Me dispongo a iniciar el
relato de una nueva misión que tuvo lugar hace ya unos años. Fue al finalizar el
curso escolar de 1990/1991, el último de los cinco que pasé, en el CRA “Alto
Jiloca”.
Tristes guerras
si no es amor la empresa
Tristes, tristes
Tristes armas
si no son las palabras
Tristes, tristes
Tristes hombres
si no mueren de amores
Tristes, tristes
Miguel Hernández
Faltaban tres días para dar
las vacaciones. Estaba en el despacho, en Torremocha de Jiloca. Durante ese
curso era la directora y pasaba allí bastantes horas. Sonó el teléfono.
̶ ¿Dígame? ̶ dije con tono
alegre.
̶ Carmen, querida. Tienes una
nueva misión ̶ escuché la voz de mi jefa que sin dejarme hablar continuó ̶ .
Espera, no digas nada, que nos conocemos. Ya sé, que hasta el 30 de junio no
acaba el curso escolar para los maestros, pero esta vez no tendrás que viajar.
̶ Buenos días, jefa. Tan
cortés como siempre. Yo estoy bien, aunque muy liada en este final de curso. Y
tú, ¿cómo estás?
̶ No entraré al trapo ̶
aseguró en tono firme ̶ te explicaré ahora de manera breve tu misión, pero ya
sabes que recibirás más instrucciones por correo, como siempre. Seguramente
mañana o pasado llegarán a tu casa. Verás, tenemos que encontrar algo, que no
sabemos lo que es, y que sospechamos, pudiera encontrarse en Peracense, más en
concreto en su castillo. Es imprescindible para salvar el honor de...cierta
familia.
̶ ¡Vaya, lo has conseguido!
¡Ya estoy intrigada! ̶ exclamé.
̶ Me alegro por ti. Espero que
no te lleve mucho tiempo y que puedas irte enseguida de vacaciones. Si todo
sale bien, te prometo no incordiarte en todo el verano ̶ y colgó sin despedirse
Saqué el calendario e hice mis
cálculos. Estábamos a 18 de junio, el viernes los chicos terminaban y ese fin
de semana tenía un compromiso. Podía empezar el lunes. Por las mañanas trabajaría
en la escuela y por las tardes en la investigación.
Casualmente, la escuela de
Peracense se quedaba con una sola alumna y cerraba ese curso. Como directora
tenía que quedarme hasta el 2 de julio, día en que vendría la inspectora, a
certificar el cierre definitivo. Había quedado con Casandra, la tutora del
aula, para ir empaquetando el material.
“Perfecto”, pensé, “ni hecho a posta”.
El miércoles 19 subí a Peracense,
era un día especial porque tenía mi última clase como maestra itinerante de
inglés. Cuando llegué supe que los chicos habían preparado una sorpresa para
los profes: subir a comer al castillo… Fue un día precioso, aunque tengo que
reconocer que, en mi caso, estuvo empañado por mi futura misión. Mis ojos
miraban cada piedra, cada rincón, con ojos de espía. Hasta Pedro, el profesor
de Educación Física se dio cuenta.
̶ Venga, chica, anímate por
los muchachos. Quién sabe, igual en unos años se vuelve a abrir la escuela
̶ me dijo en voz baja.
Después de comer y juguetear
por la hierba del recinto inferior tocaba ascender hasta lo más alto. Entonces
el castillo no había sido restaurado, por lo que era un poco más difícil que
ahora llegar arriba. Para el tramo final echamos manos de una escalera que
medio escondida, guardaban los del pueblo.
Desde allá arriba me asomé
hacia el valle del Jiloca y al rozar la piedra sentí una especie de latigazo
que me hizo dar un pequeño grito.
̶ ¿Qué has visto? ̶ preguntó
Casandra.
̶ La verdad, no lo sé. Ha sido
extraño. Como si alguien me rozara desde muy lejos y me diera una descarga.
Los ojos de mi compañera eran
cálidos cuando, sin decir nada, me miraron. Me gustaba su talante, abierto y
respetuoso. A cualquier otra persona no habría podido decirle aquello, pero a
ella sí.
A la tarde, bajamos al pueblo
por la misma senda que habíamos ascendido. Fuimos a la escuela y estuvimos un
rato hablando con los chicos. Recordando algunas situaciones divertidas y
curiosas, de aquel tiempo que habíamos pasado juntos. Como el día que nos
visitó una inspectora, y cuando Pilar, la peque de 4 años, la saludó en inglés,
ella se la quedó mirando con cierta severidad y dijo:
̶ A ver niña, lee un poco en español que yo te
vea, no sea que con tanta modernidad se hayan olvidado de enseñarte lo
importante.
Nadie dijimos ni palabra, pero
Pilar demostró que sabía leer y que ella había hecho el ridículo.
Joel se metió con Nacho:
̶ Pues anda que éste, menudo
susto que nos dio. Sobre todo a mí que la sangre no me entusiasma. ¿Te acuerdas
del día que te cortaste el labio en clase con las tijeras?
̶ ¡Cómo no! A mi madre casi le
da algo cuando me vio aparecer en casa.
Recordar con otros es siempre
un bonito ejercicio, donde cada uno aporta a los demás aquello que para él o
ella fue relevante. Nos permite conocernos y reconocernos como grupo.
Atardecía cuando languideció
la cháchara. Salimos en silencio, cerrando la puerta de la escuela, con una
sonrisa melancólica en nuestras caras.
El lunes llegó más tarde de lo
previsto y se convirtió en martes. Fue una tradición del alumnado de Torremocha
de Jiloca la que me impidió subir el primer día semana. Era 24 de junio, San Juan, día en que los maestros
de ese pueblo éramos honrados con una enramada en la escuela acompañada de
sorpresas. Más sorpresas.
Concha, la tutora y yo
llegamos a la vez. La puerta de la escuela estaba preciosa y dentro esperaban los
niños, con caras emocionadas, para felicitarnos por el trabajo del curso. En
seguida llegó Pedro y el jolgorio aumentó. Entre risas y almuerzo se nos fue
media mañana. En el despacho nadie había hecho el trabajo, por lo que tuve que
pasar la tarde terminando las tareas.
El martes, subí a Peracense a
media mañana. El día estaba precioso con un cielo azul intenso y una temperatura deliciosa.
Siempre me había gustado hacer ese camino. Dejar atrás el valle y adentrarme
entre las carrascas por las que discurre la carretera. La escasa circulación me
hacía sentir dueña del paisaje y me permitía admirar bandadas de pájaros,
conejos, …
Cuando llegué, Casandra estaba
en la escuela empaquetando libros. Habían acudido las chicas mayores para
ayudar y la tarea se nos hizo más suave. Yo tocaba cada objeto con suavidad,
antes de meterlo en la caja, sabiendo que acariciaba años de historia escolar
en ese pueblo; agradeciendo el servicio que habían hecho a la educación de un
montón de niñas y niños.
Poco antes de las dos, las
chicas se fueron y nosotras pasamos a la casa de mi compañera que se encontraba
justo enfrente. Yo había subido unas buenas albóndigas en salsa de almendras y
ella había preparado judías verdes salteadas. Comimos casi en silencio,
comentando, solo de puntillas, la suerte que habíamos tenido de coincidir
juntas. Al terminar le propuse:
̶ Por cierto, dentro de un rato quiero ir al
castillo, si te apetece acompañarme…
̶ Uy si, encantada. Hemos avanzado mucho. Yo
creo que antes del viernes quedará todo listo.
Tomamos la senda sobre las
cinco y enseguida alcanzamos la entrada de la fortaleza. Yo quise recorrer el
recinto inferior por completo, bien pegada a la muralla, mientras que Casandra,
a su aire, iba y venía. Hice lo mismo con el recinto intermedio. Buscaba algún
hueco, alguna señal que me acercara a mi objetivo. Finalmente, después de una
hora subí al recinto superior.
̶ Te he estado observando,
Carmen…
̶ Ya, y te parece que tengo un
comportamiento… algo extraño, ¿verdad?
̶ ¡Y tanto! No me parecías ni
tú misma. Te movías tan despacio…como absorbida por algo.
̶ Bueno, algo ya me conoces. Me
gusta mostrar el respeto que vivo por los lugares históricos. ¡Se han vivido
aquí multitud de vidas de las que nunca sabremos nada!
No sé si la convencí pero, lo
cierto es, que yo no di con nada que pudiera ser de interés para mi caso.
El miércoles subí directamente
a Peracense sin pasar por la escuela de Torremocha. Habíamos quedado en avanzar
todo lo posible, para así, poder bajarme yo algunas cajas, esa misma tarde.
Cuando llegué a la puerta de la escuela ya estaba la chavalería esperando,
todos, los chicos y las chicas. Sonreí y exclamé:
̶ ¡Uy qué bien! ¡Con tantas
manos seguro que terminamos! ¿Y Casandra?
̶ No sabemos, ¿la llamo? ̶ dijo
Joel, siempre dispuesto a ayudar.
̶ Claro, anda, no se le hayan
pegado las sábanas.
Tras él se fue corriendo Nacho
y en unos segundos dieron la vuelta a la casa.
̶ ¡No contesta! ̶ nos gritaron ̶ ¡Igual no está!
Nos dirigimos todos hacia allí,
sin habernos puesto de acuerdo.
̶ ¡Casandraaaaa! ̶ exclamaron
todos a una.
Entonces la vimos, bajaba por
la senda del castillo, con la cámara de fotos colgada.
̶ Menudo susto nos has dado ̶
le dijo Paula, una de las chicas mayores, que tenía un cierto instinto de
cuidadora y una expresión dulce en la cara.
̶ Jo, lo siento muchísimo,
chicos, esperaba llegar a tiempo pero me he quedado hipnotizada entre las
rocas. Hoy hay una luz espléndida, ya me conocéis ̶ dijo señalando su máquina ̶ . Además,
confiaba en la puntualidad de Carmen. ¡Venga, venga! ̶ nos animó ̶ ¡Vamos al tajo!
̶ Yo ayudo, si esta tarde nos
vamos de excursión a la Tocona ̶ propuso Pilar.
Todos nos apuntamos al plan de
la peque y entramos con mucho ánimo a la escuela. La mañana se nos pasó en un
suspiro y sobre la una y media nos quedamos solas. Yo me dirigí al montón de
libros viejos que habían destajado las mayores, para revisar si se podía salvar
alguno. Siempre me ha gustado limpiar las escuelas, de cachivaches viejos e
innecesarios. Pero los libros…son algo tan valioso para mí, que me gusta
repasarlos más de una vez y de dos, para estar bien segura de lo que se salva pero,
sobre todo, de lo que no se salva. Los libros representan a muchas personas
además del autor o autora. A veces, me gusta imaginármelas cuando los toco y
ponerlas en hilera en mi cabeza, para agradecerles su trabajo. En eso estaba,
precisamente, cuando mi compañera me llamó.
̶ ¡Carmen, mira esto! ¡No me
lo puedo creer! ¡Está escrito en aragonés antiguo!
Me giré emocionada y todo mi
cuerpo tembló. Lo tomé en mis manos, lo abrí por el principio y lo leí varias veces, hasta que Casandra me zarandeó levemente
mientras me preguntaba:
̶ ¿Qué te pasa? Estás
temblando.
Me sentía tan conmocionada que
no sabía que decir. En mi interior resonaban, una y otra vez, aquellas primeras
palabras que había conseguido distinguir, “Isabel Fernández de Aragón” y la
fecha, “1363”. Tras hacer tres respiraciones profundas
pude musitar:
̶ Un diario…un diario…es un
diario.
Casandra, que había salido, regresó
del baño con un vaso de agua que me tomé sorbo a sorbo.
