada, que se encontraba a unos pasos como si fuera una maga que la acababa de sacar de la chistera.


     En seguida nos aclaró, que en realidad, no era una sino  cuatro iglesias unidas por varias capillas, un patio y un claustro.

                 


En el tiempo que duró la visita escuchamos embelesados a Milena,  dando las explicaciones oportunas en cada parte del conjunto. Lo cierto es que fue una suerte contar con su sapiencia. Me impresionó la “reproducción” del Santo Sepulcro de Jerusalén. Permanecí allí un  rato, a solas,  empapándome de la belleza del conjunto y de la luz que le confería una atmósfera única. Sentí gratitud por cada una de las personas que habían trabajado para crear tanta grandeza. 

Salimos los tres cargados de energía,  para ir a sentarnos a una terraza cerca de las Dos Torres, camino hacia la Pinacoteca Nacional y preparar nuestra estrategia. Comprobé que Milena era enérgica y mandona. Comenzó marcando cual sería mi intervención y que parte le correspondería a ella. No me molestó su actitud, al fin y al cabo, solo trabajaríamos juntas esa vez,  y sin duda,  mi colega  manejaba el terreno mejor  que yo, que únicamente  lo conocía,  por el mapa que me había estudiado con detenimiento la noche anterior. Sabíamos que estarían  tres de los miembros de “Senza un  nome”: Alfredo, que conduciría un coche de alquiler y los esperaría en el exterior;  Yon, que actuaría de “pintor destrozador” y Mel, cuya misión consistiría de nuevo en distraer a quien vigilase la sala. Por nuestra parte, aunque José Carlos no iba a participar, nos serviría de ayuda en el exterior vigilando al conductor, el vehículo y sus posibles movimientos.


A las 12 nos dirigimos a la Pinacoteca y nos apostamos en la Piazza Vittorio Puntoni, justo delante del  edificio. Milena miraba de frente y nosotros nos colocamos  de espaldas. Toda precaución era poca. Se trataba de cogerlos in fraganti, no de provocar su huida. Un cuarto de hora después paró un coche en la puerta del museo. Eran ellos. Bajaron Yon y Mel, mientras que el coche continuó y un poco más adelante se detuvo a la izquierda. Nos pusimos en marcha detrás de ellos, a  una distancia prudente. Pensamos que se dirigirían directamente al auditórium, que era donde habían colocado la exposición, pero no fue así, sino que giraron a la izquierda simulando ser unos simples turistas que  iban a visitar  el museo. Seguras de cuáles eran sus intenciones, no los seguimos. Tomamos el camino directo a su objetivo, entrando en primer lugar al espacio  de Guido Reni. Continuamos por la larga sala pasillo de los siglos XVII y XVIII, sin detenernos en sus obras, hasta la puerta del auditorio. Se encontraba  repleta   de los asistentes al evento que se había organizado en torno a la exposición de los Mancchiaioli y que había terminado en ese momento. ¡Habían elegido muy bien!




Milena aprovechó para colarse y buscar un hueco donde permanecer escondida, mientras quedaban personas dentro. Yo, aunque la sala contigua era la 28 me dirigí a la 27, allí esperaría hasta ver a Mel entrar en la otra y comenzar su actuación. Poco a poco los participantes  fueron alejándose y el silencio se instaló en esa parte del edificio. Del auditorio salieron tres  vigilantes  y se repartieron por las diferentes salas. En la mía entró una mujer de aspecto cansado que se sentó en una silla y se puso a mirar su móvil. Eso me recordó que debía vigilar el mío y comprobar que estuviera en silencio con la vibración activada. Todo en orden. Enseguida escuché un sonido de pisadas que me era familiar. Me acerqué a la salida  para ver quién pasaba. Eran ellos dos. Mel entró en la sala del Settecento y Yon abrió sigilosamente la puerta donde se encontraba el cuadro y que habían dejado aireando, tras la conferencia que había tenido lugar. Allí le esperaba Milena. Tras unos minutos escuché un doble griterío. Primero, el de la vigilante de la sala de al lado pidiendo ayuda y que hizo ponerse en pie, como un resorte, a la que estaba cerca de mí,  haciendo que se le cayese el móvil al suelo. Lo recogí con agilidad, se lo entregué y la seguí. Una mujer estaba en el suelo y parecía inconsciente. En el auditorio se escuchaba a Milena dando voces, sin que nadie pareciera hacerle caso.