̶ Vaya, y yo que pensaba que
era la única aficionada a estas antiguallas, pero ya veo que a ti te
impresionan, aún más que a mí . Supongo que has visto la fecha de lo que parece…
un diario.
Y dicho esto, salió al porche y
comenzó a pegar gritos y saltos de alegría. Su reacción provocó la mía yendo
tras ella.
̶ Pero chica, ¿te puedes
callar? Van a pensar que te has vuelto loca.
̶ Pues anda que si te hubieran
visto a ti hace un momento…
Aquel día habíamos quedado a
comer en Santa Eulalia con las compañeras de Alba en el restaurante de Las Picotas
así que entramos de nuevo, cogimos el libro, lo envolvimos bien y nos fuimos a
comer con él en mi coche. A las dos nos
habría encantado quedarnos a explorarlo pero no queríamos preocupar a nadie,
por entonces no existían los móviles…
Hasta Almohaja no fuimos
capaces de hablar. Comencé yo tanteando.
̶ ¿Qué piensas?
̶ Que hemos hecho un hallazgo
relevante; aunque, hasta que no lo leamos, no sabremos el alcance.
̶ Por lo que he ojeado, para
mí no será fácil la lectura. Tú has dicho que era aragonés antiguo, ¿cómo lo
sabes?
̶ Hay cosas de mí que
desconoces. Como que antes de estudiar Magisterio me licencié en Historia. Soy
medievalista y me interesé especialmente por el siglo XIV en Aragón, incluso,
por el aragonés literario de la época. Te aseguro que yo puedo leerlo.
̶ ¡No me lo puedo creer! Y
entonces, ¿por qué maestra? Podrías dar clases en bachillerato o la
Universidad.
̶ Uy quita, quita. A mí me
gustan los niños. Lo que pasa es que en mi familia decían, que con la cabeza
que tenía, era un desperdicio hacer una carrera corta. Al final ya ves, la
cabra tira al monte. Un día me planté y les dije que solo tenía una vida y
quería vivirla a mi manera. Se enfadaron mucho, y más aún, cuando aprobé las
oposiciones. Ya ves, no han venido a verme en todo el curso ni mis padres ni
mis hermanas. Dicen que no tienen tiempo, pero yo creo que lo que tienen es
mucha rabia.
̶ Me dejas sorprendida. Y tú, ¿cómo
lo llevas?
̶ Aún me duele, pero ya lo he
aceptado. Mi familia es así, no es mi culpa, ni la suya. Ojalá algún día, ellos
también lo asuman y puedan alegrarse conmigo. Me siento tan satisfecha con lo
que hago y muy contenta cuando veo a mis niños aprender ilusionados.
̶ Perdona que cambie de tema
pero… estamos llegando y debemos ponernos de acuerdo sobre nuestro hallazgo.
Yo, de momento, pienso que mejor no decimos nada a M Jesús y M Ángeles. La
verdad es… que las dos son bastante discretas pero… tiempo habrá de compartirlo
con ellas.
̶ Estoy contigo. Cuanto menos
revuelo se monte mejor, más tranquilas lo analizaremos.
Tuvimos una sobremesa corta y
volvimos al pueblo, tras pasar por mi casa en Torremocha, para recoger mi
máquina de escribir. Además, nuestras compañeras andaban con prisa por volver a
Teruel y nosotras por retomar el diario.
Los chicos nos esperaban en la
puerta de la escuela para una excursión que habíamos olvidado por completo. Nos
disculpamos lo mejor que supimos:
̶ Lo sentimos. Nos ha surgido
un trabajo extra y no podremos acompañaros. Debemos tener preparado un informe
para el cierre de la escuela que no preveíamos y vamos a dedicarle la tarde ̶
mentí.
̶ Disfrutad por nosotras y
atentos a aquellas nubes. Si las veis crecer volved rápido, no sea que os coja
una tormenta. Ah… y avisad a vuestros padres de que no os acompañamos ̶ les
aconsejó su tutora.
Con frustración en el
rostro, tras comunicarlo en las dos casas más cercanas, cogieron sus bolsas y salieron
pueblo abajo, para tomar el camino a la gran carrasca milenaria de los Tocones,
un ejemplar magnífico de 11 metros de altura y más de 1.200 años.
Nosotras entramos en la casa
de la maestra y nos preparamos, para comenzar la lectura.
Mientras Casandra comenzaba a
leer en silencio, yo pensaba, si podía confiar en ella. Desde luego no me
quedaba otra. Dependía de sus conocimientos para comprender el contenido del diario. “Mañana
hablaré con mi jefa”, pensé y veremos que se puede hacer. En esto estaba cuando
la escuché decirme:
̶ Ya tenemos el primer texto. Sí, es una especie de diario, solo
que no pone la fecha del día en que escribe. ¡Venga, en marcha! Teclea.
Soy Doña Isabel , hija de Don Germán Fernández de
Aragón y hermana gemela de Doña Inés. Inicio este diario en enero del año
1363 tras llegar ayer a este lugar
acompañando a nuestro padre, nombrado alcaide del castillo, por Pedro IV de
Aragón, de sobrenombre el Ceremonioso.
Nada me hace pensar que aquí seremos felices aunque
he de reconocer la belleza y majestuosidad del lugar. Hace ya dos años que
madre murió y desde entonces estamos al cuidado de Esther, ella hace de aya y
de criada. Es una mujer cariñosa y firme, a partes iguales, es decir, que no
nos deja pasar ni una pero aún así consigue que la estimemos.
Inés ha salido “a reconocer los alrededores”, según
me ha dicho. Ella es mujer de acción, en cambio, a mí me gusta más la
tranquilidad. Viajo a través de las lecturas y de mi imaginación, aunque,
también doy largos paseos, siempre y cuando, tenga la garantía de no sufrir
muchas sorpresas.
Nuestro padre hoy tiene “un día muy complicado”
porque debe reconocer el lugar y a las personas que en él viven.
No sé cuanto tiempo permaneceremos aquí, con
suerte, no más de un año.
Nos quedamos en silencio, las
dos. Yo sentía cierto pudor de adentrarme en la intimidad de aquella joven.
̶ Es increíble, Carmen.
Estamos leyendo un diario que se escribió en plena Guerra de los Pedros. Y por
cierto, se inicia en un año que tuvo una gran trascendencia para Teruel, en
dicha contienda.
̶ Pues yo tengo ganas de
continuar para saber si fue feliz, o no,
esa tal Isabel ̶ disimulé, ya que lo que a mí me interesaba
era otra cosa.
̶ Entonces seguimos.
Anoche, Inés se volvió a escapar. Esperó a que
padre fuera a reunirse con ese caballero tan raro que ha aparecido tras nuestra
llegada. No me gusta su mirada, es huidiza, como si sospechara de todo el mundo. Pero padre
parece no darse cuenta y que le voy a decir yo, una niña de 12 años. La verdad
es que no me atrevo. Él no es como madre, nunca tiene tiempo para nosotras, por
eso ni se entera de las andanzas de mi hermana en los bosques cercanos. Por la
noche, a mí, me dan algo de miedo sus
andanzas. La vi coger el arco y las flechas, abrigarse bien, taparse la cara
con la capucha y bajar como un rayo desde la torre, al primer patio. Luego, la
perdí de vista. Por eso me subí a la parte más alta del castillo. La luna llena
lucía blanca y redonda . He observado de nuevo, que salía casi a la vez,
que se escondía el sol. Se repite en cada ciclo. Es curioso. Me gustaría que
viniera a visitarnos mi tío Álvaro porque con él puedo hablar de estas cosas.
¡Siempre aprendo algo nuevo!
La luna iluminaba el valle que se extiende a lo
lejos. A los pies del castillo se veían perfectamente los restos blancos de la
última nevada y la aldea. Ay Inés, con este frío... Seguro que volverá con algo
entre las manos. Si alguien la ve salir quizá piense que va en busca de una
pieza de caza. Se equivocaría, ella nunca mataría a un animal, nunca. Los ama
con locura. Y a los árboles, a las plantas,…todo lo que se puede tocar, oler,
palpar y sentir lleno de vida… Yo en cambio soy más de mirar a las personas y a
los cielos.
̶ ¡Me encanta esta chica! ̶
exclamé ̶ . Buena observadora. ¿Y su hermana? También me gusta, atrevida,
valiente y amante de la naturaleza. Yo creo que recoge animalitos con
problemas, igual que tú. Porque supongo que eso era lo que habías ido a hacer
esta mañana.
̶ Vaya, no se te escapa una. Sí,
estoy alimentando unas crías que se han quedado sin madre. Prefiero hacerlo en
su hábitat. Y cuanto menos les diga a los chicos mejor ̶ y continuó ̶ ¿Te has
dado cuenta? Ya ha salido el primer posible espía.
̶ ¿Ah, sí? ¿Tú crees? ¿Y habrá
más?
̶ En el diario no lo sé, pero
allí… y en aquel momento… seguro. Espías y barruntadores tenían mucho trabajo en aquel tiempo. Por
cierto, no sé si sabrás, que ésta guerra formó parte de otra mucho más grande,
la Guerra de los Cien Años. Los castellanos iban con Inglaterra y los
aragoneses con Francia.
̶ Vaya, pues sí que se lio. Venga sigamos a ver que nos descubre Isabel.
La guerra se está complicando. Nuestro padre apenas
tiene tiempo para cenar con nosotras. Los pocos momentos en que nos vemos ni
siquiera nos mira. Su gesto se ha hecho más serio y la arruga que tenía en el
entrecejo es ahora más profunda. “Ese hombre”, el que le visita, parece residir
ahora en el castillo. Los soldados están inquietos, pero yo sueño con que llegue
la noche y que el cielo esté despejado. Hoy hay luna nueva y ninguna nube se ha
asomado al cielo. Hoy tendré espectáculo y hasta puede que Inés me acompañe,
porque con tan poca luz, es más difícil caminar por el monte.
̶ Tremenda, Inés. ¿Cómo haría
para escaparse sin ser vista? ̶ me pregunté.
̶ Pues no creo que se fuera a
caballo. Posiblemente utilizaría la abertura que hay junto al aljibe principal,
si estaba así en aquel momento, claro. ̶ apuntó Casandra.
̶ Mira se está cubriendo el
cielo, tiene pinta de que va a tronar.
̶ Esperemos que los chicos se
den cuenta y se pongan en camino.
Enrique de Trastámara es el nombre que he
escuchado. “Ese hombre” dice ser uno de los suyos. Cuando se lo he contado a
Esther ha pegado un grito y sus ojos se
han llenado de horror. Tengo que investigar lo que aquí pasa. Pero, ahora
necesito hablar de otra cosa. Ayer bajé al pueblo con Inés. Fuimos a por
huevos. Desde hace un par de días el tiempo se ha suavizado y la nieve casi ha
desaparecido. Cuando volvíamos, al pasar por el abrevadero, lo he visto. Estaba
dando de beber a su caballo y se ha girado. Nuestras miradas se han encontrado,
y de pronto, en mi estómago han comenzado a volar cientos de luciérnagas. Hasta
tal punto lo percibía, que me he llevado las manos encima, para que nadie
pudiera verlas. Inés ha tenido que tirar de mí para obligarme a seguirla y me
ha dicho que se llamaba Armando.
̶ ¡Ay qué bonito Carmen! Una
historia de amor en nuestro castillo. ¿No me digas que no te gusta? ̶ exclamó mi compañera.
̶ Claro que me gusta, chica,
pero sigamos para ver si llegan a algo ̶ dije apresuradamente, aunque a mí, esa
historia me importaba bien poco. Eran otros detalles los que me hacían sentir
ganas de avanzar: el nombre de Enrique y la reacción de Esther. Comenzaban a
salir elementos interesantes para mi investigación ̶ .
̶ Vale, vale, continúo
leyendo.
Esta mañana he visto a mi aya hablando con el soldado
de siempre. No es su novio, aunque ella lo afirme. No podía oírlos pero sus gestos
eran algo bruscos y transmitían incertidumbre más que amor. Me he ido acercando
sin ser vista. Les preocupa “ese hombre.” Decían que era un espía, pero no de
Enrique, sino de Pedro I de Castilla, al que llaman el Cruel. Está engañando a
mi padre y sacándole información. Siempre fue algo inocente, ya lo decía madre.
Al parecer, Esther es una especie de espía al igual que su amigo. Estoy
empezando a asustarme. Tengo que hablar con Inés, ponerla al día y decidir
juntas como actuar.
̶ Esta chica no tiene
desperdicio. Es todo ojos y oídos. Al final nos vamos a enterar de lo que no
pensábamos ̶ comenté.
̶ ¿Hueles la tormenta? ̶ me
preguntó Casandra, que parecía que no me había escuchado ̶ No estoy tranquila.
Deberíamos mirar si han vuelto. Los padres de Pilar estaban al tanto de que
iban solos, ¿verdad?
̶ No te agobies, son chicos de
pueblo, están acostumbrados a ir y venir por el campo sin adultos. Esto no es Zaragoza.
̶ Qué no, te digo. Yo me voy a
ver.
Salí corriendo tras ella, a regañadientes,
porque no me quedaba otra opción y cerré la puerta de golpe.
Cuando giré la esquina de la
escuela mi compañera ya estaba en la puerta de Pilar hablando con su madre. Los
chicos no habían regresado todavía.
̶ No os preocupéis, que
enseguida los tendremos de vuelta. Todo el verano se van a pegar a su aire, así
que tranquila ̶ le decía la madre, sin el menor asomo de preocupación.
En aquel momento se escuchó el
primer trueno, que fuerte y seco, retumbó sobre nuestras cabezas. Ese sonido me
hizo reaccionar a mí que aún estaba con la mente en el diario.
̶ ¡Venga, cogemos mi coche que
lo tengo a la vuelta! ̶ exclamé.
En unos minutos estábamos ante
el peirón que iniciaba el camino a la Tocona y los vimos venir corriendo,
mientras comenzaban a caer las primeras gotas. Se amontonaron los seis, en el
asiento de atrás, y los fuimos dejando de uno en uno en sus casas.
̶ ¿Habrás cogido la llave de
tu casa? ̶ pregunté ̶ porque yo he cerrado de golpe.
Aunque la había olvidado, era
una chica previsora. Tenía una copia, siempre bien escondida, que nos permitió
entrar en la casa sin problema. Yo me fui directa al pequeño salón y ella a la
cocina, a preparar una infusión de menta.
Tuve que mirar varias veces a
la mesa donde habíamos dejado el diario. Junto a la máquina de escribir no
estaba. Miré a la ventana, abierta por supuesto, y justo encima de la mesa.
Vaya que cualquiera que pasara solo tenía que alargar la mano para cogerlo.
Aunque bien pensado, poca gente habría pasado por allí en tan poco rato. Yo le
calculaba 25 minutos, más o menos. Me quedé bloqueada. No grité, no me moví,
nada. Solo miraba a la ventana, una y otra vez, como esperando que igual que se
había ido volviera. Al fin pude hablar, en un tono medianamente audible desde
la cocina:
̶ Se lo han llevado, no está.
En ese momento venía la menta
precedida de su maravilloso olor fresco y picante.
̶ ¿Qué dices?
̶ Que nos han robado el
diario.
Sus ojos se posaron sobre la
mesa, luego me interrogaron y a punto estuvo de caérsele la infusión de tanta ida y venida entre uno y otro punto.
̶ ¡Ostras! Nos hemos dejado la
ventana abierta. ¡Vaya par que estamos hechas! A nosotras para espías, no nos
contratan.
Un relámpago iluminó la calle
y yo creí ver una figura que se agazapaba en la esquina de enfrente. De
repente, recobré la calma. Fui capaz de ahogar un grito, que se quedó escondido
en mi garganta, y actué como si nada hubiera visto. Estaba segura de que era el
ladrón y no era cuestión de alertarlo.
̶ Vamos a la cocina ̶ dije ̶
y dejamos la menta que repose.
Una vez en ella, le comenté lo
que había visto. Le pedí que volviera al salón y me hablara como si continuara
allí mientras yo salía, por la parte trasera al jardín, para saltar a la rambla
y rodeando algunas casas, llegar al lugar en el que se encontraba quien, a buen
seguro, nos había robado.
En efecto, allí estaba, tras
la esquina, con el cuello estirado mirando hacía la casa de la maestra. En la
mano derecha llevaba algo y la otra la tenía metida en el pantalón. Conforme me
acercaba a él, me iba llegando un fuerte olor a… a oveja. Ser de pueblo tiene
sus ventajas, reconoces sabores y olores que la gente de ciudad no distingue.
Ya sabía pues quien era, Eulogio, el pastor.”Y, ¿para qué querría él nuestro
diario”, pensé. Entonces recordé que le
precedía la fama de tener las manos
ligeras, con ansias de lo ajeno. Nada serio, pequeños hurtos de objetos nimios
pero, que para él tenían un gran atractivo.
̶ Si me oyes gritar, sales a
ayudarme ̶ le había pedido a Casandra antes de marcharme.
Con mucho sigilo me acerqué a
su espalda. Seguía atento a la ventana. Con el cuchillo que había cogido, el de
punta más roma, le di en la espalda a la par que le advertía:
̶ No te muevas, no quiero
hacerte daño. Tu me das el libro y nadie sabrá de esto en el pueblo.
En un primer momento se quedó
muy quieto, asustado, aunque enseguida reaccionó intentando zafarse. Yo sabía
que era más rápido que yo, así que, le había agarrado el zurrón con la mano
izquierda. En ese momento grité con todas mis fuerzas:
̶ ¡Socorro! ̶ y dirigiéndome a
él murmuré ̶ Serás imbécil, al final se va a enterar todo el pueblo.
Como Casandra salió por
delante, casi se da de bruces contra ella que también venía pertrechada con
otra poderosa arma, las tijeras de cortar las uñas. Pero, entre mi tirón para
atrás y la zancadilla que le puso ella, conseguimos que se cayera al suelo y
con un pequeño forcejeo le quitamos el diario.
̶ Eulogio, tienes que dejar ya
esa manía tuya ̶ le dijo Casandra ̶ no te das cuenta que al final vas a tener
problemas.
̶ Es que esto no lo he hecho
yo, bueno sí, pero no quería. Ha sido un encargo de “ese hombre” que lleva
varios días en la fonda.
Aquello si que no lo
esperábamos. Eulogio podía ser cleptómano pero no mentía, su inocencia era
evidente. La persona a la que se refería llevaba algo más de una semana en el
pueblo. Habíamos hablado con él una mañana, mientras los niños jugaban en el
recreo. Se acercó a nosotras y nos contó que procedía de allí, aunque que no le
quedaba familia. Había venido a “conocer la tierra donde vivieran sus
antepasados”, según decía, de manera algo pomposa. Curioso. Y había encargado a
Eulogio robarnos el diario. ¿Cómo sabía de su existencia? ¿Y para qué lo
querría? No era la primera vez que en una misión me encontraba con alguien que
seguía mis mismos pasos. Me había topado con un segundo misterio…
Era ya de noche y estábamos los tres de pie así que yo reaccioné:
̶ Venga, vamos dentro y hablamos, sentados y con calma.
Eulogio se me quedó mirando con ojos de pregunta.
̶ Sí, tú también, va. Tienes mucho que explicarnos.
Una vez en la casa retomamos la infusión y nos dedicamos a aleccionar al pastor sobre como debía actuar. Él, a su vez, nos contó que el hombre en cuestión se había tenido que marchar a Teruel a media tarde y que volvería al día siguiente. No conocía su nombre, ni su procedencia, ni le importaba. Tras una hora de charla quedamos más o menos convencidas de haberlo ganado para nuestra causa.
̶ Quédate a dormir, Carmen. Se ha hecho tarde, cenamos algo y continuamos la lectura ̶ propuso Casandra al marcharse el pastor.
̶ Uf, no, gracias. Me gustaría mucho continuar pero… mañana tengo bastante faena en Torremocha y prefiero no atrasarme, la memoria hay que remitirla cuanto antes. Mejor me bajo ya, duermo en mi camica…y mañana ya estoy allí. Por la tarde nos vemos. Ve tú avanzando.
Lo cierto es que yo quería hablar con mi jefa por la mañana temprano para ponerla al día de las novedades. Madrugué, no me importó, siempre he sido más alondra que búho. A las 8 estaba en la escuela. Puse el contador de pasos del teléfono y anoté el número en la libreta que los maestros usábamos, para luego pagar religiosamente nuestras llamadas particulares. No tuve que esperar mucho, al segundo tono escuché el “dígame” severo y cristalino al que ya estaba habituada. Yo en cambio hablé de un modo atropellado y errático hasta que ella me paro.
̶ Empieza desde el principio, haz pausas, respira…
Al terminar mi amplio resumen, que escuchó sin interrumpirme, ni una sola vez dijo:
̶ Buen trabajo, Carmen. Creo que deberíamos reclutar a Casandra para nuestra organización. Mándame un informe urgente, con todo lo que sepas y puedas averiguar de ella. Si es ahora mismo, mejor que esta tarde. NO me vengas con mandangas de que tienes muchos papeles por cumplimentar. Respecto a “ese hombre” haré unas llamadas y en cuanto pueda te hago saber.
̶ Pero… ̶ fue lo único que pude decir antes de oír como colgaba el teléfono.
Sinceramente, no sé como la aguanto. Bueno, sí, porque no me queda otro remedio. O ella, o lo dejo.
Menos mal que había venido pronto. Tecleé todo lo que sabía de mi compañera, lo metí en un sobre y lo llevé al buzón. Cuando volví Pedro y Concha acababan de llegar, por tanto comenzaría mi jornada a tiempo.
La mañana caminaba rápida y mi trabajo también. Aunque no había dormido lo suficiente, me encontraba despejada y activa. A la hora del café, mi compañero comentó:
̶ Hoy, en Las Picotas, tiene arroz al horno. Y, aunque no está el día para algo tan contundente, yo no me lo pierdo.
̶ ¿Qué dices? Pues yo tampoco ̶ dije apuntándome a la lifara.
̶ Y yo ̶ se sumó Concha y preguntó ̶ . ¿Sabes si irán las de Alba?
̶ Sí, se quedan esta tarde a terminar de recoger.
En ese momento sonó el teléfono. Lo levante temiendo que fuera mi jefa. Disimular se me da bastante mal. Hubo suerte. Era mi madre. Con tanto lío se me había olvidado que al día siguiente… ¡era mi cumpleaños! Como siempre, desde que trabajaba de maestra, venían a comer conmigo allí donde estuviera. Quería saber cuántos seríamos, para ir a la carnicería a por el ternasco. Calculé por encima alrededor de 10 personas, quizá alguna más, pero con mi madre no había problema, ella suele comprar el doble de lo necesario. Por si acaso, dice.
El arroz estaba espectacular, jugoso, sabroso… y como siempre la charla agradable y distendida. Con el estómago demasiado lleno, cogí el coche y me encaminé a Peracense. Mis compañeros se quedaron tomando el café y sorprendidos por mi urgencia.
Tuve que llamar al menos cinco veces antes de que Casandra me escuchara. Aquel día, había echado la siesta, porque apenas había dormido unas horas.
̶ La historia se ha puesto muy interesante, Carmen. Ahora te cuento, ̶ dijo nada más abrir la puerta y añadió ̶ pero tú… que cara traes, anda pasa que voy a preparar un buen café.
Nos sentamos en el salón, ella llena de entusiasmo y yo manteniendo el tipo, gracias a la infusión y la curiosidad.