       ¡Mel! – grité, acercándome  a ella, lo que hizo que se le tensara levemente el gesto − ¿qué te ocurre? –Y dirigiéndome a las vigilantes intenté calmarlas y descargarlas de la atención a la falsa enferma, para que pudieran apoyar a Milena−Tranquilas, la conozco, ya me hago cargo yo. Vayan ustedes al auditorio.

Salieron las dos justo cuando Yon intentaba huir de Milena que gritaba como una posesa.
        ¡¡¡Síganlo!!! ¡¡¡Estaba destrozando un cuadro!!! ¡¡¡No lo dejen escapar!!!
El guarda de seguridad  no se encontraba en la puerta principal, por lo que no llegó a tiempo de atraparlo. Mel, muy buena actriz, comenzó a hacer como que reaccionaba.

       ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? ¿Por qué estamos juntas tú y yo?

¡Qué a gusto le hubiera dado una bofetada!  Y lo malo era que   no teníamos nada para denunciarla a la Pinacoteca. No había cometido más delito que desmayarse. Me entró una rabia tan grande que la dejé allí en suelo con su comedia y salí para encontrarme con Milena y José Carlos. De nada nos serviría entablar una conversación con ella, sería más efectivo esperar su salida e intentar seguirla. Me encontré con dos vigilantes que volvían y las calmé:
       Tranquilas, ya está bien. Voy fuera a avisar a un amigo que nos espera.

Estaba solo Milena y con una cara que no me gustó nada.

       Tu marido no está, Carmen –comentó desconcertada.

A mí se me pasó la rabia de golpe y se me puso  un nudo en el estómago.
¿Qué me dices? Si le hemos dicho que vigilara…− empecé a comprender que no nos había hecho ni caso. No estaba  tampoco Alfredo con su coche, así que sumando lo uno y lo otro comprendí que ambos andarían  cerca.

Lo llamé por teléfono, pero no lo cogió.
       ¿Y ahora qué? –me sorprendió mi colega con esta pregunta cargada  de impotencia,  que no le pegaba para nada a lo que yo había supuesto  sobre su carácter.
 Esperamos a  que salga Mel y vamos tras sus pasos – dije  yo, tomando la iniciativa y el mando. Es lo único que tenemos, quizá hayan quedado en alguna parte y nos conduzca a  ellos y a José Carlos.



No tuvimos que permanecer mucho tiempo, medio escondidas,   tras un árbol de la plaza. Enseguida apareció en la puerta y con movimientos dubitativos miró a ambos lados. Finalmente  se dirigió al café que se encontraba al otro lado de la calle y del que también teníamos buena visibilidad. Por si la venían  a recoger en coche, Milena llamó a un taxi para nosotras.  Estuvimos el tiempo suficiente para que me contara lo ocurrido con Yon en el interior. Justo cuando  iba a comenzar a pintarrajear el cuadro, ella se había abalanzado sobre él,  por lo que  apenas pudo marcar  un par de  líneas. No pudo  sujetarlo porque a pesar de su baja estatura y peso, se había zafado de ella con facilidad.
Apareció un  coche y se detuvo junto al bar. Era el mismo que conducía Alfredo cuando llegaron al museo. Pitó un par de veces, porque Mel se encontraba como absorta mirando en el otro sentido de la calle.  Eso fue providencial. Dio el tiempo justo para que apareciera nuestro taxi.  En toda mi historia como agente  era la primera vez que  pronunciaba  la típica frase:
       Por favor, siga a ese coche.
Salimos por la puerta de San Donato y giramos a la derecha. Por suerte, ellos conducían suavemente, como sintiéndose a salvo. Después de un largo cuarto de hora, el coche se detuvo.
      ¡Vaya vuelta más tonta que han dado sus amigos! –eso le habíamos dicho al taxista que eran−. Para llegar aquí era mucho más corto haber tomado…bah para que les voy a contar. ¡Y se detienen en sentido contrario!
 Perdón, no importa, tenga, quédese con la vuelta−le apremió Milena, mientras que yo ya bajaba del coche.