Inés está con su caballo. Quizá yo debiera aprender a montar. No me gustan el cariz que están tomando los acontecimientos. Bueno, he de ser sincera conmigo misma, también es por Armando. Pienso en él a todas horas. ¡Cómo me gustaría verlo de nuevo! Mi hermana lo conoce porque se lo ha encontrado ya varias veces, al menos eso me ha dicho.
Hoy ha vuelto a nevar, un poco, lo suficiente como para retener a Inés en el castillo. He aprovechado la ocasión para contarle todo lo que he visto y sospecho. Ella me ha escuchado muy seria y por una vez en la vida no me ha interrumpido, ni una sola vez. Incluso, ha guardado unos minutos de silencio antes de hablar. ¡Ha reflexionado! Ella también piensa que nuestro padre está en peligro. Sin saberlo, está pasando información al enemigo y eso se paga caro en tiempos de guerra. Vamos a hablar con Sebastián, el soldado espía. No tenemos más salida que confiarnos a él para salvar el honor de nuestro padre y hacer patente nuestra fidelidad al rey de Aragón.
̶ En menudo fregado se van a meter estas chicas ̶ aseguré.
̶ Ya, pero no les queda otro remedio. Si el padre no se entera, ellas también pagarán las consecuencias.
̶ Es cierto, además, me da a mí que tienen agallas para emprender cualquier tarea.
̶ Escucha, escucha.
¡Ya sé montar a caballo! Mi hermana está siendo una buena y paciente conmigo. Eso me ha dado confianza. Ella está muy ilusionada con mis avances. He estado tan encenegada con el caballo que me he olvidado de escribir. Hemos hablado con Sebastián y Esther. Al principio se hicieron los locos pero finalmente tuvieron que escucharnos. Así que, nos hemos convertido en dos barruntadoras para la causa de Pedro IV. Y si hiciera falta salir corriendo, ambas podríamos hacerlo cabalgando. Esta parte de mi vida se va ordenando o desordenando, quien sabe. Pero sigo sin ver a Armando. Mañana saldré a cabalgar con Inés y veré si tengo suerte.
Dos diminutas lágrimas se escaparon de mis ojos y se resbalaron tímidamente hasta la hoja en que estaba tecleando. Es bien conocido que la falta de sueño rebaja las defensas y deja al descubierto nuestros sentimientos. Inés e Isabel eran de alguna manera de mi estirpe. Mejor dicho, era yo de la suya. Me conmovía sentir, tan cerca, a dos casi niñas, que habían vivido y actuado allí mismo, como yo lo hacía ahora, para salvar la honra de su descendencia.
Casandra, en su línea de discreción y respeto, no me dijo nada. Esperó a que yo me serenase para intervenir.
̶ Nos encontramos ante un regalo del destino, ¿verdad? A veces, la vida te gratifica ampliamente. Como ahora a nosotras. Y luego hay gente que te dice cosas tal que,“ no sé cómo aguantas en esos puebluchos” “debe ser superaburrido, ¿no?” “si allí no hay más que piedras y cabras”. ¡Qué sabrán!
̶ Me siento sobrecogida, sabes. Conocer a estas chicas es algo…especial. Si existieran los viajes en el tiempo…me iría a conocerlas en persona.
Hoy la mañana estaba fresca pero anunciaba algo más de bondad que los días anteriores. Me he despertado temprano y enseguida he bajado al recinto intermedio. Apenas había movimiento pero al acercarme a la grieta que hay junto al aljibe he escuchado susurros al otro lado. Mi corazón se ha puesto a galopar porque he reconocido la voz de “ese hombre”, el traidor. La otra , que apenas hablaba, no la conocía pero he deducido que era alguien que sacaba la información fuera. Al parecer Pedro I, el Cruel, está preparando algo gordo. No les interesa nuestro castillo, para ellos solo un lugar de paso, que esperan no les cree dificultades.
He vuelto corriendo a nuestros aposentos y he hablado con Sebastián que en ese momento salía del cuarto de armas. Juntos hemos llegado a la cocina, donde ya trajinaba Esther. He dejado en sus manos la información y he salido a cabalgar, ¡por primera vez sola! Enseguida, en mi pecho, ha crecido un enorme gozo. A pesar de los secretos, los miedos, la guerra…yo me sentía feliz. He cruzado el pueblo y tras él, ya a galope, he volado hacia el bosque de carrascas que baja al valle. Lo he visto desde lejos, debajo del árbol más grande. Había bajado de su caballo y miraba algo que tenía entre sus manos. Era Armando. No ha levantado la vista hasta que he estado muy cerca. Llevaba un cuaderno pequeño parecido al mío. Lo ha cerrado y me ha mirado sonriendo. Luego se ha acercado, a la vez que yo descabalgaba y le devolvía la sonrisa. Ha besado mi mano diciendo mi nombre y juro, que nunca lo había escuchado del modo en que él lo ha pronunciado. Hemos hablado un buen rato sobre nosotros pero también acerca de la guerra.
Cuando he regresado al castillo, me he dado cuenta que nunca me había sentido tan feliz.
Tras teclear la última palabra me puse a aplaudir como una posesa, otra consecuencia del sueño corto que arrastraba. Mi compañera, en cambio, tenía una sonrisa algo bobalicona, que en un rostro recién salido de la siesta hacía un efecto muy curioso. Fue ella quien propuso:
̶ ¿Y si nos vamos a dar una vuelta a la carrasca de los Tocones? No me extrañaría nada que fuese el mismo árbol donde se conocieron esos dos.
̶ ¿Cómo, y dejar esto ahora? Ni hablar, seguimos.
̶ ¡Venga, va! Luego seguimos. Sabes, es bueno dejar los dulces esperando. Se trata de disfrutar, no de atracarse.
̶ Si claro, como tú ya lo has leído…pero… me convence eso de aprender a esperar. Acepto, solo y cuando, vayamos en bicicleta. Tu coge la tuya, que yo se la voy a pedir a Paula.
Salimos ilusionadas como dos niñas que van en busca de tesoros. Eso sí, con la crema solar puesta y una gorra cada una. El camino, que es corto en coche, se nos hizo algo largo, sobre todo en las zonas de cuesta. Cuando ya estábamos cerca, nos sorprendió ver aparcado un coche junto al árbol y debajo un hombre, que poco a poco se nos fue desvelando como “ese hombre”. ¿Casualidad? Es posible, pero, también podría ser la “causa”, que nos había atraído hasta allí aquella tarde.
Le saludamos cortésmente, como buenas maestras que nada supiéramos de sus malas intenciones y confiando, en que Eulogio, realmente no se hubiera ido de la lengua.
̶ ¡Buenas tardes, señoritas! Parece que hemos tenido la misma idea.
̶ Vaya que sí. Un lugar con mucha historia, siempre atrae ̶ atiné a decir, a modo de inocente provocación.
̶ Bueno. Al fin y al cabo es solo un árbol, aunque viejo ̶ respondió.
̶ Un árbol, que ha sido testigo de diferentes avatares históricos, no en vano es uno de los más antiguos de Aragón.
Sin dejarle contestar Casandra metió cuña:
̶ Estos parajes, el pueblo, el castillo sobre todo, ha visto deslizarse por sus murallas hasta más de una guerra, por ejemplo, la de los Pedros.
Un silencio, apenas de segundos, lo dejó mudo antes de mentir de mala manera.
̶ Siempre fui malo en eso de la historia. Pero claro, ustedes son maestras… y de eso deben saber mucho más que yo.
Nos dimos cuenta que no sería fácil llevarlo a nuestro terreno y no insistimos para no delatarnos, cambiando de tema.
̶ ¿Piensa quedarse mucho tiempo por aquí?̶ pregunté.
̶ No creo, una semana más o menos. Me parece que ya les comenté que mi familia procede de este pueblo. Estoy intentando recabar alguna información acerca de ella, pero no me está resultando sencillo.
̶ ¿Ha probado a bajar a Teruel al Archivo?̶ inquirió Casandra
̶ Sí, estuve ayer, pero tampoco tuve suerte. Tened en cuenta que el primero de mis familiares se instaló aquí en el siglo XIV y el último partió … ̶ titubeó ̶ allá por el XVIII. Bien, yo ya me marcho. ¡Qué tengan buena tarde!
A la sombra de la carrasca se estaba francamente bien. Comentamos el encuentro y ambas estuvimos de acuerdo en que el XVIII era una cifra falsa. No había dudado por falta de memoria sino más bien porque no se quería ir de la lengua.
Una vez de vuelta, continuamos la lectura.
Hoy ha sido Inés la que ha madrugado. Me esperaba impaciente en la cocina junto a Esther. Urgía que alguien saliera del castillo y llegara hasta Daroca para dar a conocer a los nuestros las maniobras que había puesto en marcha el Cruel. Sebastián no podía salir, y además eran imprescindibles sus oídos entre la tropa.
En medio de un silencio largo y espeso, en el que nos sumimos las tres buscando una salida, me vino la imagen de Armando bajo el árbol. Él me había transmitido el día anterior sus ansias por unirse a la causa del rey de Aragón, era un buen jinete y conocía el terreno. Sin duda, era nuestro candidato.
Esther estuvo de acuerdo. Ella lo veía a menudo, por las tardes, en la ermita de la virgen, donde solía ir a rezar casi a diario.
El día se me ha hecho largo, y aunque suelo ser bastante paciente, hoy he estado algo ansiosa mirando el sol caminar por el cielo, esperando el milagro de que fuese algo más deprisa.
Inés me ha trenzado el cabello con mimo y yo he conseguido arreglar un poco el suyo antes de salir las tres hacia la Villeta. Armando rezaba de rodillas ante la imagen de María y nosotras hemos hecho lo mismo colocándonos tras él. Yo no podía rezar, solo sentir mi corazón que palpitaba con fuerza. Cuando se ha levantado y vuelto hacia nosotras su boca ha dibujado una sonrisa y con un gesto nos ha comunicado que nos esperaría a la puerta.
Afuera había refrescado bastante, así que no nos hemos dilatado en explicarle lo que sabíamos y lo que esperábamos de él. Me ha reconfortado que en ningún momento dudase de nosotras, la seriedad de su escucha y la determinación con que ha aceptado hacerse cargo de la tarea. Por suerte, al día siguiente debería partir en esa dirección para revisar algunos asuntos paternos, que le supondrían varias jornadas. Nadie pues sospecharía.
Hemos vuelto algo más tranquilas, sabiendo que, al menos la información llegaría. Al entrar al castillo, hemos pasado por las caballerizas buscando a Sebastián que suele acabar allí la tarde. Nuestras sonrisas le han comunicado la buena noticia. Creo que hoy todos dormiremos más tranquilos.
̶ ¡Jo, con lo interesante que está, hoy tampoco me puedo quedar hasta tarde!
̶ ¡No me digas! ¿Y qué tienes que hacer mañana pronto en Torremocha?
̶ ¡Cumplir años, chica! Vendrán mis padres con un montón de comida y lo tendré que dejar todo bien organizado antes de ir a la escuela. Por cierto, estás invitada a comer en la Virgen del Molino, en Santa Eulalia.
̶ ¿Aún te gusta cumplir años?
̶ Me encanta, además son solo…34.
La mañana del 27 de junio me desperté contenta y llena de energía. Mis padres, como siempre, llegaron pronto y con el coche a tope; sin embargo, a la hora de la comida, aunque éramos muchos, no fuimos capaces de acabar con todo, excepto con la tarta, que aunque enorme, estaba tan deliciosa que decidimos quedarnos de sobremesa hasta terminarla. Mi madre, excelente pastelera, se había esmerado con el postre y esa fue nuestra manera de agradecérselo.