Desde el otro lado de la calle vimos  como Mel entraba a un local, que al parecer, se estaba reformando, sin poder determinarse de momento a qué tipo de negocio iría dirigido. Mientras, Alfredo siguió adelante con el coche, posiblemente buscando un lugar para aparcar.

Caminamos  cada una en el sentido contrario para remontar lo suficiente la calle, cruzarla e intentar una aproximación al local, desde su propia acera, sin ser vistas. Deberíamos aprovechar que hubiera solo dos de ellos dentro, para disponer de más fuerzas. Las luces estaban apagadas. Miramos desde el escaparate y no se veía a nadie en el interior. Seguro que se encontrarían en la trastienda. Me  distancié un poco  del local y llamé  a Lorena para que fuera preparando el apoyo necesario. Nos dijimos adelante, asintiendo con la cabeza y probamos a abrir la puerta. Comprobamos que el pomo giraba ¡Y se abrió! Lo hicimos suavemente, sin ruido. Una vez dentro nos desplazamos con cautela, casi  deslizándonos.  Cuando alcanzamos la trastienda mi pierna derecha se enredó en unos cables que sobresalían del suelo. Eso me llevo a tirar de él y montar cierto estrépito con algunas cajas y un cubo lleno de pintura  se derramó por el suelo.
       Alfredo, ¿ya estás aquí? –era una  voz masculina, Yon, que tras el silencio  volvió a oírse  algo dubitativa− ¿Alfredo?
Ante la falta de respuesta Yon asomó  la cabeza y Milena le propinó un buen golpe con el primer objeto contundente  que tenía a mano, tumbándolo en el suelo. Entramos y mi corazón comenzó a galopar. Ahí estaba José Carlos, amordazado y sentado en una silla. No llevaba las gafas y sus ojos reflejaban pavor y alegría a partes iguales. Mel intentó huir, pero se lo impidió mi compañera que pudo sujetarla con bastante facilidad. Entonces escuchamos cierto revuelo en la tienda. La policía italiana había llegado a tiempo, incluso,  de atrapar a Alfredo que se disponía a entrar en ella. No se me olvidará nunca la forma en que Mel me miró. No dijo una palabra, pero sus ojos lo decían todo: dolor, rabia, odio, desconsuelo…desesperanza. A pesar de todo, sentí una pena infinita por ella. No  me preocupaba tanto  la condena  que le pudiera caer,  como la forma en que lo afrontaría. No estaba segura si sería capaz de aprender algo y conseguir una vida  más serena. Me recoloqué en mi interior, buscando asentarme en la esperanza  y me acerqué a ella. Apartó su mirada de mí para murmurar entre sus dientes:
    Vaya, la españolita. Y yo sin sospechar nada de ti. Y mira que Antonello os describió bastante bien. ¡Qué tonta he sido!
Mel, lo siento− solo dije eso, no era momento de sermones ni enseñanzas. Ella necesitaba  tiempo para digerir todo lo que esa situación le despertaba.
Yon había desparecido, pero pronto lo atraparían. Al parecer, había resbalado   sobre la pintura amarilla chillón que habíamos tirado, lo que lo  haría fácilmente reconocible. 


Dejamos a la policía hacer su trabajo y buscamos un taxi para volver al centro.
                                                
De repente sentí un hambre feroz, no era de extrañar,  porque llevábamos muchas horas sin probar bocado. Por suerte, Bolonia disponía de abundante oferta hostelera  que no cerraban la cocina. Mientras comíamos en un restaurante  japonés, una rica variedad de sushis, conocimos la aventura  de José Carlos. Al ver salir a Yon, corriendo del museo, fue tras él. Lo alcanzó al llegar al coche y forcejearon hasta que Alfredo intervino y entre los dos lo metieron al vehículo. Una vez en la tienda lo ataron y lo estuvieron interrogando. Contó casi todo, pero en ningún momento hizo alusión a la existencia de la  Agencia. Todo había sido iniciativa nuestra contando con la colaboración de Anne y una colaboradora suya.  En cuanto llegó   Mel   y Yon la puso al corriente de que su amiga la había descubierto  y la vigilaba con la ayuda de los españoles, se sintió  desolada. No albergaba esperanzas de atraerla a su organización, pero le había afectado tenerla en contra.
Después de comer dimos un paseo acompañados por Milena. Dejamos atrás la misión y se interesó por nuestro modo de viajar, intercambiando las viviendas. Le entusiasmó, así  que le dimos el nombre de la página web que utilizamos, HomeExchange  y quedamos que  en el verano siguiente cambiaríamos nuestras casas. ¡Nápoles sonaba fenomenal como futuro  destino!  Queríamos conocer aquella  zona,  llena de tesoros naturales y arqueológicos. Al final me había caído bien esta colega de último momento, profesora de secundaria y madre de dos hijos con los que deseaba viajar a España. Nuestro tren salió antes que el suyo y nos despedimos con un “a presto” y un fuerte abrazo, satisfechas ambas de que el caso hubiera quedado resuelto. Mi intuición no había fallado.

Durante el viaje de regreso a Florencia a José Carlos le cayó una buena bronca,  por intervenir sin cobertura de la Agencia, aunque a decir verdad, su acción había resultado de ayuda. A lo largo del trayecto llamé varias veces a Anne,  pero no me cogió el teléfono.
       Me sorprende nuestra anfitriona –comentó él. No sé cómo puede estar tan serena  y seguir de alguna manera en el caso, ¡con lo que le ha ocurrido!
 Ya, pero… en cierta forma…estar  activa a su manera, le ha servido para mantener cierta distancia. Ahora no le quedará otra que asimilar, poco a poco,  el cúmulo de sentimientos que alberga en su interior. Espero que haga el camino digiriendo bien todo y que no escape saltando sobre ello.

Llegamos a casa derrotados pero  yo necesitaba salir un rato para celebrarlo. Se lo propuse a José Carlos que se duchó mientras yo  volvía a marcar el número de mi  compañera  sin obtener  respuesta. Pensé que quizá necesitaba desconectar de todo y de todos. Una vez bien arreglados ambos, salimos. La noche era agradable y caminamos sin rumbo. Cenamos en un pequeña trattoria,  al otro lado del Arno y después seguimos hasta la basílica del Santo Espíritu. Fue una suerte. Había un concierto, a cargo de una orquesta joven americana, con una  música, jovial y vivaracha. El cierre perfecto para ese día.
A nuestro regreso al apartamento nos esperaba una sorpresa: sobre la mesa de la sala había un ramo de flores con una nota que decía:

Lo habéis conseguido. No esperaba menos. Me alegro por ti…y por los cuadros.
Me retiro. Si algún día me encuentras, no será en esto, aunque me gustaría.
Me marcho a un valle lejano, donde un rey, construyó un gran palacio.
Ha sido un placer conoceros, a ti y al bendito de tu marido. Cuidaros mucho.
                                                                 Anne
La voz de José Carlos sonó por encima de mi hombro, él también lo había leído.
            Y a esta, ¿qué le ha pasado?
       Es verdaderamente extraño. La última vez que hablé con ella parecía a gusto yendo al hotel de  su prima. Por cierto, es el que está aquí al lado, el Brunelleschi. Mañana pasaremos  y hablaremos con ella.

Me costó mucho dormirme, me sentía  preocupada y perpleja. Le daba vueltas a la nota y no le encontraba ningún sentido. Solo tenía claras las cuatro partes: sabía que la misión estaba cerrada, luego había hablado con Lorena; dejaba la Agencia, lo que  corroboraba lo de la jefa; se marchaba lejos, ¿por qué y dónde?; y se despedía con cariño.