Casandra se quedó la última para ayudarnos a recoger. Mis padres se marcharon a buena hora y yo le confirmé que me subiría con ella a Peracense a dormir ,ya que por la mañana, había terminado las tareas administrativas que me quedaban pendientes: un puñado de informes sobre el alumnado, para el profesorado que trabajaría el curso próximo en mi lugar. Menos mal que con tiempo había organizado bien el material que había ido utilizando, de tal modo, que si alguien lo quisiera retomar estaba suficientemente claro.
Nos subimos cuando el sol ya declinaba, pero antes de sentarnos con el diario dimos un pequeño paseo por el mismo pueblo.
̶ ¿Supongo que habrás visto la imagen de la Virgen de la Villeta en la iglesia? ̶ aseguré preguntando a mi compañera.
̶ Pues fíjate, hace solo un par de semanas que me acerqué por allí, porque vi la puerta abierta. Me quedé muy sorprendida. La talla del siglo XIII es realmente hermosa, aunque precisa de una buena restauración. Supongo que es la misma ante la que rezaba Armando y nuestras espias.
Las dos nos callamos durante un tiempo largo. Yo rumiando el sentimiento de reverencia que siempre me suscita todo aquello que perdura en el tiempo y Casandra…algo parecido, por la expresión arrobada que tenía su rostro. A mi, la historia, en las señales que deja, me hace sentir muy pequeña pero a la vez responsable de lo que haga por allí donde paso.
Como no necesitábamos comer más por ese día, en cuanto llegamos a casa de Casandra nos pusimos a la tarea, yo en la mesa y ella sentada en el sillón.
Hace tres días que partió Armando. Sebastián también salió al día siguiente con un grupo de soldados en dirección a la frontera con Castilla acompañando a “ese hombre”. Nosotras no podemos hacer ahora sino esperar a uno y a otro. Esto es lo que Inés lleva peor, a ella le gustaría ser cualquiera de los dos y he de reconocer que a mi también me está empezando a gustar. Por fortuna hemos tenido dos noches espléndidas. La luna, apenas una raja fina, nos ha permitido seguir disfrutando del cielo invernal. Esther se está aficionando y ayer se emocionó tras ser capaz de reconocer el triángulo de invierno que formaban Proción, Betelgeuse y Sirio.
̶ Podríamos subir esta noche a observar el cielo desde el castillo ̶ propuse.
̶ Buena idea, aunque el cielo de hoy será muy diferente al que vieron ellas, estamos en verano y además con luna llena.
̶ Desde luego, pero eso no importa. Es que siento un deseo a meterme lo más posible en su piel…como si necesitase ser un poco…ellas.
̶ Eso sí, tendremos cuidado de salir tarde, no sea que los chicos nos sigan. Hoy ya hemos tenido suficiente jolgorio, un poco de paz nos vendrá bien a las dos.
Sebastián ha regresado. Casualmente estábamos en lo más alto cuando adivinamos el grupo en el horizonte. Bajamos deprisa hasta las caballerizas y nos mezclamos con el resto de la tropa que los esperaba. Traía mala cara y no solo por el cansancio. Luego supimos que las noticias no eran buenas. Pedro I el Cruel pretende atacar Teruel en breve. Armando no ha vuelto y yo estoy muy preocupada por él. Se está arriesgando mucho. La situación en la que se encuentra nuestro reino es complicada.
̶ Yo creo que Sebastián es ahora agente doble ̶ dijo Casandra.
̶ No sé que decir... Ten en cuenta que antes ponía que sospechaban de él. Aunque…igual lo observaban de cara a captarlo. Seguramente mostraba bastante inteligencia y eso lo hizo atractivo a los ojos de los castellanos. ¡Venga, sigamos!
Esther bajó a la villa para ver si teníamos noticias de Armando. Son demasiados días sin saber nada. Entre los aldeanos también hay preocupación por su larga ausencia y comentan que su madre anda llorosa y llena de inquietud. Mañana saldrá su padre con dos hombres más. La guerra está demasiado cerca…
Además, deberíamos mandar noticias hacia Teruel. Al parecer Castilla está fuerte en este momento y la ciudad podría ser tomada.
Casandra iba a comentar algo al respecto pero yo la insté a continuar con un gesto de impaciencia que la dejó con la boca abierta sin pronunciar sonido alguno.
Han traído a Armando bastante enfermo. No llegó a Daroca. Al pasar por Luco, se encontraba ya mal y tuvo que quedarse allí en casa de un aldeano que lo recogió cerca del puente romano, sobre el río Jiloca. Gracias a ese buen hombre no encontró la muerte, pues al parecer, llevaba una gran calentura que le hacía tiritar y lo tenía delirando. A pesar de todo yo me siento esperanzada, ahora que está en su casa, estoy segura que se pondrá bien.
̶ ¿Tampoco ahora puedo hablar? Es que recuerdo algunas referencias históricas sobre ese pueblo…
̶ Espera, no te lances. Ese pueblo lo conozco bastante bien, no en vano fue mi primer destino como maestra. Y aunque estuve solo tres meses, tuve la suerte de coincidir, al final, con la floración de los cerezos. Es todo un espectáculo. Luego hace cuatro cursos volví allí como itinerante de inglés y Pedro, el de Educación Física era el tutor y…
̶ No si yo lo que quería comentarte es …bueno es igual, ¿continuamos? ̶ me cortó Casandra.
̶ Vale, entendido, no me enrollo más…seguimos.
Anoche nos reunimos en la cocina con Esther y Sebastián. Estamos en un callejón sin salida. Por un lado, padre continúa ciego y sin pretenderlo está traicionando a nuestro rey y por otro, contamos con una información valiosa que no sabemos cómo hacerle llegar. Armando va mejor, pero faltan días hasta que pueda salir de nuevo a caballo. Si no aparece pronto Marcos, el hermano de Esther, tendremos que tomar una decisión arriesgada. Lo esperábamos ya la semana pasada, simulando una visita familiar, aunque ahora sé que era también el modo de recoger la información y trasladarla a Pedro IV.
Marcos es un joven muy apuesto. A mí siempre me ha gustado su presencia porque suele acarrear con él un laúd y por la noche nos deleita con su música y sus cantos. Para madre, gran amante de la música, era una fiesta recibirlo en nuestra casa.
Tras esta lectura a ninguna de las dos se nos ocurrió hacer comentarios pero Casandra se levantó a encender la luz. Estábamos casi a oscuras y nuestros ojos ya no daban de sí.
Acabamos de tomar una decisión. Yo estoy muerta de miedo, la verdad. Sé que Inés es fuerte y valiente pero es mi hermana. Siempre hemos estado juntas y saberla alejada de mi y con peligro…Se vestirá de muchacho que siempre es más seguro. Cómo no puede ir en dos direcciones partirá hacia Teruel. Nuestro honor puede esperar. Saldrá al anochecer. Por la tarde habrá dejado su caballo más allá de la aldea de manera que sea más difícil que la descubran. Para cuando padre se entere estará ya lejos y nosotras nada sabremos ni diremos. Hemos preparado un documento, en el que Pedro IV insta a todos los hombres de las aldeas del Concejo de Teruel a defender la villa. Si acuden suficientes manos, esperamos que Teruel no caiga.
̶ ¿Qué te parece, Carmen? Yo me siento en el séptimo cielo. ¡Qué chicas! Nunca imaginé poder leer algo así, un documento que aporta semejantes datos.
̶ Pues yo estoy tan asustada como Isabel. En aquellos, tiempos, en medio de una guerra, una niña…no me gusta nada…
̶ ¡Carmen! Lo que pasó, pasó ya. Solo somos lectoras, no está ocurriendo hoy…
̶ Aún así. Para mí son ya algo mío. Fíjate que podrían ser alumnas nuestras… Venga sigamos, que no aguanto ̶ la apuré.
Inés salió sin problemas del castillo. Haría a pie el camino hasta la aldea. Nosotros subimos a la terraza superior. La luna apenas tenía fuerza y no pudimos ver como se alejaba. Rosalía, una amiga de Inés, la esperaba con el caballo. Le había preparado una bolsa con vituallas para varios días. Es una chica previsora con rostro de corazón y dos grandes y sonrientes ojos. Ha subido hoy al castillo a darnos las noticias.
Menos mal que ya puedo ver a Armando. Su presencia y la charla con él espero que me ayuden a sobrellevar la ausencia de mi hermana. Es curioso, en medio de todo, siento confianza. Es una sensación mansa y tranquila que se sitúa en mi vientre mientras que una cierta angustia revolotea en mi pecho.
̶ ¿Te parece que lo dejemos aquí y subamos un rato al castillo como habíamos dicho? ̶ preguntó mi compañera tímidamente.
̶ Mira, sí ̶ contesté. Me gustaría sentir el lugar donde ocurrieron estos hechos.
̶ Vaya, no me lo esperaba. Estabas tan metida…
̶ Ya, pero de pronto necesito pararme, beber a sorbos la historia. Yo creo…, que Isabel me ha contagiado esa confianza de la que habla.
̶ ¡Ah! Por si acaso, nos llevamos el diario. Ese hombre sigue por el pueblo y no fío de él ni un pelo.
Cuando salimos la luna estaba ya bastante elevada y su luz nos permitió subir sin utilizar la linterna. Trepamos a la terraza superior, como hacía nuestra niña. Conforme nos acercábamos oímos voces y risas frescas.
̶ Vaya. Alguien nos ha copiado la idea ̶ mascullé algo frustrada.
̶ Bueno, no me extraña, aunque no me apetezca nada. Con esta noche…
Una vez arriba se desveló el misterio. Era Paula, nuestra alumna, con dos primas suyas que habían venido de Madrid a pasar unos días en el pueblo. Nos las presentó:
̶ ¡Anda, que sorpresa! ¡Mis profes! Casandra, la tutora y Carmen, la de inglés. Ellas son Luna y Vanessa. Nacieron aquí pero sus padres se fueron pronto a la capital.
Tras saludarnos y besarnos se hizo un silencio que enseguida se rompió con unas risas bien sonoras. Adoro las risas de los peques pero aún más las de las niñas casi adolescentes. Son un signo de vitalidad y un canto lanzado al futuro.
̶ ¿Lleváis mucho rato? ̶ pregunté.
̶ Síii. Hemos venido a ver salir mi satélite ̶ dijo Luna.
̶ Es que en Madrid esto es imposible ̶ apuntó Vanessa.
̶ Ya les digo yo, que en el pueblo los espectáculos son gratis ̶ apuntó Paula y añadió ̶ Por cierto nos hemos enterado del apellido del hombre ese que va por el pueblo, Ricardo, creo que se llama. Ayer se dejó la mochila en casa de Sandra y ella…pues…la miró un poco y claro… se enteró sin querer. Se llama Culpepper, pero nosotras le llamamos culopimiento.
En ese momento las tres estallaron a reír, con todas sus fuerzas, hasta que Paula las apremió a bajar porque se les hacía tarde.
Durante un rato seguimos escuchando sus voces y risas que poco a poco se alejaban hasta que el silencio se instaló en los altos del castillo.
̶ Bueno, pues ya sabemos algo, ¿no Casandra? Lo que dos maestras no han sido capaces de averiguar…
La luna inundaba con su luz las almenas, las torres, el patio…dándole un aire preciso de irrealidad. Un sentimiento intenso de felicidad estalló en mí, me hizo sonreir y exhalar un sonoro suspiro.
̶ Qué bonito regalo te ha hecho la noche, ¿eh Carmen?
̶ Cierto. Como decía nuestra alumna, las cosas más bellas suelen ser gratis. Hoy apenas se ven las estrellas pero disfrutar de esta luna es una delicia. Oye, por cierto, hay algo que me viene dando vueltas. Me resulta extraña tanta lealtad al rey. Yo pienso que la mayoría de las gentes de entonces estarían más bien recelosos ante la guerra y la posibilidad de poder ser convocados a…filas o como se dijera entonces.