Descansé más de lo esperado,  hasta que las campanas de Santa María me recordaron que era 22 de junio, día del solsticio  y que teníamos una cita en San Miniato.  Antes necesita saber qué había pasado con Anne. Decidimos desayunar en el hotel Brunelleschi, a modo de homenaje,  y así hablar con su prima. Mientras nos acercábamos llamé a Lorena, una, dos, tres veces… y nada, fuera de servicio. Estaba cada vez más desconcertada. En recepción, antes de entrar en la cafetería, preguntamos por Claudia,  la propietaria, explicando quienes éramos. Salió enseguida,  con una sonrisa triste en la cara. Era una mujer menuda de rostro fino y facciones angulosas, que inspiraba confianza a través de la mirada. Nos dirigió a una pequeña sala y allí supimos que  Pierre había conseguido escapar de la cárcel, ayudado por sus fuertes  tentáculos en alguno de los  ámbitos del poder.  La policía estaba tras él, pero Anne, preparó su huida en cuanto lo supo.  Por supuesto a nadie había comunicado su  destino, ni siquiera a Claudia, no era seguro con su marido en paradero desconocido. Lo más probable es que hubiera salido ya del país ayer mismo.
       Antes de partir, me pidió que os dejara en casa unas flores con una nota, que ella escribió para vosotros.  Lo que más temo es  que no volvamos a saber de ella.  Mientras Pierre ande suelto…su vida corre peligro.
Anoche le di muchas vueltas a su escrito, contiene una pista de su paradero, estoy segura, pero no soy capaz de entresacar nada.
  Pues en mi opinión no le conviene dejar señales. De hecho he puesto a buen recaudo todo lo que dejó en su habitación. También he llamado a la Fundación para que hagan otro tanto con lo que hay en su despacho. Nunca se sabe hasta dónde puede llegar  ese hombre.




Nos despedimos  de Claudia y caminamos hacia la basílica que divisa Florencia desde lo alto. No íbamos muy animados, el día había salido nublado y no tenía pinta de levantar. Sin sol no habría fenómeno, pero la visita ya la teníamos concertada, así que al menos nos darían información. Cuando llegamos había un nutrido grupo de gente esperando en la puerta y el cielo permanecía opaco. Nos tuvimos que conformar con una presentación de diapositivas y  un vídeo, en el que se observaba lo que me había contado Anne: los rayos solares en un momento determinado se concentraban  e iluminaban al cangrejo del signo de Cáncer con toda claridad. Me resultó curioso  saber que se había descubierto hacía unos pocos años, en concreto en junio de 2011. Durante cientos de años estuvo sucediendo sin que nadie reparase en ello. ¡Increíble! ¡Con lo que tuvo que pensar quien lo  diseñase!  ¡Y para un evento que sucede una vez al año, durante unos breves minutos!



Aprovechamos para visitar el cementerio que se encuentra anexo a la iglesia. Estaba lleno de belleza: panteones, esculturas, vegetación…forman un conjunto en el que la serenidad brotaba por doquier. Hubo una tumba que me atrajo especialmente y a la que dediqué un tiempo de contemplación y respeto. Pertenecía a un joven muerto en la segunda guerra mundial. Destacaba porque  sobre ella había una escultura que lo representaba junto a su novia. Tenía un aire festivo y alegre, conmemoraba el amor, no la desdicha.  Cuando salíamos del cementerio, comenzó a caer una lluvia muy fina que nos acompañó hasta abajo, obligándonos a buscar un restaurante a prisa y corriendo.  A la tarde amainó  pronto y pudimos pasear sin rumbo. Curiosamente, nuestros pies nos condujeron  la plaza de La Passera a saborear nuestro último helado en la capital de la Toscana.




Dejamos Florencia a la mañana siguiente, esta vez con calma. Teníamos pensado llegar a  dormir a casa de mi amiga Rosa en Chateaurenard, población de la Provenza cercana a Aviñón. Pasar con ella un par de días, al terminar uno de nuestros viajes por Europa, se había convertido casi en costumbre. Como siempre fue una estancia alegre y bulliciosa  con paseo por Les Alpilles y comida   en Saint Remy para tomar luego un delicioso helado en Roma, una de las mejores heladerías que conozco en esa villa.

Regresamos a casa dos días después, con la satisfacción de un viaje repleto de naturaleza, arte, amistad, una misión exitosa… pero  también con la  incertidumbre por  Anne y su misteriosa desaparición.

   Sabes, estoy encantada de nuestro periplo por  la Toscana. ¿Cuánta belleza nos ha regalado esa tierra, pero… −le decía  a José Carlos cuando ya estábamos cruzando la frontera francesa− me falta algo…es como si esto no hubiera terminado.

      


En otoño viajamos a las islas Canarias. El verano había pasado suavemente y al mecer de las olas del Mediterráneo, en Oropesa,  planificamos esa escapada. El destino principal era Tenerife, nuestra isla preferida. Conseguimos un intercambio en Buenavista del Norte, cerca de Garachico. José, nuestro anfitrión, fue muy  atento esperando nuestra llegada hasta las 2 de la mañana. Nos proporcionó  valiosa información sobre  gastronomía, fiestas y bellos rincones que todavía no conocíamos. La vez anterior que visitamos la isla, pasamos un día a La Gomera con una excursión organizada. Nos quedamos con la sensación de no habernos enterado de nada, así que esta vez preparamos una escapada de al menos tres días, para recorrerla con algo más de tranquilidad y sobre todo para poder conocer el  parque nacional de Garajonay.  Había leído La niebla y la doncella de Lorenzo Silva y me habían alcanzado las descripciones que hacía de ese espacio natural y su magia. Alquilamos un pequeño apartamento en San Sebastián, la capital,  y cuál fue mi sorpresa al ver que se encontraba justo al lado del cuartel de la Guardia Civil, protagonista en la novela. Fuimos testigos, en varias de nuestras caminatas, de la atmósfera tan extraña que crea la niebla en la isla y cómo en poco tiempo, ascendiendo, puedes salir de ella y encontrarte con un sol radiante sobre tu cabeza. El segundo día de nuestra estancia salimos del parque por la zona noroeste y como la tarde se había llenado de luz, nos encaminamos hacia unas  playas que nos habían recomendado. Tomamos el camino  hacia el sur y comprobamos que merecía la pena llegar hasta allí: pura naturaleza abierta al océano. Sin detenernos llegamos al borde del mar donde encontramos algunas casas, una ermita y  un montón de criaturas vestidas de monstruos.



        ¡Estamos a 31 de octubre! –no había que ser un lince para deducirlo.
       ¿Y si nos alejamos un poco? –propuso José Carlos− desde aquí caminando, la playa del Inglés está a tiro −continuó mientras miraba un mapa.
Paseamos hasta alcanzar una zona de mar abierto, con más roca que arena de  color azabache y  que contrastaba con los rayos,  ya casi naranjas, del atardecer. Permanecimos un buen rato y regresamos por el mismo camino. Ya cerca de la ermita, nos sentamos en la terraza de un bar,  para descansar. Cuando apenas habíamos tomado la mitad de la cerveza, observamos como un pequeño grupo de niños se acercaban a nosotros  acompañados por una mujer vestida de bruja. Sin mediar palabra los dos nos giramos, para darles la espalda y tener solo a la vista el mar. Enseguida oímos las voces a nuestro lado pero, poco a poco, el barullo se alejó de nuevo. Y en ese preciso momento escuché una voz conocida que pedía al camarero:

        Un prosecco bien frío, por favor.

Me levanté y me giré de inmediato,  para toparme con  el rostro de la bruja más horrorosa que jamás había visto. Aun así, me abalancé hacia ella,  para abrazarla. Se quitó la máscara y me llené de alegría al contemplar  la cara de Anne, feliz como yo del reencuentro.
     Pe…pe…pero, ¿qué haces tú aquí? Yo pensaba que…que…ya nunca te  volvería a ver. Hasta  con esa ropa estás preciosa. ¿Dónde te has metido?

   ¡Ay qué alegría! ¿Dónde va  a  ser? Aquí,  en Valle Gran Rey, así se llama este lugar. Te lo ponía en la nota, ¿lo recuerdas? Esperaba más de ti, Carmen, que para algo eres agente secreto.
  ¡Y yo que te hacía en Egipto! ¡Pero qué tonta!
José Carlos permanecía, sin decir nada, a dos pasos de nosotras. Anne movió las manos invitándolo a acercarse, para estamparle dos sonoros besos en las mejillas. Tras unas cuantas exclamaciones más, nos sentamos  para escuchar su relato. Pierre consiguió  dar con su paradero, pero por fortuna,  el coche que conducía, demasiado rápido para aquellas carreteras, acabó en el fondo de un barranco antes de llegar a Valle Gran Rey.
     Ya nada puede hacerme,  –aseguró, con un deje de tristeza para continuar  con cierta sonrisa – he vuelto a la vida y pienso apurarla hasta la última gota. Me están ayudando, profesionalmente,  a hacerme cargo de la madeja de sentimientos  que la relación con él y su muerte han provocado en mí. De momento aquí me quedo. Al poco de llegar puse en marcha un taller de pintura. Doy clases a mayores  y pequeños. Petra es mi alumna más crecida, tiene 76 años y el más pequeño se llama  Luis, un artista de cuatro.
 ¿Y no echas de menos Florencia y la Fundación? –me extrañé.
  Me lo pregunto muchas veces pero…no sé…todo aquel barullo, tantas idas y venidas, las clases, las artistas…Hoy no necesito más que esto para recomponerme a mi ritmo. ¿Ves el mar?, hoy está en calma. Va y viene suavemente. Lo hace sin preocuparse por nada más que permanecer en el movimiento tal y como se da en cada momento. Yo ahora estoy en aquí  y no me planteo dónde iré mañana.