̶ En efecto, es raro, pero piensa que Isabel e Inés eran hijas del alcaide, que en tiempo de guerra sería nombrado por Pedro VI. La criada y el soldado eran gente puesta por él. Lo difícil era encontrar a alguien como Armando. No sabemos…quizá su familia estuviera emparentada aunque fuese de forma lejana con el monarca o tuviese otras razones, tal vez de índole económica. Pero tienes razón, los aldeanos, en su mayoría, no estaban por la labor de servir en las huestes del rey. Es más, no te lo quería decir por no anticiparte nada pero estoy segura que la pobre Inés no tendría mucha suerte en su empresa.
̶ Vaya, Casandra, me ocultas información…
̶ Nooo. Simplemente no quería chafarte nada pero como tu te has adelantado con tus sospechas no me queda otra que…
̶ Venga, cuenta, cuenta ̶ la apremié.
̶ Verás, cuando la villa de Teruel estaba próxima a ser atacada por los castellanos, Pedro IV se dirigió al Concejo de Teruel, para demandar que todos los hombres de las aldeas, en edad de luchar, acudiesen a defenderla.
̶ Bueno, supongo que ese sería un documento real y no el de Inés ¿Y quieres decirme que desoyeron al rey?
̶ Más o menos. Dilataron su respuesta presentando apelación, tras apelación, en un intento de escaquearse. Aunque servir al ejercito del rey era una obligación en tiempo de guerra, siempre se buscaban triquiñuelas para no hacerlo. Los aldeanos pidieron que fuesen los regidores de las aldeas quienes diesen la orden y el procurador quien la transmitiese. En esos líos estaban cuando la ciudad de Teruel cayó en manos castellanas.
̶ O sea que el viaje de Inés no serviría para nada ̶ comenté.
̶En este sentido no mucho pero…quien sabe lo que un acto puede desencadenar…
̶ Mira vamos a dejarlo y ya veremos que nos cuenta el diario. ¿Bajamos?
Llegamos al pueblo en un momento y lo encontramos vacío y en silencio. El cansancio de un largo día comenzó a aparecer en mi cuerpo, la boca se me empezaba a abrir y mi compañera no me andaba a la zaga. Tenía los párpados caídos y una expresión en el rostro que pedía cama. Así que en medio de un bostezo dijo:
̶ ¡Uf! ¡Aaaahhh….! No me siento con fuerzas para continuar por hoy. ¿Lo dejamos? Al fin y al cabo, tenemos todo el fin de semana y mañana va a ser un día intenso también.
̶ Desde luego, yo no puedo ni con mi alma.
Tenía razón Casandra. El viernes 28 de junio era el último día de trabajo para nuestros compañeros y habíamos quedado en Torremocha todo el claustro. Quedaba por zanjar el destino de los materiales de la escuela que se cerraba, firmar las últimas actas y despedirnos. Al curso siguiente varios de nosotros no volveríamos al CRA Alto Jiloca. Desprenderse de personas a quienes has aprendido a querer y a las que sabes que probablemente no volverás a ver, es uno de los aspectos menos gratos de la profesión de maestra y que, sobre todo, en los primeros años hay que practicar curso a curso. Yo he aprendido a llevarlos más o menos bien con dos estrategias. La primera, dejar salir las lágrimas que mi sensibilidad reclama, sin ponerles cortapisa. Es un llanto limpio, que conlleva pesar, gratitud y cierta dosis de esperanza. La segunda enlaza con esta última, suelo decirme que dejo hueco para que entren otras maravillosas personas y experiencias en mi vida.
Al final me quede sola en la escuela tras prometer a mi compañera de Peracense que subiría por la tarde, lo más pronto que pudiera. Necesitaba ese momento final de silencio en aquellas aulas en las que había pasado cinco años llenos de ricas experiencias. Sin duda fue el momento más intenso que he vivido como docente, y he vivido muchos, afortunadamente. Se me hicieron presentes las reuniones de los miércoles, en el pueblo que tocara por rotación, con la buena cena de hermandad con la que dábamos fin a la jornada ; los largos debates sobre lo que se debía o no enseñar; las horas de elaboración de las programaciones; los viajes trimestrales a Madrid para aportar nuestro punto de vista, en aquel entramado de grupos que estábamos experimentando sobre una Reforma Educativa, que desembocaría en la LOGSE; las largas horas de formación…Sabía que me iba a costar lo suyo integrar todo ello y que había sido y era muy afortunada. La vida me estaba dando una oportunidad tras otra.
Cuando cerré con llave la puerta de la escuela de Torremocha, lo hice despacio, oliendo por última vez el aire que me rodeaba, evocando risas y voces infantiles y añorando ya, lo que allí dejaba.
Anochecía cuando llegué a la puerta de la casa de la maestra de Peracense. Me esperaba ansiosa y nos sentamos sin apenas hablar.
Inés salió hace tres días. Su ausencia levantó enseguida sospechas en mi padre pero mi boca y la de Esther están selladas. Nada sabrá por nosotras. Ya han salido varias partidas en su búsqueda en varias direcciones. No la alcanzaran pues les lleva mucha ventaja. Es curioso el mundo de los sentimientos. Con frecuencia en nosotros conviven en sentidos opuestos: de igual modo que espero que alcance su objetivo, a veces deseo que den con ella solo por verla de vuelta.
He cogido el testigo de mi hermana. Ahora cada día, salgo al monte. Espero como ella hacerme amiga de los animales. Ayer visité un pajarillo que tenía a buen recaudo hasta que se curase su ala. Creo que en poco podrá volar de nuevo.
Estar con Armando me llena de felicidad. Los ratos que pasamos juntos son un bálsamo para mi espíritu. Mi cabeza se vacía de preocupaciones, mi pecho se expande y se llena de una atmósfera suave y primaveral. Pero lo mejor es la sensación mansa, que siento en lo más profundo y que me llena de fuerza y esperanza.
̶ Me asombra Isabel, con lo joven que es, apenas una niña, y que mirada más profunda ̶ apunté.
̶ A mi me tiene enamorada…Espera, sigamos que lo que veo que viene tiene miga.
Acabo de descubrir algo muy importante. Ya se como se llama “ese hombre”. Es Remigio Culpepper. Ha tenido un descuido y se ha dejado un documento sobre la mesa tras hablar con padre. Me he dado cuenta y he ido a ver que era. Por fortuna, él no sabe de mi descubrimiento, porque aunque ha vuelto enseguida, yo ya estaba convenientemente escondida.
Esther ha tomado nota y le ha pasado la información a Sebastián para buscar la forma de sacarla. Nosotros no sabemos más, solo su nombre, pero quizá sea bueno para las empresas de nuestro rey.
̶ Vaya, vaya Culpepper. El mismo apellido de nuestro “ese hombre”. Esto se pone muuuuuy interesante, Carmen.
̶ No me lo puedo creer, eso quiere decir que nuestro hombre sigue los pasos de aquel. NO me extrañaría que nos encontrásemos ante una familia de espías.
̶ ¿Qué dices, chica? ¡Qué emoción!
̶ Casandra, tengo que hacer una llamada urgente. ¿Te parece que es muy tarde para ir a casa de Sandra a ver si me hacen el favor?
̶ No, tranquila. Ya sabes que son gente muy dispuesta. Pero, ¿a quién vas a llamar?
̶ Luego te digo, esto es más que urgente. Tú quédate aquí que enseguida vuelvo.
Sandra vivía a pocos pasos y yo corría tanto que la alcancé en menos. La niña estaba en la puerta con un libro.
̶ Hola Sandra, cariño, ¿aún leyendo? Te vas a quedar sin ojos con esta luz tan escasa. ¿Están tus papás?
̶ Está mi madre. Mi padre aún no ha vuelto, ha salido con ese señor ̶ contestó con toda normalidad.
Me di cuenta que debía darme prisa. Le expliqué a su madre que tenía una urgencia y necesitaba hacer una llamada.
Tuve suerte. Mi jefa me respondió al segundo tono. La puse al corriente y me pidió que colgase que ella me llamaría.
Nos salimos a la calle, la mamá de Sandra y yo, con la niña. Estaba muy ilusionada porque en septiembre se marchaban a vivir a Madrid y allí seguiría sus estudios. Daniel, el padre había encontrado trabajo y partiría el primero, antes que ellas.
̶ Lo que más me ilusiona es poder visitar el Museo del Prado todo las veces que quiera y mi tiempo me permita, claro ̶ comentó Sandra al respecto de su marcha.
̶ A mi me da mucha pena dejar el pueblo, al paso que vamos…no quiero ni pensar cuantos quedarán dentro de 25 años aquí ̶ compartió en tono quejumbroso la madre.
Entonces sonó el teléfono y me levanté como un rayo. Era para mí. En efecto los Culpepper eran conocidos en nuestro país desde la Edad Media. El apellido significaba “falso comerciante de pimientos” y…eran una saga de espías. Lo más probable es que el nuestro hubiera acudido a Peracense a borrar el rastro de aquel otro, seguramente enterados de que nosotras queríamos rescatar el honor de los Fernández.
̶ Pero,¿por qué ese interés en ocultar algo que ocurrió hace tanto tiempo? ̶ preguntó Casandra cuando le conté lo que había averiguado.
Yo no podía decirle que quizá por la misma razón que yo buscaba el diario. Aunque en nuestro caso era algo más que eso. Nos empujaba el empeño de sacar a la luz la verdad de lo ocurrido, que nada ni nadie se quedase a la sombra de la historia. Así que respondí:
̶ Mira, no le des vueltas y disfruta de un hecho maravilloso que se abre a tus ojos, 600 años después, la Guerra de los Pedros se vuelve a poner en marcha, pero esta vez es una lucha por un documento, escrito por una niña y que además, has encontrado tú.
̶ Visto así… somos casi unas heroínas. Ahora si que tendremos que andar con cuidado. Culpepper debe ir muy en serio. ¿No correremos peligro?
̶ Espero que no. Su aspecto es algo siniestro… pero no creo. Ayer nos dijo que se iba a marchar aunque visto lo visto no podemos fiarnos. Vamos a sacar lo más rápido que podamos la información y entreguemos enseguida el diario al Archivo de Teruel. ¡Al tajo! ̶ la apremié, procurando, de paso, distraerla para que no preguntase por mi fuente.
Cinco días sin Inés. Ayer echó a volar el petirrojo. Sentí un gran alivio cuando tras el tercer intento se elevo hacia el cielo feliz y piando agradecido. Fui hasta él con Armando, que me miraba algo asombrado. Nada sabía de esta nueva actividad mía como continuadora de mi hermana.
Esta mañana nos ha contado Sebastián que desde hace un par de días se ve mucho movimiento de tropas en la frontera. Espero que no se acerquen a nosotros.
Padre ha perdido los nervios, está muy decaído, apenas come y las noches las pasa dando vueltas. Si Culpepper se marchase yo me atrevería a hablar con él, pero no mientras siga aquí. Aunque no sé si le tranquilizaría saber lo que está haciendo su hija.
̶ Estoy empezando a preocuparme por Inés. Una chica, sola, en medio de una guerra... ̶ comentó mi compañera.
̶ Vamos a seguir que yo no aguanto sin saber lo que viene…¡va! Y te recuerdo que por mucho que te preocupes…
̶ Sí, sí, ya…que es historia.