      Me encandiló el brillo sereno de sus ojos mientras hablaba, la quietud de sus manos apoyadas en el regazo y el tono suave  con que desgranaba  las palabras.

        Pensaba llamarte un día de estos −continuó−, para explicarte mi nueva situación, contarte todo esto y hablarte de Mel.
       Por cierto, ¿sabes algo  de ella? Supongo que habrá tenido consecuencias, por muy alta que sea la cuna de su familia.
        Sí, claro. He retomado el contacto con mis colegas de la Fundación que me mantienen al día. Con ella todavía no he dado el paso de llamarla. Necesito tiempo. Y  bueno, respecto a su situación, ya veremos cómo queda. Su madre pagó la fianza y vive con ella. El padre ha tomado distancia de ambas, no puede perdonarla. Se encuentra a la espera de juicio como Yon y Alfredo. Estos, en la cárcel. Beatrice se ha librado gracias a su colaboración  y Antonello quedó libre, no puso en marcha lo que le había pedido su hermano.

Nos quedamos en silencio. No justificábamos, en absoluto, su comportamiento,  y yo ni siquiera alcanzaba a comprenderla, pero las dos nos sentíamos preocupadas  por ella. El  hecho que estuviera su madre a su lado, en este momento, alumbraba un atisbo de esperanza. Anne retomó la conversación cambiando el tono y el tema:

             Por cierto, se me olvidaba, ¿qué tal el “Cinco Cero”?
      Todavía está pendiente. Lorena, supongo que ya  sabrás, estuvo ausente parte del verano, por problemas de salud. Fue precisamente el día de tu huida cuando  tuvo el ictus−Anne me miraba y asentía, estaba al tanto−. Se ha recuperado muy rápido pero justo me convocó para el 1 de noviembre, que es mañana, y nosotros ya teníamos el viaje preparado. Espero que sea pronto. Me siento ilusionada. ¿No se celebran 50 misiones todos los días! Ya te contaré −me detuve para consultarle−. Bueno, si ya estás disponible otra vez.
         Por supuesto, en esta nueva vida tienes un hueco, ahora como amiga.
        Eso quiere decir que la vuelta a la Agencia no te la planteas…
        Para mí es una etapa terminada –fue una afirmación rotunda que quiso aclarar−.  Ese trajín no formará ya parte de mi vida. He disfrutado mucho, me he implicado en cada misión viviendo un gran compromiso, aunque aparentemente su contenido fuera de poca importancia, como ya sabes que son muchas de ellas. Lo que afecta a un ser humano, por pequeño que sea,  a mí me moviliza… pero después de lo vivido  algo ha cambiado en mi interior, estoy segura que encontraré otra forma de ofrecer mi ayuda.
        ¡Cómo me gusta esta nueva Anne! – exclamé a la par que me levantaba para abrazarla.

       


     Con el corazón reconfortado volvimos a San Sebastián de la Gomera. Se nos había hecho tarde y sabíamos que la niebla nos esperaría en lo alto del parque. Así fue, a la salida de un túnel nos envolvió como una especie gasa tupida, lo que le  dio pie a José Carlos, para una reflexión en voz alta:

 ¡Qué  bonito es encontrarse con el sol, más allá de la niebla,  aunque  nos sorprenda y obligue a quitarnos la chaqueta! ¡Anne está estupenda sin ella!       


                        Terminado en  Teruel el  19 de mayo de 2020



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