Las noticias no pueden ser peores. Esther teme que los castellanos lleguen hasta nosotros. Oler el peligro nos tiene a todos desquiciados. Además nada sabemos de Inés todavía. Finalmente Sebastián ha podido salir en su busca. Para Culpepper está siguiendo los pasos de un posible emisario del rey aragonés. Se ha ofrecido para la tarea y se la han confiado. Espero que la encuentre y nos la devuelva sana y salva. Ni siquiera el cuidado de los animales me aleja de mis temores. Solo la noche y las estrellas consiguen arrebatármelos, sobre todo cuando puedo compartirlo con Armando. Anoche, mi mano rozo su mejilla cuando iba a señalarle una estrella. Un rayo de energía recorrió todo mi cuerpo. Él sintió algo parecido porque su cuerpo tuvo una pequeña sacudida. Mañana bajaré de nuevo hasta la Virgen y rogaré por Inés.
Voy a atender a padre. Ya no sale de su aposento. La falta de alimento y la angustia han hecho mella en él hasta tal límite. Apenas toma algo de líquido y estamos empezando a temer por su vida.
̶ Oye Carmen, nos quedan muy pocas páginas…¿y si miramos el final del diario? Yo estoy que no aguanto.
̶ Ni hablar, vamos a seguirlo tal y como está escrito. ¡Adelante!
¡Por fin! Sebastián ha regresado. Esta es la única buena noticia. Teruel ha caído en manos de los castellanos. Las fuerzas de Pedro I eran mayores y las aldeas del Concejo de Teruel se entretuvieron demasiado en decidirse a socorrerla. Con este triunfo los castellanos van a crecerse. En cuanto a Inés estamos casi seguros que huyó camino de Valencia, justo antes de que fuera tomada. Sebastián ha ido recabando información sobre ella en diferentes puntos de la ruta. La vieron como entraba a la ciudad y hay dos testigos que la sitúan saliendo en compañía y al alba, del día anterior a la toma de Teruel. Me consuela pensarla a salvo, libre y que no está sola.
Hoy padre se ha levantado. He pasado la mañana con él . Culpepper le ha dado la noticia de que Teruel es castellana y al parecer esto le ha hecho reaccionar. Es el alcaide del castillo y corre peligro. Ha perdido a su mujer y quizá una hija pero le queda otra y su responsabilidad al frente de la fortaleza.
Un fuerte ruido de algo parecido a un petardo nos sacó de nuestra lectura. Las dos saltamos hacia la ventana pero la calle estaba en silencio y vacía. Ambas pensamos en Culpepper y antes de volver a sentarnos otro estallido similar nos lo impidió.
̶ Es él, seguro. Nos quiere asustar ̶ susurré.
̶ ¿Qué hacemos? Yo tengo miedo…deberíamos comentar a alguien lo que está pasando.
̶Ya…pero…¿y qué está pasando? ¿Qué hemos oído ciertos ruidos? ¿Qué sospechamos de Ricardo? No, solo pensarían que tenemos mucha imaginación. Mira, aún no es muy tarde, podemos bajarnos a Torremocha a mi casa y allí terminamos.
̶ No sé Carmen…bueno… esperamos un poco a ver y decidimos.
Pasó una media hora larga sin que se oyera nada más. Casandra metió su neceser y algo de ropa en una bolsa y salimos a la calle. Yo portaba la máquina de escribir bien pegada a mi cuerpo. Mi coche estaba justo delante de la escuela así que llegamos en algunos segundos y emprendimos camino hacia Almohaja.
Era allí donde nos esperaba. Parecía que había adivinado como íbamos a actuar.
Salió de improviso y nos embistió sacándonos de la carretera. No fuimos capaces ni de gritar. Cuando llegó a nosotras yo estaba abriendo la puerta. Casandra parecía aturdida. Entonces grité con todas mis fuerzas pidiendo socorro. Sabía que aunque el pueblo estaba cerca no era probable que nos oyeran pero había que intentarlo. Si Culpepper había sido capaz de eso podía ir más lejos. Grité y grité hasta que llegó a mí y me tapó la boca mientras me decía
̶ Ya está bien señorita, no quiero hacerles más daño. Si he llegado hasta aquí ha sido porque no me han dejado otra opción. Deme el diario y me marcharé.
Entonces vi que Casandra se había rehecho. Él estaba de espaldas al coche muy atareado conmigo y no se dio cuenta de nada. Comprendí que mi amiga tendría que salir por mi puerta y me fui echando hacia atrás obligándole a él a caminar conmigo hasta que ella tuvo suficiente espacio. Sigilosa tomó el cepo que había en mi coche para impedir su robo y le golpeó. Su mano izquierda se desprendió de mi boca de inmediato , la derecha dejó de asirme por el brazo y Ricardo cayó desplomado al suelo.
Sin mediar palabra, las dos corrimos hacia el pueblo. Cerca de la iglesia vimos luz en una vivienda y llamamos. Por fortuna contaban con teléfono y nos pusimos en contacto con la Guardia Civil de Santa Eulalia.
Cuando volvimos adonde habíamos dejado a nuestro agresor, convenientemente acompañadas, habían desaparecido él y su coche. Casandra se puso a llorar de alivio. No lo había matado.
Las señales eran claras, nos habían sacado de la carretera y alguien había perdido sangre junto a mi coche. La noche y parte de la madrugada, la pasamos en el cuartelillo entre esperas y declaraciones.
Los guardias nos subieron a Almohaja a esperar la grúa que se llevaría mi 205 al taller. La misma familia que nos había ayudado por la noche nos invitó a desayunar mientras llegaban. Todo el pueblo se había enterado ya de la noticia y se habían congregado delante de la puerta.
̶ No recuerdo un revuelo como este por una maestra desde el 36 ̶ comentó Andrés, el dueño de la casa y continuó ̶ yo tenía 5 años por entonces. Subieron un grupo desde Villafranca. Ya habían pasado por Peracense y traían mala cara. Venían a por la maestra. Andrea se llamaba. Los chichos la llamábamos las dos As porque su apellido también comenzaba por A . Mi tío José las había alertado a ambas, a la nuestra y a la de Peracense, y las había sacado dos días antes del pueblo. Según nos contó él luego, llegaron sin problemas a Valencia y ya no supimos más de ellas. Las Andreas, porque la otra también se llamaba como la nuestra aunque tenía un apellido raro, al parecer su padre era alemán. En Peracense la llamaban la uve doble. Eran unas maestras estupendas. Llevaban solo un curso con nosotros y habían conseguido que fuésemos contentos a la escuela, no crean. Nos sacaban mucho al campo y hasta teníamos una pequeña imprenta. Lo que es la vida, se pensaban quedar hasta día de Santiago y va y antes estalla la guerra. Y claro, como ellas eran de la República…malos tiempos…
A lo lejos escuchamos unos pitidos que nos sacaron de su interesante charla. La grúa nos llamaba.
Vi alejarse mi coche entre agradecida y preocupada. Era mi buen compañero de viaje y esperaba tenerlo para salir de vacaciones en unos días y a este paso… ¡Cómo las iba a necesitar!
Andrés nos dejó en la puerta de Casandra y en cuanto entramos dentro con nuestras cosas, ambas nos derrumbamos. No quedaba en nuestro cuerpo ni rastro de energía, así que sin mediar palabra ella se subió a su habitación y yo cerré los postigos del salón y me tumbé en el sofá.
A medio día unos golpes en la puerta nos despertaron y cuando la abrimos quedamos asombradas. Toda la escuela en pleno con sus familias habían venido cargados de comida, bebida, abrazos, besos, lloros…Peracense entero conocía la noticia de lo que nos había ocurrido esa noche.
Mediada la tarde se fueron yendo y nosotras pusimos orden y limpieza en la casa.
̶ Carmen, ¿otro café y seguimos con el diario?
̶ ¡Venga¡ Yo ahora estoy bastante despejada pero no me vendrá mal.
Mi padre está preparando el castillo ante un posible ataque castellano, a pesar de las palabras de Culpepper que pretende disuadirlo de esa eventualidad. Ha retomado el mando y parece no escucharse más que a sí mismo.
Las noches comienzan a ser más suaves. Da gusto observar el cielo. Antes de bajarme a dormir, me quedo un rato mirando hacia el sureste, hacia Inés. Un sentimiento dulce y profundo ocupa mi vientre. Estoy segura que está bien allí donde se halle. Otros animales conocerán sus manos y escucharan su voz y un viento más húmedo y cálido alborotará su cabello. La bendigo en la distancia y confío en volver a reconocerme en su mirada.
̶ Pues me temo que nosotras nunca sabremos si llegaron o no a encontrarse, a no ser que Inés regresara, claro ̶ comentó Casandra.
̶ Sin elucubraciones, chica, sigamos.
Culpeper es un canalla. Sebastián nos ha informado de sus últimas maniobras. Sabíamos de su maldad, pero tanto no esperábamos. Como mi padre se le ha escapado de las manos ha hecho llegar a Pedro IV un informe, por supuesto elaborado por los suyos, en el que lo acusa de traición. Corremos peligro y debemos actuar muy rápido. Debo hablar con é cuanto antes. Creo que es mejor que lo haga yo sola o en todo caso con el apoyo de Esther. Ayer salió y regresa mañana. Armando va con él, se ha hecho de su confianza y eso también me ayudará. En cuanto llegue al castillo, sin dilación, lo pondré al corriente de todo.
Me siento agotada y aliviada a partes iguales. He hablado con mi padre. Como imaginaba al principio me escuchaba distraído, luego puso un gesto de burla, el mismo que ponía cuando de pequeña le contaba las fantasías que recorrían mi cabeza, pero poco a poco se fue acercando a mí, me hacía preguntas, miraba a Esther, volvía a las preguntas…hasta que todo quedó más o menos aclarado. Se tapó el rostro con las manos, durante un buen rato, cuando comprendió como Culpepper se había hecho con el control de tantos asuntos en el castillo, siendo un espía del castellano. Afortunadamente la desolación dejó paso a un gesto de determinación que marcó en su frente varias arrugas. Es el alcaide de este castillo y no dejará que caiga en manos de ese truhan y menos aún que su hija corra peligro. Lo ha dispuesto todo para mi marcha. Teme que el rey de Aragón no llegue a saber la verdad y haya represalias. Sebastián partió anoche para dar a conocer su versión, pero poco después vieron salir a dos soldados tras él. Pueden suceder tantas cosas…
Esta madrugada dejaremos el castillo. Mi padre ha dispuesto que vaya acompañada de Esther, Armando y dos aldeanos. Simularemos ser traginadores de cereal. Mi equipaje ya está preparado. Me queda por decidir dónde deposito mi diario. Deseo que se quede aquí, bien escondido. Quizá llegue el día que alguien lo recupere y con él nuestra honra, si finalmente Culpepper se sale con la suya. Ha habido suerte y hoy el día está despejado, lo que me permitirá despedirme de este cielo a lo grande.
Mi pecho es un hervidero de emociones. Pena de dejar a mi padre en este trance, ganas de seguir los pasos de mi hermana, deseos de compartir con Armando, miedo, mucho miedo a que pase algo que nos impida alcanzar Valencia.
Tomaremos el camino del Alfambra, dándole un buen rodeo a Teruel, para alcanzar Mora de Rubielos y seguir luego el trazado habitual de la Ruta del Trigo.
Nada más me queda por decir, solo despedirme de este lugar al que llegué hace apenas 4 meses y en el que he vivido tanto que perecieran cuatro años. En él he gozado, he sufrido, he conocido a personas extraordinarias y a un ser despreciable. Un fuerte lazo me ligará a este castillo para siempre. Quiero que mi diario sea el punto donde se quede anclado uno de los extremos, el otro está en el fondo de mi corazón y no me desprenderé de él jamás.
En el Castillo Rojo, cinco de mayo del año 1363.
Leída la última frase las dos nos quedamos quietas y en silencio. Nos miramos y en los ojos de mi compañera observé como convivían apartes iguales la alegría y la desilusión. Yo compartía sentimientos con ella. Probablemente Isabel conseguiría su objetivo, al menos escapaba de un peligro cierto, pero su historia quedaba incompleta.
̶ Nada odio más que una buena historia sin final, no lo soporto ̶ dijo Casandra.
̶ Pues yo…ni te cuento… ¿Y si dedicásemos el domingo a escribir cada una un final? Luego nos lo leemos y…
̶ Es que lo que yo quiero es conocer lo que pasó de verdad, Carmen.
̶ Mira que eres cabezota. Tendremos que aceptar lo que tenemos y alegrarnos de haberlo conocido. Te propongo un reto aún mejor. Verás, el próximo curso les contamos a nuestros alumnos esta historia y les proponemos que imaginen su final. Luego nos intercambiamos los textos entre tu escuela y la mía. ¡Uhmmm! ¡Ya me lo estoy imaginando, con dibujos y todo…!
̶ Desde luego…tu cabeza no para. Es una idea excelente pero te recuerdo que tú, el próximo curso, no tendrás escuela, que vas a trabajar en la Dirección Provincial de Educación.
̶ Nada, que no me hago a la idea. Pero…seguro que…me vendrá a pelo para alguna actuación que realice. Voy a llevar el programa de Coeducación, tengo previsto visitar centros y trabajar el tema en aquellos que me lo faciliten. No me digas que esta historia no me viene a las mil maravillas…
̶ Desde luego, parece que Isabel lo ha dejado para ti escrito.
̶ Esto viene a cuento de aquel debate que tuvimos en la última cena en mi casa sobre las casualidades, ¿te acuerdas?
̶ No empecemos de nuevo con eso…hay algo que me ronda desde que encontré este diario. ¿Quién lo dejó en la escuela? Con lo que ahora sabemos…alguien, en algún momento, lo encontró en el castillo. Bien porque lo buscaba o…por casualidad…En fin, ¡otro misterio!
̶ Por mi podemos dejar los misterios y los debates para mañana. Ni el café es capaz ya de mantenerme. Si no te importa…este sofá me reclama.
̶ Pues yo estoy de lo más despejada así que me llevo arriba el diario y lo releo entero.
Cuando me desperté al día siguiente, al abrir la ventana, una luz cegadora me anunció que era tarde. Miré el reloj, las 10. No se escuchaba ningún ruido en la casa. Me preparé un café y esperé una hora larga hasta que Casandra apareció por la puerta de la sala con una sonrisa luminosa y pícara.
̶ ¡No te lo vas a creer! ̶ exclamó abriendo mucho las manos a la altura de su cara y continuó casi gritando ̶ ¡Tenemos el final! ¡Y la respuesta al misterio!
Acto seguido se puso a bailar y a hacer todo tipo de piruetas. Yo sinceramente pensé que le había dado algo, pero entonces me fijé que del diario que llevaba en la mano sobresalía una hoja. Pacientemente esperé a que ella sola se calmara para tomar en mis manos aquello que se adivinaba dentro del librito.
El folio estaba escrito con una letra alargada, bien apretada y pulcra; en un español actual del que entendía todo, pero del que yo no era capaz de leer nada. Le di la vuelta y mi mirada se deslizó hacia al final, donde distinguí la fecha y las firmas, 20 de julio de 1936, Andrea A y Andrea W.
El texto que había descubierto Casandra, oculto en la tapa posterior, era conciso:
El diario que tienes en tus manos es un tesoro. Trátalo como tal. Lo hemos encontrado tras una larga búsqueda con el único objetivo de dar a conocer la verdad de lo acontecido aquí hace varios siglos. Tuvimos la suerte de que se nos encomendara esta misión tras el hallazgo de otro que se descubrió en el castillo de Elda. Su autora era la misma, Isabel Fernández de Aragón que llegó a la ciudad de Valencia en el mes de julio del año 1363. En el narra las peripecias que vivieron durante su huida y como encontró a su hermana. Su participación en la defensa de la ciudad durante el cerco que Pedro I el Cruel y que su amado Armando tuvo un papel protagonista en el éxito de la misma ya que él junto con dos pescadores tuvieron la valentía de ir a alertar al rey de Aragón que se encontraba en Burriana con sus tropas. Los castellanos salieron al encuentro de los aragoneses lo que les forzó a levantar el cerco. Finalmente Pedro IV, el Ceremonioso entró victorioso en Valencia y el castellano se refugió en el castillo de Sagunto.
Con palabras limpias y claras nos cuenta también asuntos personales: su boda con Armando y la de su hermana con cierto caballero francés, con el que al parecer partió en 1366, al acabar la guerra de los Pedros, mientras que ellos tuvieron el honor de ser acogidos en el castillo de Elda donde tuvo tres hijos. Que nunca olvidó el castillo rojo, como ella lo llamaría desde su partida, donde había fallecido su padre en extrañas circunstancias.
Nosotras saldremos en unas horas de aquí, seguiremos el camino de Isabel a Valencia, dando un amplio rodeo para evitar Teruel, caído en manos de los que se han levantado en armas contra la República.
Partimos con dolor pero llenas de esperanza. Este desatino poco puede durar. Confiamos en que pronto se pueda restituir la legalidad allí donde ha sido violada. Quedan casi dos meses para el comienzo del nuevo curso, hay tiempo suficiente. Terminada aquí nuestra misión nos esperan otras escuelas, otras criaturas llenas de ilusión y de sonrisas. Nos llevamos en el corazón el castillo, a Inés e Isabel, a Armando, a la chiquillería de Peracense y Almohaja y a la Virgen de la Villeta.
Nosotras no hemos podido depositar el diario en el Archivo Provincial por lo que te pedimos que lo hagas tú a la mayor brevedad posible. Pertenece a la historia de este lugar, haz que así sea.
Peracense, 20 de julio de 1936
Andrea A y Andrea W
Unas gruesas lágrimas resbalaban por mi cara intentando despejar esa enorme nube de tristeza que se había instalado en mi pecho. Casandra me abrazó entendiendo mi pena, ella ya había tenido tiempo de hacer su propio duelo por aquellas dos maestras y su inocente esperanza. Ni siquiera las buenas noticias de nuestras dos hermanas de la Edad Media eran capaces de nada, frente al horror que yo suponía, habrían vivido las dos Andreas y tantos niños y niñas. Durante un buen rato solo pude acariciar una y otra vez aquel papel, que finalmente Casandra recogió de mis manos, con cuidado, porque temía que mi llanto ahogara la tinta y borrara la misiva.
Cuando por fin el nubarrón se disipó en mí y una calma suave y esponjosa ocupó su lugar me di cuenta que me sentía profundamente agradecida. Haber conocido, en la cercanía de sus palabras escritas, a esas mujeres era mucho más de lo que yo podía haber imaginado al acometer aquella investigación. Eso es lo más bello de mis dos trabajos, el de maestra y el de agente secreto, que en ambos tengo el privilegio de encontrarme con otros seres humanos, conectar, llegar a ellos y que me lleguen.
Y entonces, llamaron a la puerta. Casandra salió a abrir y la escuche exclamar con enorme alegría:
̶ ¡Raúl! ¡Qué bien! ¡Ya estás aquí! ¡Si te esperaba mañana!
̶ ¿Qué tal prima? He pensado que mejor me adelantaba, te pillaba por sorpresa y nos hacíamos alguna excursión por estos parajes. El castillo me dejó hipnotizado cuando te visité en marzo.
̶ Venga pasa…Mira, esta es Carmen, la de inglés, y mi jefa hasta el martes.
El primo de mi compañera era un joven espigado, de estatura mediana y rostro despierto en el que resaltaban unos bonitos ojos bien abiertos.
Mientras él salió a por su equipaje a la furgoneta, decidimos rápidamente contarle las cosas a medias, sin desvelar que el diario estaba en nuestras manos. Compartirlo más bien, como una historia que nos habían contado.
Por la tarde, cuando los tres subimos al castillo pude conectar de nuevo con Isabel e Inés. Nos quedaban varios cabos sueltos, Sebastián, Esther…pero ellas parecían haber encarrilado sus vidas tras la guerra. Evocarlas, desde la parte más alta del castillo, me trajo aromas mediterráneos, los que habían acabado impregnando sus vidas. Pensaréis que estoy loca pero un delicioso olor a naranjas y mandarinas nos envolvió allí arriba y digo que fue así porque no fui yo sola sino que Raúl y Casandra también lo percibieron.
El lunes bajamos a Teruel y mientras los dos primos se entretenían por la plaza del Torico, yo me acerqué hasta las antiguas escuelas del Arrabal, para depositar en el Archivo, el regalo que la historia nos había prestado durante esos días. Yo ya tenía la traducción para mi jefa, que estaba “muy satisfecha“, según me había dicho por teléfono, a lo que añadió “que por ello, me merecía una sorpresa”.
En el momento que entregué el diario, sacándolo con cuidado de la bolsa en la que lo llevaba, me sentí bien acompañada. Allí estaban presentes todas: Isabel, Inés, Andrea A, Andrea W y Casandra. Yo creo que hasta la persona que lo recibió las veía, porque con los ojos miraba a un lado y a otro mío, agradecida y asombrada.
Por la tarde regresamos a Peracense, pero antes, pasamos por mi casa a recoger algo de ropa. Paramos también en Almohaja, para mostrarle a Raúl el lugar donde nos había sacado de la carretera Cullpepper. Recuerdo muy bien lo alegremente que dije “yo ya tengo suficientes sorpresas hasta después del verano”. La realidad que es muy caprichosa, me llevó la contraria en cuanto llegamos a la puerta de la vivienda de Casandra. Lo reconocí enseguida, semejante cochazo y además con ese explosivo color rojo solo podía ser de Lorena, mi jefa de la Agencia.
Bajó sonriendo con su rostro de princesa, los rizos rubios tintineando a ambos lados de su orejas y sus ojos azules escondidos tras unas gafas bien oscuras, a pesar de que la luz era ya más bien escasa. Usó su expresión preferida para saludarme “querida” y se dirigió a mi amiga ignorando a Raúl como si fuera una estatua.
̶ Tu debes de ser Casandra, ¿me equivoco?. Ven querida, tenemos que hablar a solas ̶ y dirigiéndose a nosotros ̶ Vosotros mejor os quedáis afuera. Luego nos vemos.
Yo me quedé atónita y al gesto de Raúl preguntando por aquello respondí levantando los hombros y con unas breves palabras:
̶ Así es Lorena, una vieja conocida.
Tras una hora larga salieron las dos. Mi jefa con expresión satisfecha y Casandra con una sonrisa pícara. Entonces lo vi claro. Acababa de ser reclutada. Y es que a Lorena después de mis informes sobre ella no se le podía escapar una joven maestra que prometía.
El martes estuvimos a las 10 puntuales en la escuela. Enseguida llegó el alcalde y recomenzamos una charla, que por muchas veces repetida. parecía no tener fin. El edil volvió a pedir de nuevo que el contenido del aula permaneciera en el pueblo y nosotras le contestamos aquello de que “no era posible ni estaba en nuestras manos”. No veíamos el momento de que llegara la inspectora y fuera ella la que le aclarase la imposibilidad de dar respuesta afirmativa a su demanda. La inspectora no llegó. Al ver su tardanza pedimos de nuevo usar el teléfono en casa de Sandra. Así supimos que había tenido un problema y tendríamos que ser nosotras dos solas las que echásemos el cierre a la escuela. Con los materiales que quedaban, cargados en la furgoneta de Raúl, para bajarlos a la sede del CRA en Torremocha, le dimos dos vueltas a la llave y se la entregamos al alcalde. Un silencio espeso rodeó la despedida. Los chicos, al parecer, no habían querido asistir al final de la escuela, de su escuela. Subimos al vehículo y arrancamos. Las dos permanecimos con la mirada puesta en el castillo rojo hasta que lo perdimos de vista.














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